Otras reflexiones

La Rerum novarum del Papa León XIII: la vigencia de un trabajo digno y decente

Rerum novarum fue el primer documento moderno de Doctrina Social de la Iglesia. Esta encíclica (carta circular) inauguró una reflexión ética sobre las realidades sociales, invitando a la acción cristiana. Su título significa “De las cosas nuevas”. ¿Cuáles eran esas “cosas nuevas” del siglo XIX que inquietaron a León XIII? La llamada “cuestión social”: la precaria situación de los trabajadores tras la primera revolución industrial.

Maternidad y paternidad como don, no como derecho

"La tasa de natalidad de la gran mayoría de los países está muy por debajo de la tasa de reemplazo (2,1). En Chile es de 1,2. Tampoco es un misterio que las familias más religiosas son también las más fecundas. Las estadísticas lo demuestran ampliamente y lo corrobora la presencia de niños y niñas en las celebraciones eucarísticas de las comunidades parroquiales".

Retrato de un santo para Chile: “La caridad comienza donde termina la justicia”

El Padre Hurtado veía a Cristo en los niños que recogía a orillas del río Mapocho, a las madres que llegaban con sus hijos sin un techo donde pasar el invierno y en los enfermos que requerían cuidado y compañía.

Jubileo de los jóvenes: un camino de esperanza

“Son los jóvenes los que están llamados especial, mas no exclusivamente, a vivir como protagonistas este Año Jubilar de sobreabundancia del amor de Dios, que permite dar un ‘sí’al Señor de manera libre y amorosa, optando por una vida nueva donde es Cristo que vive en mí’”. (Ga 2,20)

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La vida es esperanza: a treinta años de Evangelium Vitae

Paulina Ramos V.

Año VII, N° 193

viernes 22 de agosto, 2025

San Juan Pablo II en este texto afirma que toda existencia humana posee una dignidad intrínseca, anterior a cualquier reconocimiento externo. Esta dignidad proviene del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios (EV, 34).

Desde su título —Sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana—, el texto magisterial de San Juan Pablo II, publicado en 1995, proclama una verdad esencial: la vida es un don que debe ser acogido y protegido. No se limita a denunciar una cultura marcada por el descarte, sino que propone un camino alternativo: construir una civilización del amor fundada en el respeto a la dignidad de toda persona, sin excepciones.

La fuerza de la encíclica no está solo en lo que advierte, sino en lo que ofrece: una ética del cuidado, una cultura del encuentro, una propuesta de esperanza.

La fuerza de la encíclica no está solo en lo que advierte, sino en lo que ofrece: una ética del cuidado, una cultura del encuentro, una propuesta de esperanza. En palabras del Papa: “No hay ninguna ofensa, por grave que sea, que no pueda ser perdonada. No hay situación, por desesperada que parezca, que no pueda ser superada. No hay nadie tan débil que no pueda encontrar en la gracia un camino nuevo” (EV, 99).

El ser humano no es dueño de la vida, ni de la propia ni de la ajena. La existencia no puede ser evaluada ni suprimida en función de parámetros subjetivos de calidad o funcionalidad: “La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios” (EV, 53).

En este horizonte, la libertad no se entiende como un poder absoluto, sino como capacidad de orientarse al bien. Cuando esta se desvincula de la verdad sobre el ser humano, puede dar paso a formas de violencia estructural (EV, 19). Por ello, el rol de la familia es decisivo: allí se aprende a acoger la vida, a cuidarla y a reconocer su valor más allá de toda utilidad (EV, 92–94).

La perspectiva cristiana ilumina esta visión antropológica desde el misterio de Cristo. El Hijo de Dios se ha encarnado para dar vida plena a la humanidad: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Así, cada existencia cobra un valor redentor incluso en el sufrimiento, el límite o la enfermedad (EV, 29).

La Encarnación revela que todo lo humano ha sido asumido y elevado. Esta afirmación fundamenta una visión integral del ser humano, llamado a la comunión con Dios (EV, 33). Por eso, el mandamiento “no matarás” (Éx 20,13) no es solo una prohibición, sino una afirmación radical del valor de cada vida, prolongada en el Evangelio por el mandato del amor (EV, 40–42).

Treinta años después, el mensaje de Evangelium Vitae conserva toda su fuerza. Nos recuerda que no hay verdadero progreso sin humanidad, ni democracia sin el reconocimiento del valor absoluto de cada vida humana.

La Iglesia, como servidora del Evangelio de la vida, asume una misión profética. Está llamada a formar conciencias, acompañar con misericordia, promover leyes justas y suscitar una cultura que defienda toda vida humana desde su inicio hasta su fin natural (EV, 78–101).

Treinta años después, el mensaje de Evangelium Vitae conserva toda su fuerza. Nos recuerda que no hay verdadero progreso sin humanidad, ni democracia sin el reconocimiento del valor absoluto de cada vida humana. No se trata de imponer una visión religiosa, sino de afirmar una ética común basada en la dignidad compartida.

La encíclica promueve una ética de la esperanza. Nos invita a elegir el bien, incluso en circunstancias adversas, y a reavivar una conciencia capaz de reconocer la vida como un bien siempre digno de ser acogido y protegido. Interpela con preguntas que no podemos eludir.

¿Tendremos el coraje de situar el amor en el centro de nuestras decisiones personales y colectivas? ¿Es auténtica la libertad si se construye sobre la exclusión de quienes no pueden defenderse? ¿Puede sostenerse una democracia que olvida la dignidad incondicional de cada ser humano?

“Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2,14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política”.

Evangelium Vitae, 2.

Paulina Ramos V.
Subdirectora del Centro de Bioética UC

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