Otras reflexiones

Comunidades escolares y comunidades digitales

Los medios digitales, y en particular los ‘medios sociales’ (aquellos en que el usuario es el creador del contenido), son la principal tecnología de comunicación en la actualidad. Van de la mano con el smartphone: sin ese microcomputador de bolsillo, que te permite acceder casi en cualquier momento a la red, las plataformas nunca se habrían masificado tanto.

La vida es esperanza: a treinta años de Evangelium Vitae

San Juan Pablo II en este texto afirma que toda existencia humana posee una dignidad intrínseca, anterior a cualquier reconocimiento externo. Esta dignidad proviene del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios (EV, 34).

La Rerum novarum del Papa León XIII: la vigencia de un trabajo digno y decente

Rerum novarum fue el primer documento moderno de Doctrina Social de la Iglesia. Esta encíclica (carta circular) inauguró una reflexión ética sobre las realidades sociales, invitando a la acción cristiana. Su título significa “De las cosas nuevas”. ¿Cuáles eran esas “cosas nuevas” del siglo XIX que inquietaron a León XIII? La llamada “cuestión social”: la precaria situación de los trabajadores tras la primera revolución industrial.

Maternidad y paternidad como don, no como derecho

"La tasa de natalidad de la gran mayoría de los países está muy por debajo de la tasa de reemplazo (2,1). En Chile es de 1,2. Tampoco es un misterio que las familias más religiosas son también las más fecundas. Las estadísticas lo demuestran ampliamente y lo corrobora la presencia de niños y niñas en las celebraciones eucarísticas de las comunidades parroquiales".

Cultivar el ocio

Diego García

Año IV, Nº 62.

viernes 28 de enero, 2022

"Bendijo Dios el séptimo día y lo hizo santo, porque ese día descansó de sus trabajos después de toda esta creación que había hecho (Gn 2, 2)."

En su primera acepción, la RAE define “ocio” como “Cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad”. Los griegos disponían de la palabra skholè para referirse al ocio, la misma que da origen a “escuela”, pues el ocio no consistía en la inacción, sino en el cultivo del cuerpo o del espíritu, normalmente bajo la dirección de algún maestro en institutos para personas con tiempo liberado del trabajo. Sin embargo, no es fácil hacer una invitación a recuperar el ocio en su sentido original. Chile se encuentra en la parte alta de mayor cantidad de horas trabajadas anualmente, 200 horas por encima del promedio de la OCDE, según estadísticas anteriores a la pandemia. En ciudades grandes, se agrega el tiempo de desplazamiento, que hace más dura la jornada laboral y mayor la experiencia de desintegración personal en una vida urbana que tironea en tantas direcciones sin que exista armonía entre nuestras responsabilidades en el trabajo, la familia y la ciudadanía. Por eso para muchos el descanso del día, la semana y los meses de verano se figura con un anhelo de “inacción” luego de un trabajo que se percibe extenuante, embrutecedor, alienante o mal recompensado.

Los cristianos tenemos una poderosa fuente de inspiración para recuperar el tiempo de cultivo de la propia persona en el descanso de Dios en el día séptimo.

Los cristianos tenemos una poderosa fuente de inspiración para recuperar el tiempo de cultivo de la propia persona en el descanso de Dios en el día séptimo, luego de la creación de todo cuanto existe, tras haber comprobado que era bueno (Gn 2, 1-2). Proponemos buscar una espiritualidad que vincule ocio y trabajo como un binomio cuyos términos se convocan uno al otro tanto en la cotidianeidad de cada día, como en el trayecto vital más extendido en el tiempo. Ese tiempo del descanso al que somos invitados como copartícipes de la creación que Dios nos ha regalado, es mucho más que la sola recuperación de las fuerzas del músculo o la mente. En efecto, es tiempo para mirar y dar sentido al conjunto de la tarea que realizamos como parte de un proyecto de vida personal y comunitaria.

Así, el tiempo de ocio es un tiempo formativo, reflexivo y contemplativo; un tiempo, pero, sobre todo, una actitud de pausa. Tanto el sábado judío como el domingo cristiano existen para dar gracias a Dios por la creación que nos ha sido dada, así como por la liberación que nos ha dispensado de todas nuestras esclavitudes. En el caso cristiano, además, para celebrar con alegría la resurrección de Jesús. El descanso es merecido para reponerse de la servidumbre del esfuerzo, particularmente en quienes lo llevan a cabo en condiciones más miserables y penosas. Pero también descansamos para hacer un gesto consciente de paz con Dios, con uno mismo, con nuestras hermanas y hermanos, con los frutos de la cultura y con las maravillas de la naturaleza.

En la vida cristiana, el tiempo de descanso es tiempo para la solidaridad.

Adicionalmente, en la vida cristiana, el tiempo de descanso es tiempo para la solidaridad. La celebración dominical consideraba ahorrar para la colecta en apoyo de las iglesias pobres de Judea
(1 Cor 16, 2), así como un llamado a que la celebración se realizara con la presencia de los más pobres. Decía San Juan Crisóstomo: “¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo” (Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, n° 50 “El socorro de los pobres, deber anterior al de adornar las Iglesias”). Si lo anterior pudiera ser el horizonte con el que vivimos cada instante tanto del esfuerzo como del reposo, el trabajo duro podría adquirir otro sentido compartido. Ese es el horizonte con que Jesús nos exhorta: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28).

Podemos preguntarnos: si la relación entre trabajo y descanso se extiende a cada momento de la vida de una persona, ¿Cómo se podría vincular nuestra organización del ocio y el trabajo con las necesidades de una buena vida familiar, del cultivo de la amistad y de la ciudadanía?

“Lejos de ser evasión, el domingo cristiano es más bien «profecía» inscrita en el tiempo; profecía que obliga a los creyentes a seguir las huellas de Aquél que vino «para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19). Poniéndose a su escucha, en la memoria dominical de la Pascua y recordando su promesa: «Mi paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,27), el creyente se convierte a su vez en operador de paz”.

Juan Pablo II, Carta Apostólica Dies Domini
sobre la Santificación del Domingo, 73.

Diego García
Académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad Alberto Hurtado

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