La celebración de Pentecostés (Shavuot) es una fiesta judía previa a la venida del Mesías. El pueblo de Israel la celebraba cincuenta días después de la Pascua, recordando dos acontecimientos que se remontan a la época del Éxodo (s. XIV a.C.):
a) Que Yahveh descendió al monte Sinaí y entregó las tablas de la ley (los diez mandamientos) a Moisés (cf. Ex 19,18-20,17);
b) La fiesta de las cosechas, que conmemoraba las primicias, los primeros frutos de la tierra (cf. Ex 23,26).
Pentecostés es la conclusión de las grandes maravillas con que Dios se ha dado a conocer a su pueblo y a la humanidad toda.
Ambos hechos se celebraban en una única fiesta: Pentecostés. Para los cristianos, dicha celebración alcanzará su cumplimiento y plenitud con el Pentecostés que vivieron los apóstoles junto a la Virgen María. Ese día la Iglesia primitiva recibió el Don del Espíritu Santo que trajo consigo la nueva Ley, la ley del amor, y que al mismo tiempo es un Don dado a modo de verdaderas primicias, es decir, como los primeros frutos de la cosecha eterna (cf. Rom 8,23). En Pentecostés los cristianos celebramos que, sobre los apóstoles reunidos con la Madre de Jesús, descendió el Espíritu divino, que es cumplimiento y cosecha de la Pascua, el fruto más excelente de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
¿Qué sucedió en Pentecostés? El relato del libro de los Hechos de los Apóstoles señala cuatro eventos.
1) «Vino del cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento» (Hch 2,2). Tanto en hebreo como en griego se usa la misma palabra para decir “viento” y “espíritu”. El viento es signo del descenso del poder divino operante en el Espíritu Santo sobre María, los apóstoles y los discípulos (cf. Hch 1,14).
2) Viene en «lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos» (Hch 2,3). El fuego en el Antiguo Testamento es signo de la presencia de Dios: «El monte Sinaí estaba cubierto de humo, porque el Señor había bajado a él en el fuego» (Ex 19,18). El Espíritu-Fuego divino se posa sobre cada uno de los presentes en el Cenáculo para indicar su venida personal, el donarse a cada uno.
3) «Todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,4).
4) Y este derramamiento del Paráclito, que abraza a todos, se muestra en una forma especial: «comenzaron a hablar en distintos idiomas según que el Espíritu les permitía expresarse» (Hch 2,4). Las palabras que provienen del Espíritu Santo son «como fuego», como dijo el Señor por el profeta Jeremías: «Yo haré que mis palabras sean como fuego en tu boca» (Jr 5,14). Las palabras que vienen del Espíritu Santo tienen una eficacia que las palabras humanas no tienen por sí solas, y cada uno puede oír a los discípulos expresarse en su propio idioma y hablarle al corazón, haciéndolos arder en el amor de Dios, del que ellos mismos han sido abrasados y abrazados.
En este Pentecostés del año jubilar 2025, recibamos las primicias del Espíritu prometido, acojamos el soplo y el fuego interior, dejemos que nos abrace y abrase el Amor divino.
Hoy vuelve a ocurrir lo mismo.
Pentecostés es la conclusión de las grandes maravillas con que Dios se ha dado a conocer a su pueblo y a la humanidad toda. La Pascua de Cristo alcanza su fruto más precioso en Pentecostés y la Iglesia se lanza ahora a la misión que el Hijo le dejó: «“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”, al decirles esto sopló sobre ellos y añadió: “reciban el Espíritu Santo”» (Jn 20,21-22).
La Liturgia que vivimos en la Solemnidad de Pentecostés actualiza este misterio de nuestra fe: el Espíritu Santo desciende y se derrama nuevamente hoy en nuestros corazones y quiere transformarnos, colmándonos de Sí mismo y de Su gracia, para luego ser enviados con Su fuerza.
En este Pentecostés del año jubilar 2025, recibamos las primicias del Espíritu prometido, acojamos el soplo y el fuego interior, dejemos que nos abrace y abrase el Amor divino y preguntémonos sinceramente también nosotros «¿qué debemos hacer?» (Hch 2,37). Recibamos en nuestros corazones la invitación a la conversión y al don del mismo Espíritu Santo (cf. Hch 2,38) que Jesucristo nos regala en el Cenáculo de la Iglesia. Así seremos también nosotros testigos del Crucificado y Resucitado, y proclamaremos a todos «las grandes y maravillosas obras de Dios» (cf. Hch 2,11). Que este año santo, el Espíritu Santo renueve en nosotros la esperanza que es Cristo el Señor, el Hijo del Padre.
¿Qué significa Pentecostés para ti? ¿Pides luces al Espíritu Santo para que ilumine tu vida? ¿Cómo el Espíritu Santo te ayuda a crecer en tu relación con Dios Padre? ¿Y en tu vida espiritual?