Otras reflexiones

Hacinamiento carcelario y Evangelio de Jesucristo

“En el corazón de la vida eclesial ha estado siempre la preocupación por hombres y mujeres que, habiendo cometido un delito, han sido condenados a cumplir una condena privativa de libertad. La razón de esta preocupación está en que para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros”.

Católicos en tiempos de polarización

“Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica”. Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.

Discernimiento e inteligencia artificial

La IA es una máquina (cada vez más compleja, ciertamente) que realiza acciones que llamamos “inteligentes”, pues se trata de acciones que si fueran hechas por humanos recibirían tal calificativo. Sin embargo, como toda obra humana, también la IA exige un discernimiento moral de sus usos beneficiosos y de sus riesgos para la persona humana y la sociedad en general.

Saber vivir el tiempo restante

“La acumulación de conocimientos sin mesura y el ritmo frenético de trabajo no son en absoluto conducentes al buen vivir. La conciencia del límite, de nuestra finitud en esta vida, punto en el que convergen tanto la sabiduría griega como la de las Sagradas Escrituras, nos impone la tarea de asumir el tiempo con la calma y mansedumbre que el sabio demuestra en su acción” (cf. Sant 3,13).

Arte y fe. Más allá de lo cotidiano

Magdalena Amenábar

Año II, Nº 30.

viernes 6 de noviembre, 2020

"El arte, como la oración, es un espacio de conexión en un tiempo sin tiempo."

Vivimos en un verdadero culto a la velocidad. La tecnología ha llegado a resolver la lentitud y con ella, recibimos en simultáneo, conocimiento a raudales, sin filtro y con máxima rapidez. En pocos años hemos visto cómo todo se vuelve inmediato, y en este contexto, rendimos lo mejor que podemos. Pero cuando hablamos de creación, contemplación u oración hablamos de tiempo; de un tiempo asociado al silencio, a la búsqueda, al asombro.

Unos años atrás, en medio de la plaza de Castelgandolfo, en Italia, el Papa Benedicto XVI, ante una multitudinaria audiencia, se refirió al sutil vínculo entre arte y oración, convocando a los católicos a descubrir el camino de relación viva con las artes, no solo como una instancia de enriquecimiento cultural, que también lo es, sino como un momento de gracia que nos detiene, en la vorágine del tiempo, a contemplar y escuchar.

Así, arte y fe, unidas por muchos siglos e inherentes a la condición humana, se constituyen como alimento, ya no de la razón, sino del alma. Como testigos de la historia han dado cuenta de manera silenciosa de hitos y creencias universales imborrables, y se han influenciado una a la otra siendo ambas reflejo de cada tiempo, de la evolución del ser y de sus circunstancias.

Descubrir el camino de relación viva con las artes (…) como un momento de gracia.

Es fácil asociar el arte con lo sagrado porque en la antigüedad, y hasta el siglo XIX, las religiones consideraron la belleza como una expresión de lo sublime. Cultores de la música, la arquitectura, la poesía, las letras, la pintura y la escultura, acogidos por la Iglesia, dedicaron esfuerzo y vida al intento de hacer tangible el misterio de la divinidad.

Fueron siglos en que la religión y las llamadas Bellas Artes transitaron un camino en busca de trascendencia dejándonos obras que hasta hoy nos llenan de inspiración. Tiempos en que era importante estudiar pero también orar y crear, en que el ser humano sintió necesidad de dar lo mejor de sí para honrar las grandezas de lo divino. Formarse para ello era un privilegio.

El arte, como la oración, es un espacio de conexión en un tiempo sin tiempo, en el que se siente regocijo pleno de los sentidos en comunión con el alma y en conexión con lo sutil. “El arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad de ir más allá de lo que se ve manifiesta la sed y la búsqueda de infinito. (Benedicto XVI, 31 de agosto de 2011)

En este sentido, Benedicto XVI nos pone nuevamente de frente a la belleza como un acto contemplativo, reflexivo “…el paso de la simple realidad exterior a la realidad más profunda…” y con esto, confiere a las artes la capacidad de ser un espejo que nos refleja un profundo anhelo de perfección.

Artistas de todos los tiempos se empeñaron en expresar en palabras, música e imágenes cada uno de los pasajes narrados en los textos sagrados, legándonos magníficas e imperecederas obras de inspiración cristiana, que cientos de años después nos permiten sentir el aroma de la belleza en su dimensión más perfecta “dando cuerpo a la esencia secreta de las cosas”, como diría el filósofo griego Aristóteles. Templos, escritos y sobrecogedores cantos son aún el relato vivo de un tiempo en que las artes estuvieron en el corazón mismo de quehacer sacro.

Las llamadas Bellas Artes transitaron un camino en busca de trascendencia dejándonos obras que hasta hoy nos llenan de inspiración.

En la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nos habla de la importancia de este legado como “…expresión de verdadera belleza que puede ser reconocida como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús…”, alentando con esto a la Iglesia de nuestros días a incorporar las artes en la labor evangelizadora, en la vastedad de sus múltiples expresiones actuales, porque las artes pueden transmitir fe en lo que él llama un nuevo «lenguaje parabólico»…”.

¿Qué espacio le doy al silencio, la reflexión y a la oración en mi vida? ¿Logro ver en el arte una fuente inspiradora en mi camino de búsqueda de Dios?

“El arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad de ir más allá de lo que se ve manifiesta la sed y la búsqueda de infinito. Más aún, es una puerta abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de lo cotidiano. Una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, impulsándonos hacia lo alto.”

Benedicto XVI, 31 de agosto de 2011

Magdalena Amenábar
Vicerrectora de Comunicaciones UC

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