Otras reflexiones

¿Qué palabra anhelamos?

“Ante el horror del mundo, ante el tedio cotidiano, ante la belleza que nos maravilla, queremos al menos una palabra más; desahogarnos, reencantarnos, indagar, celebrar. Y quienes fijan eso en la escritura nos ayudan a seguir nombrando y escuchando”.

Inteligencia artificial con rostro humano

La IA no es solo un conjunto de herramientas: implica modelos de sociedad. No actúa por sí misma; es diseñada, entrenada y utilizada por personas, dentro de sistemas que con frecuencia reproducen desigualdad, exclusión o anonimato. Por eso, la tecnología necesita ser iluminada por la fe cristiana.

Cardenal San John Henry Newman, un nuevo doctor de la Iglesia

Newman (1801-1890), pastor anglicano converso a la Iglesia, es uno de los pensadores más versátiles del siglo XIX. Fue un prolífico escritor y una de las mentes más brillantes de su tiempo. Es considerado como un humanista en el más pleno sentido de la palabra.

Ser misionero hoy

“Ser misionero no significa, como antes, necesariamente cruzar mares, sino aprender a caminar con otros, en medio de sus dolores, alegrías y búsquedas. A mi parecer, hoy la misión tiene que ver más con una manera de estar que un lugar donde estar, con un escuchar más que con hablar, con abrazar más que conquistar".

Cultivar el ocio

Diego García

Año IV, Nº 62.

viernes 28 de enero, 2022

"Bendijo Dios el séptimo día y lo hizo santo, porque ese día descansó de sus trabajos después de toda esta creación que había hecho (Gn 2, 2)."

En su primera acepción, la RAE define “ocio” como “Cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad”. Los griegos disponían de la palabra skholè para referirse al ocio, la misma que da origen a “escuela”, pues el ocio no consistía en la inacción, sino en el cultivo del cuerpo o del espíritu, normalmente bajo la dirección de algún maestro en institutos para personas con tiempo liberado del trabajo. Sin embargo, no es fácil hacer una invitación a recuperar el ocio en su sentido original. Chile se encuentra en la parte alta de mayor cantidad de horas trabajadas anualmente, 200 horas por encima del promedio de la OCDE, según estadísticas anteriores a la pandemia. En ciudades grandes, se agrega el tiempo de desplazamiento, que hace más dura la jornada laboral y mayor la experiencia de desintegración personal en una vida urbana que tironea en tantas direcciones sin que exista armonía entre nuestras responsabilidades en el trabajo, la familia y la ciudadanía. Por eso para muchos el descanso del día, la semana y los meses de verano se figura con un anhelo de “inacción” luego de un trabajo que se percibe extenuante, embrutecedor, alienante o mal recompensado.

Los cristianos tenemos una poderosa fuente de inspiración para recuperar el tiempo de cultivo de la propia persona en el descanso de Dios en el día séptimo.

Los cristianos tenemos una poderosa fuente de inspiración para recuperar el tiempo de cultivo de la propia persona en el descanso de Dios en el día séptimo, luego de la creación de todo cuanto existe, tras haber comprobado que era bueno (Gn 2, 1-2). Proponemos buscar una espiritualidad que vincule ocio y trabajo como un binomio cuyos términos se convocan uno al otro tanto en la cotidianeidad de cada día, como en el trayecto vital más extendido en el tiempo. Ese tiempo del descanso al que somos invitados como copartícipes de la creación que Dios nos ha regalado, es mucho más que la sola recuperación de las fuerzas del músculo o la mente. En efecto, es tiempo para mirar y dar sentido al conjunto de la tarea que realizamos como parte de un proyecto de vida personal y comunitaria.

Así, el tiempo de ocio es un tiempo formativo, reflexivo y contemplativo; un tiempo, pero, sobre todo, una actitud de pausa. Tanto el sábado judío como el domingo cristiano existen para dar gracias a Dios por la creación que nos ha sido dada, así como por la liberación que nos ha dispensado de todas nuestras esclavitudes. En el caso cristiano, además, para celebrar con alegría la resurrección de Jesús. El descanso es merecido para reponerse de la servidumbre del esfuerzo, particularmente en quienes lo llevan a cabo en condiciones más miserables y penosas. Pero también descansamos para hacer un gesto consciente de paz con Dios, con uno mismo, con nuestras hermanas y hermanos, con los frutos de la cultura y con las maravillas de la naturaleza.

En la vida cristiana, el tiempo de descanso es tiempo para la solidaridad.

Adicionalmente, en la vida cristiana, el tiempo de descanso es tiempo para la solidaridad. La celebración dominical consideraba ahorrar para la colecta en apoyo de las iglesias pobres de Judea
(1 Cor 16, 2), así como un llamado a que la celebración se realizara con la presencia de los más pobres. Decía San Juan Crisóstomo: “¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo” (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, n° 50 “El socorro de los pobres, deber anterior al de adornar las Iglesias”). Si lo anterior pudiera ser el horizonte con el que vivimos cada instante tanto del esfuerzo como del reposo, el trabajo duro podría adquirir otro sentido compartido. Ese es el horizonte con que Jesús nos exhorta: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28).

Podemos preguntarnos: si la relación entre trabajo y descanso se extiende a cada momento de la vida de una persona, ¿Cómo se podría vincular nuestra organización del ocio y el trabajo con las necesidades de una buena vida familiar, del cultivo de la amistad y de la ciudadanía?

“Lejos de ser evasión, el domingo cristiano es más bien «profecía» inscrita en el tiempo; profecía que obliga a los creyentes a seguir las huellas de Aquél que vino «para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19). Poniéndose a su escucha, en la memoria dominical de la Pascua y recordando su promesa: «Mi paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,27), el creyente se convierte a su vez en operador de paz”.

Juan Pablo II, Carta Apostólica Dies Domini
sobre la Santificación del Domingo, 73.

Diego García
Académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad Alberto Hurtado

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