Otras reflexiones

Comunidades escolares y comunidades digitales

Los medios digitales, y en particular los ‘medios sociales’ (aquellos en que el usuario es el creador del contenido), son la principal tecnología de comunicación en la actualidad. Van de la mano con el smartphone: sin ese microcomputador de bolsillo, que te permite acceder casi en cualquier momento a la red, las plataformas nunca se habrían masificado tanto.

La vida es esperanza: a treinta años de Evangelium Vitae

San Juan Pablo II en este texto afirma que toda existencia humana posee una dignidad intrínseca, anterior a cualquier reconocimiento externo. Esta dignidad proviene del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios (EV, 34).

La Rerum novarum del Papa León XIII: la vigencia de un trabajo digno y decente

Rerum novarum fue el primer documento moderno de Doctrina Social de la Iglesia. Esta encíclica (carta circular) inauguró una reflexión ética sobre las realidades sociales, invitando a la acción cristiana. Su título significa “De las cosas nuevas”. ¿Cuáles eran esas “cosas nuevas” del siglo XIX que inquietaron a León XIII? La llamada “cuestión social”: la precaria situación de los trabajadores tras la primera revolución industrial.

Maternidad y paternidad como don, no como derecho

"La tasa de natalidad de la gran mayoría de los países está muy por debajo de la tasa de reemplazo (2,1). En Chile es de 1,2. Tampoco es un misterio que las familias más religiosas son también las más fecundas. Las estadísticas lo demuestran ampliamente y lo corrobora la presencia de niños y niñas en las celebraciones eucarísticas de las comunidades parroquiales".

Cristo nos abre el camino

Pbro. Samuel Fernández

Año VI, N° 12o

viernes 29 de marzo, 2024

“Si el Hijo de Dios asumió verdaderamente toda nuestra humanidad y vivió realmente en nuestras propias condiciones humanas —sin excepciones—, entonces la resurrección no es una “anomalía” en Jesús, sino la plena realización de la vocación de todo ser humano".

Si la resurrección fuera algo imposible para los seres humanos, entonces Jesús no podría haber resucitado. Si este razonamiento nos resulta sorprendente es porque no siempre tomamos en serio la Encarnación, hasta sus últimas consecuencias. Si el Hijo de Dios asumió verdaderamente toda nuestra humanidad y vivió realmente en nuestras propias condiciones humanas —sin excepciones—, entonces la resurrección no es una “anomalía” en Jesús, sino la plena realización de la vocación de todo ser humano. El Hijo de Dios hizo suya nuestra vida de tal manera que, en cuanto ser humano, no realizó cosas imposibles para nosotros, sino que, por el contrario, llevó a su plenitud nuestra vocación y nos mostró lo que es posible para cada uno de nosotros.

Por ello, Jesús de Nazaret, en cuanto hombre, es camino hacia Dios Padre. Su vida terrena muestra las reales dimensiones de la existencia humana. El ser humano es mucho más de lo que solemos pensar. Jesús no es un hombre con ciertas excepciones, sino la realización plena de la vida humana: su fidelidad, entrega a los demás, espíritu de servicio, muerte y resurrección inauguran un camino que queda abierto para cada hermana y hermano. Si Jesús, en nuestras propias condiciones, pudo vivir en plena comunión con Dios, su Padre, en total apertura al Espíritu y en completa entrega a los demás, eso quiere decir que es posible para los seres humanos vivir la comunión con el Padre, la docilidad al Espíritu y la entrega a los demás.

La verdadera divinidad de Jesús no lo hace menos humano. ¡Humanidad y divinidad no compiten! No hay que sacrificar una para que la otra pueda resplandecer.

Cuando esto se comprende, cada paso de Jesús se vuelve significativo para nuestra vida. Él realiza y muestra qué es lo auténticamente humano. La verdadera divinidad de Jesús no lo hace menos humano. ¡Humanidad y divinidad no compiten! No hay que sacrificar una para que la otra pueda resplandecer. En Jesús de Nazaret, la divinidad no anula la humanidad, tal como lo auténticamente humano no obstaculiza el desarrollo de su vida divina.

Entonces, cada paso de Jesús se vuelve significativo para nuestra vida: su bondad, su manera de enfrentar la vida, sus palabras y sus acciones son la perfecta realización del camino que cada uno de nosotros está llamado a recorrer. Jesús no está hecho con “otros materiales”, sino que está hecho de “la misma pasta” que nosotros; por ello, él y nosotros formamos parte de la misma familia. En Semana Santa, lo que él realiza, de alguna manera, está también en nuestro horizonte, a nuestro alcance. De hecho, como dice la encíclica Lumen fidei, escrita en conjunto por Benedicto XVI y Francisco, “La vida de Cristo —su modo de conocer al Padre, de vivir totalmente en relación con él— abre un espacio nuevo a la experiencia humana, en el que podemos entrar” (Lumen fidei, 18).

Jesús no está hecho con “otros materiales”, sino que está hecho de “la misma pasta” que nosotros; por ello, él y nosotros formamos parte de la misma familia.

Cuando esto sucede, entonces la resurrección es también nuestra fiesta, porque ella abre un camino que nosotros podemos recorrer. El ser humano no está destinado a la muerte. El poderoso deseo de vivir que se encuentra en cada corazón humano recibe su respuesta última en Jesús, que ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia. Cuando Dios resucita a su Hijo muestra qué quiere hacer con cada uno de nosotros. Por ello, lo que sucedió en Jesús tiene consecuencias para nosotros. La resurrección de Jesús realiza y anuncia lo que cada uno de nosotros espera: la vida plena. ¿Creo en la resurrección de Jesús y la posibilidad de que todo ser humano pueda resucitar en el día final? ¿Tomamos en cuenta que el Hijo de Dios asumió auténticamente nuestra propia naturaleza humana y que vivió su vida en nuestras mismas condiciones? ¿Asumimos personalmente el desafío de vivir auténticamente, al estilo de Jesús?

“Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación”.

Gaudium et spes, 22.

 

Pbro. Samuel Fernández
Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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