Otras reflexiones

El primer domingo de Adviento. Cuando la ciencia y la fe se encuentran

“Hay algo que la ciencia no puede responder y eso está en dominio de la fe. Y ahí es donde el Adviento entra en mi corazón. Este primer domingo no es simplemente una fecha que aparece en el calendario litúrgico; es una puerta abierta para creer, para la fe".

Recordando el gran y santo concilio de Nicea

“Lo que los proclamaron los Apóstoles y lo que definieron los Santos Padres marcaron la fe de la Iglesia de un sello de unidad. (Liturgia bizantina)”.

Dialogar para encontrarnos

“Para dialogar necesitamos sentarnos con la otra persona, encontrar tiempo en común, poner atención a lo que nos dice, en un encuentro auténticamente humano y, por lo tanto, auténticamente cristiano”.

Dios te salve María, llena eres de gracia

María me acompañaba en silencio, porque sí, porque las madres quieren a sus hijos. Y es que lo más hermoso del amor es su gratuidad. “Todo es gracia”, le dijo el Padre Hurtado a mi padre. “Todo es gracia”, murmuró Santa Teresita de Lisieux en su lecho de muerte. “Todo es gracia”, escribió Georges Bernanos en su Diario de un cura rural. “Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios”, señala San Pablo (Efesios 2,8).

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Inteligencia artificial con rostro humano

Gabriela Arriagada G.

Año VII, N° 201

viernes 17 de octubre, 2025

La IA no es solo un conjunto de herramientas: implica modelos de sociedad. No actúa por sí misma; es diseñada, entrenada y utilizada por personas, dentro de sistemas que con frecuencia reproducen desigualdad, exclusión o anonimato. Por eso, la tecnología necesita ser iluminada por la fe cristiana.

En un mundo marcado por vertiginosos avances tecnológicos, donde la inteligencia artificial crece y se expande, es necesario detenernos y, con prudencia, preguntarnos si su llegada representa un verdadero bien para cada persona y para la sociedad en su conjunto. Vivimos rodeados de información, algoritmos y sistemas que predicen e influyen en nuestros gustos, comportamientos y decisiones, alterando nuestra manera de ser, de vivir y de estar presentes, tanto con nosotros mismos como con los demás.

El gran riesgo de confiar ciegamente en sistemas automáticos es que terminemos ciegos al prójimo. Mirar la sociedad con la misericordia de Cristo significa reconocer que las personas no son datos, sino seres frágiles, vulnerables y portadores de dignidad.

Hoy podemos procesar datos y acceder a información como nunca antes en la historia de la humanidad. Sin embargo, como recordó el Papa León XIV: “La verdadera sabiduría tiene más que ver con reconocer el verdadero sentido de la vida que con la disponibilidad de datos” (Mensaje del Santo Padre León XIV a los participantes en la Segunda Conferencia Anual sobre Inteligencia Artificial, Ética y Gobernanza Empresarial, 20 de junio de 2025). Esta afirmación es una brújula para reflexionar con profundidad sobre lo que está en juego con la inteligencia artificial: una invitación a la pausa, la deliberación y la reflexión ética.

La IA no es solo un conjunto de herramientas: implica modelos de sociedad. No actúa por sí misma; es diseñada, entrenada y utilizada por personas, dentro de sistemas que con frecuencia reproducen desigualdad, exclusión o anonimato. Por eso, la tecnología necesita ser iluminada por la fe cristiana, que nos impulsa a evaluarla y contextualizarla desde lo esencial: ¿nos ayuda la IA a vivir con más justicia y esperanza?

Cuando imaginamos la IA como algo “neutral” u “objetivo”, olvidamos que su desarrollo refleja decisiones humanas, y que no existe técnica sin contexto, sin relaciones ni impactos. El gran riesgo de confiar ciegamente en sistemas automáticos es que terminemos ciegos al prójimo. Mirar la sociedad con la misericordia de Cristo significa reconocer que las personas no son datos, sino seres frágiles, vulnerables y portadores de dignidad. Es mirar a cada uno con atención y compasión, recordando las palabras del Evangelio: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). Aplicado a nuestra época, esto nos recuerda que la tecnología debe estar al servicio de las personas, y no las personas al servicio de la tecnología.

En tiempos de decisiones automatizadas, el llamado es a vivir una ética de la presencia y del encuentro: mirar, escuchar, cuidar. Solo así la IA podrá potenciar lo humano, en lugar de sustituirlo o distorsionarlo, y hacerlo con justicia, humildad y sentido.

En tiempos de decisiones automatizadas, el llamado es a vivir una ética de la presencia y del encuentro: mirar, escuchar, cuidar. Solo así la IA podrá potenciar lo humano, en lugar de sustituirlo o distorsionarlo, y hacerlo con justicia, humildad y sentido. Ser prudentes con la IA no es rechazarla, sino formular las preguntas necesarias: ¿quién queda fuera cuando un algoritmo decide?, ¿qué voces no fueron escuchadas al diseñarlo?, ¿cómo evitar que la eficiencia oculte el sufrimiento de los últimos?

Estas preguntas nos invitan a no delegar en una máquina lo que es propio del corazón humano: el amor a uno mismo y al prójimo.

“Que los fieles cristianos, los creyentes de distintas religiones y los hombres y mujeres de buena voluntad puedan colaborar en armonía para aprovechar las oportunidades y afrontar los desafíos que plantea la revolución digital, y dejar a las generaciones futuras un mundo más solidario, justo y pacífico”.

Mensaje de su Santidad Francisco para la celebración de la 57a Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2024.

Gabriela Arriagada G.
Profesora asistente del Instituto de Éticas Aplicadas e Instituto de Ingeniería Matemática y Computacional de la UC.

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