Otras reflexiones

La fragilidad y la finitud de la vida

“La fragilidad de la muerte puede encontrarse en cualquier momento y lugar: en nuestro hogar, entre los nuestros, en el día a día. A veces, un examen médico rutinario nos revela la debilidad de nuestra salud. La finitud no constituye un evento especial, excepcional y previsible. Nuestro fin puede estar en todos lados y en lo más insustancial”.

“Si Conocieras el Don de Dios”, Jn 4,10

“La vivencia de los sacramentos tiende hoy a postergarse: la vorágine del tiempo, la proliferación de lo digital, la facilitación de la oferta, la liquidez de las relaciones y tantos otros factores invitan a expresiones más volátiles y fugaces en la vida en general. Dentro de ello, la experiencia religiosa intenta levantar la sobrenaturalidad de lo humano, y lucha por mostrarnos el don de Dios expresado en la faz de Jesús de Nazaret”.

“Vulnerabilidad humana y responsabilidad por los demás”

“Y, por otro lado, si hemos de decir la verdad, nadie aspira a ser ese ser humano vulnerable al que aludimos, ya sea anciana, niño, pobre, migrante, discapacitada, o expuesto. No es popular el ser vulnerable en el ideario social contemporáneo”.

Hablar de vocación es hablar de un llamado al amor

“La vocación es un llamado que Dios hace en lo más íntimo de nuestro ser. Es un llamado a la plenitud. Es un llamado único y original que tiene relación con los anhelos más profundos que Dios ha puesto en el corazón de cada uno de nosotros”.

Contagiados de esperanza

Mons. Alberto Lorenzelli Rossi

Año III, Nº 33.

viernes 18 de diciembre, 2020

"Con la pandemia la esperanza ha cobrado una singular actualidad"

“En estos tiempos escasea la esperanza, necesitaba un ungüento para el alma” dijo el famoso director de cine Guillermo del Toro. Hoy se ven también muchos rostros necesitando un ungüento. ¿Quién se atreverá a hablar de esperanza en un año duro como este?, ¿quién dirá que vienen días mejores para todos? No es fácil hablar de esperanza cuando todo parece cuesta arriba.

En la película Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera, un joven monje se divierte amarrando una piedra a una pequeña rana. Su maestro lo nota y le ata a él una gran piedra a la cintura. Con ella debe realizar los trajines del día y así, “cuesta arriba”, comprende que no hay paz sin bondad. Puede hablar de esperanza quien es capaz de poner las cosas en una nueva perspectiva, a veces ‘patas arriba’, contra corriente. Quien desarrolla el olfato de lo bueno, de lo bello y descubre que ha estado siempre allí, quizás oculto.

El Adviento es justamente un tiempo de gracia y de esperanza, de vigilancia y espera. Algo grande va a ocurrir: el Señor viene.

El vecino de un amigo fue ateo durante toda su vida. Por el confinamiento la comunidad no pudo reunirse a celebrar el Mes de María, de modo que hicieron recorrer la imagen de la Virgen por las calles de la población. Al pasar, la gente la saludaba desde la vereda con pañuelos tan blancos como sus mascarillas. Y salió también el vecino junto a su hija; viejo, enfermo, ondeando su pañuelo con la esperanza de la salud.

Con la pandemia la esperanza ha cobrado una singular actualidad. Nos resuena de un modo nuevo, pues hemos sufrido y seguimos sufriendo. Hay que recrear su significado. El papa Francisco nos lo recordó en su homilía la noche Santa de la Pascua: “En esta noche conquistamos un derecho fundamental que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios”. Y en Fratelli tutti nos dice quea pesar de estas sombras densas […] quiero hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien […] Invito a la esperanza” (FT 54-55).

Con el Papa quiero ¡invitar a la esperanza!, pues más allá de las circunstancias, estamos hechos para esperar lo mejor y Dios nos capacita para colaborar con él en su realización. “La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna” (FT 55).

El Adviento es justamente un tiempo de gracia y de esperanza, de vigilancia y espera. Algo grande va a ocurrir: el Señor viene, se hace uno de nosotros y debemos ampliar la mirada para descubrir con su ayuda la grandeza en lo pequeño, el deseo de justicia donde se acomete lo injusto, la solidaridad donde el pobre es olvidado, la paz donde hay agobio. El Adviento nos enseña que esto no llega con algo, sino con alguien: Jesucristo. Él se va a manifestar, él va desvelar la grandeza de un misterio, quien lo descubra podrá gritar la esperanza.

‘Esperanza expectante’ para descubrir nuevos aspectos de nuestro seguimiento de Cristo en una Navidad marcada por la pandemia.

En estos días nos nos damos la mano y evitamos tocar cosas por temor al contagio. Esas manos hechas para saludar y acariciar se han vuelto frágiles y riesgosas. Necesitamos jabón para purificarlas. Lo mismo la esperanza. No crece sin ayuda, no surge solo por nuestros méritos, sino como don. Dios se hace esperanza en nosotros y nos hace esperanzar. Por eso, si en Adviento celebramos que un Niño nacido en un pesebre trae vida al mundo y nos muestra el amor del Padre a la humanidad, eso debe generar en nosotros, a nivel personal, familiar y como comunidad de creyentes, una actitud de vigilancia expectante que se transforme en una ‘esperanza expectante’. Esperanza expectante para descubrir nuevos aspectos de nuestro seguimiento de Cristo en una Navidad marcada por la pandemia; que engendre en nosotros un movimiento al encuentro de todos, sin renunciar a nuestra identidad; que nos haga redescubrir, desde el dolor y el desconcierto, respuestas nuevas que desborden nuestro modo habitual de vivir el Adviento y la Navidad.

El Señor viene a nuestro encuentro para que nos encontremos con Él y para que, a través nuestro, muchos le conozcan y le amen. ¡Que en Adviento el Covid19 no nos robe la esperanza! Jesús viene a confirmarnos en la esperanza. Por ello, conviene preguntarse, ¿a quién se le hace hoy escasa la esperanza y necesita que, a través de mí, Jesús sea ese ungüento del alma que lo alivie?

«Hermanos, despertemos nuestro espíritu, enardezcamos nuestra fe, inflamemos nuestro deseo de las cosas celestiales; amar así es ponernos ya en camino. Que ninguna adversidad nos prive del gozo de esta fiesta interior, porque al que tiene la firme decisión de llegar a término, ningún obstáculo del camino podrá frenarlo en su propósito. No nos dejemos seducir por la prosperidad, ya que sería un caminante insensato el que, contemplando la amenidad del paisaje, se olvidara del término de su camino» (San Gregorio Magno, Homilía 14, 3-6).

Mons. Alberto Lorenzelli Rossi
Obispo Auxiliar – Vicario para el Clero

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