Cada nueva vida nos permite redescubrir la dimensión gratuita del amor; en el imaginario de cualquier sociedad los niños y niñas representan lo nuevo, lo genuino, lo frágil, pero también representan proyección, novedad y futuro. El Papa Francisco nos recuerda que “los niños son en sí mismos una riqueza para la humanidad y también para la Iglesia, porque nos llaman constantemente a la condición necesaria para entrar en el Reino de Dios: aquella de no considerarnos autosuficientes sino necesitados de ayuda, de amor, de don…» (Papa Francisco, 2015).
Jesús nos obliga a cambiar de lógica, nos sorprende pidiendo la cercanía de los niños y poniéndolos como ejemplo, hay que ser como ellos para recibir el Reino.
Apostar por la defensa y cuidado de los niños y niñas nos obliga a releer las palabras del evangelio: “Algunas personas le presentaban los niños para que los tocara, pero los discípulos les reprendían. Jesús, al ver esto, se indignó y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. En verdad les digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». Jesús tomaba a los niños en brazos e imponiéndoles las manos, los bendecía” (Mc. 10, 13-16). Sabido es que, en tiempos de Jesús, los niños no eran considerados socialmente, sino más bien eran sujetos sin derechos e incluso comprendidos como objetos de posesión familiar. Los niños no conocen la Ley, imprescindible para la salvación, por eso que los mismos discípulos los apartan de Jesús y los reprenden; pero Jesús nos obliga a cambiar de lógica, nos sorprende pidiendo la cercanía de los niños y poniéndolos como ejemplo, hay que ser como ellos para recibir el Reino.
Si volvemos al texto del evangelio de San Marcos, la ternura de Jesús con los niños es explícita, les abraza y les bendice, porque su mirada sobre ellos es de amor y de esperanza. Los niños tienen un corazón abierto, no hay condiciones para recibir el regalo del anuncio, con espontaneidad se dejan abrazar por Jesús, se ponen bajo sus manos, se alegran y se sorprenden; su pequeñez los hace ser predilectos. Este gesto de cariño es poco común, y particularmente acariciar aparece en dos textos (cf. Mc 9, 35-36; Mt 18, 1-5) ni siquiera a María, su madre, se hace referencia con un gesto de Jesús como es hacia los niños.
Así como Jesús explícitamente reprende a los discípulos diciéndoles “dejen que los niños vengan a mí”, también él va al encuentro del niño o la niña que sufre, y los sana. Una hermosa escena de profundo cariño, de atención, de cuidado, es la que podemos encontrar en el evangelio de San Marcos cuando Jesús sana a una niña de doce años (Mc 5, 39). Otras curaciones de niños aparecen en Mateo y Juan cuando Jesús sana, a pesar de la distancia, a la hija de una mujer pagana (cf. Mt 15, 21-28) y al hijo de un oficial real (cf. Jn 4, 46-54).
Nuestra sociedad reconoce a los niños y niñas como sujetos de derecho; sin embargo, también es cierto que su fragilidad no desaparece, y la explicitación de sus derechos tampoco ha logrado erradicar situaciones de vulneración que duelen y nos interpelan.
Sin duda, hoy no estamos en el tiempo de Jesús, y nuestra sociedad reconoce a los niños y niñas como sujetos de derecho; sin embargo, también es cierto que su fragilidad no desaparece, y la explicitación de sus derechos tampoco ha logrado erradicar situaciones de vulneración -abandono, maltrato e inclusive la muerte- que duelen y nos interpelan. Son los rostros de una realidad cercana que se transforman día a día en una interpelación al corazón del creyente. Jesús nos invita a detenernos en el camino, como el samaritano, a no pasar de largo, llamando la atención a quien desprecie a los pequeños (Mt 18,10).
Resulta entonces fundamental revitalizar el valor de la familia, como cuna de vida y amor, y de nuestra comunidad creyente como un lugar para alzar la voz por el cuidado, por el buen trato, por la protección de niños y niñas, especialmente aquellos más desfavorecidos.
Abracemos a nuestros niños y niñas, especialmente a quienes injustamente viven experiencias de dolor. Como cristianos, ¿estamos abrazando a niños y niñas más pobres?, ¿somos valientes para defender la vida de los niños nacidos y de los que están por nacer?, ¿a qué podemos comprometernos en términos de cuidado y protección de los niños y niñas? Que las palabras de Jesús resuenen en nuestro corazón para defender la vida de los más pequeños en todas sus expresiones, recordando que “cada niño está en el corazón de Dios desde siempre …” (Amoris Laetitia, n° 168).