Otras reflexiones

La riqueza de las Sagradas Escrituras

“En medio de este torbellino de voces, palabras e imágenes, hay un texto que, desde hace más de dos mil años, ha proporcionado un mensaje fiable e imperecedero. Se trata de los libros de la Biblia... Los pueblos judío y cristiano han creído que en estos se comunica la palabra de Dios, la cual orienta y alimenta nuestras vidas".

Deporte y vida cristiana: ¿tendrán algo que ver?

El deportista entrena su cuerpo para la carrera mediante el ejercicio diario, el cristiano entrena su alma para el encuentro con Dios mediante la oración cotidiana y las buenas acciones. En ambos casos vemos que no son prácticas aisladas. Deben ir acompañadas con una buena alimentación, rutina de sueño y hábitos saludables. Si no, dejan de ser fructíferas y se pueden abandonar fácilmente.

La patria y la fe

El cristianismo es una religión de la historia. Por eso, durante las fases que se sucedieron entre la ruptura con España y la construcción de un Estado independiente, el clero aportó una lectura religiosa de los acontecimientos basada en la libertad y el derecho a poseerla.

Carlo Acutis: Un nuevo camino a la santidad

Estamos acostumbrados a ver la santidad como algo inalcanzable, pero Carlo nos demuestra que sí se puede ser santos en este siglo: “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”, fue su frase célebre.

Corpus Christi. Cristo vive en medio de nosotros

Haddy Bello D.

Año VII, N° 184

jueves 19 de junio, 2025

“El conocimiento y amor de Dios sólo se pueden ganar a través de una relación constante y confiada con él; la manera más segura es a través de una vida eucarística”(Edith Stein, Conferencia “El valor específico de la mujer en su significado para la vida del pueblo”, Obras Completas IV, 87).

Muchos sueñan con ganar la lotería o un gran premio, buscan ese golpe de suerte que les cambie la vida. Otros quisieran presenciar un milagro o ver con sus propios ojos cómo se transforma la hostia durante la consagración. Sin embargo, pocos se dan cuenta de que ya han ganado algo infinitamente más valioso que cualquier lotería, y que el milagro eucarístico más extraordinario ocurre cada día, cada domingo, en cada misa que se celebra. Ese milagro se presenta de la manera más sencilla: en un pequ eño pedazo de pan. Allí, Dios se entrega una y otra vez por cada uno de nosotros cuando el sacerdote pronuncia las palabras de Jesús: “Éste es mi cuerpo… entregado por ustedes” (Lc 22,19).

El acceso a la eternidad, inaugurado con la pasión, muerte y resurrección de Cristo, se actualiza cada vez que celebramos la Eucaristía.

No necesitamos esperar la segunda venida de Jesús ni el Juicio Final para participar del Banquete celestial. Como nos recuerda el Catecismo, “por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna” (CEC 1326). Por lo tanto, la Eucaristía no es una acción simbólica ni un rito mágico, tampoco una promesa para el futuro. Es el sacrificio de Cristo en sentido literal, no un mero ofrecimiento de alimento espiritual (cf. Ecclesia de Eucharistia, 13). Jesús está verdadera y corporalmente presente en el sacramento del altar. Es esa presencia real la que nos transforma personalmente y nos configura cada vez más íntimamente a Él, en cuerpo y alma.

La Eucaristía no es una acción simbólica ni un rito mágico, tampoco una promesa para el futuro. Es el sacrificio de Cristo en sentido literal, no un mero ofrecimiento de alimento espiritual.

La Fiesta del Corpus Christi fue instituida en agosto de 1264 por el Papa Urbano IV, mediante la bula Transiturus de hoc mundo, que significa “a punto de pasar de este mundo”. El título evoca uno de los momentos más decisivos de la vida de Jesús: cuando “poco antes de su Pasión, en la Última Cena, instituyó, en memoria de su muerte, el sumo y magnífico sacramento de Su Cuerpo y Su Sangre, dándonos el Cuerpo como alimento y la Sangre como bebida” (Bula citada). Una de las ideas centrales que presenta el Papa es la manera peculiar en que Cristo eligió permanecer entre nosotros: a través del alimento. ¿No resulta sorprendente su elección?

Cinco razones que pueden ayudar a comprender la iniciativa divina son:

Primero, el pan y el vino eran alimentos sencillos y accesibles en tiempos de Jesús, como lo siguen siendo hoy. Es una opción consecuente con su estilo de vida, desde la sencillez del pesebre hasta la desnudez de la cruz.

Segundo, la comida posee una fuerza especial: une, reúne y convoca. Esa dinámica constituye la esencia misma de la celebración eucarística. La misa es, fundamentalmente, compartir el amor, tal como lo vive eternamente la comunidad divina.

Tercero, la Encarnación y la Eucaristía van de la mano como dos manifestaciones de un mismo misterio: son acciones vivas y concretas de la presencia de Dios entre nosotros, que revelan su voluntad más íntima de nutrirnos y darnos su propia vida.

Cuarto, el contexto festivo del Banquete comunica la alegría profunda del Evangelio. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos invitan a sentarnos a su mesa y a participar de su vida eterna, no mañana, sino hoy.

Quinto, Jesús redime la transgresión original de Adán y Eva. Su intención es que, así como la humanidad fue sepultada en la ruina por el alimento prohibido, vuelva a la vida verdadera por un alimento bendito (cf. Bula citada). El mismo Cristo lo explica: “Yo soy el pan de vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (Jn 6,48-51).

El acceso a la eternidad, inaugurado con la pasión, muerte y resurrección de Cristo, se actualiza cada vez que celebramos la Eucaristía. Solo necesitamos abrir los ojos del corazón para contemplar el misterio de su presencia entre nosotros.

En cada misa, en cada comunión, el milagro más grande se repite: Dios que se hace alimento para que nosotros podamos vivir eternamente.

¿Cómo puedo cultivar una mirada más contemplativa que me permita reconocer el milagro cotidiano de la Eucaristía? ¿De qué manera mi participación en la Eucaristía transforma mis relaciones familiares, comunitarias y sociales? ¿Hay coherencia entre el amor que recibo en la comunión y el amor que ofrezco a los demás? Si Jesús eligió hacerse presente a través del alimento, ¿qué me dice esto sobre su forma de amar? ¿Qué revela esta elección sobre el estilo de vida cristiano al que estoy llamado/a?

“Cristo está presente corporalmente en el sacramento del altar y en virtud de la Eucaristía reconfigura en su cuerpo a todo el que la recibe, de modo que la comunidad de los creyentes unida en la Iglesia constituye el cuerpo de Cristo en el más literal de los sentidos”.

Edith Stein, Naturaleza, libertad y gracia, 116-117.

Haddy Bello D.
Vicedecana de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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