Otras reflexiones

La interculturalidad como vehículo de cohesión social en la vida parroquial

“Chile hoy es un país más diverso desde el punto de vista cultural. En torno a un 20% de la población se autoidentifica como una persona perteneciente a algún pueblo originario, o bien, como parte de alguna comunidad migrante o extranjera”.

Pueblos originarios y fe: enseñanzas desde otras culturas

“En Chile se distinguen legalmente 10 pueblos indígenas y al pueblo tribal afrodescendiente. Cada uno tiene una continuidad histórica, identidad cultural, idioma y tradiciones. Tienen también su propia religión. ¿Qué significa para la comunidad eclesial, pueblo de Dios, valorar esta diversidad cultural y por tanto religiosa?”

Tiempo, un don para la escucha

“Más allá de nuestros frenéticos anhelos de usar bien el tiempo y no perder ni un minuto, está la realidad de que el tiempo es un don de Dios, que Él gratuitamente nos concede y que nos invita a vivirlo en comunión con Él”.

Desafíos y oportunidades de las universidades católicas en el siglo XXI

“Los números no deben generar confusión. No se trata de aspectos cuantitativos los que garantizarán una fidelidad a la misión. Es el alma, la esencia, la que se debe preservar”.

¿Dónde está Cristo en la pandemia?

Dr. Felipe Heusser R.

Año II, Nº 31.

viernes 20 de noviembre, 2020

"Nuestra fe nos muestra el amor de Dios Padre, que cuida de todas sus creaturas y nos regala la certeza que este drama también tiene sentido."

Toda enfermedad desnuda nuestra fragilidad. Mientras más grave o inesperada, más sacude nuestras certezas, planes y ambiciones y nos lleva a situarnos existencialmente como creaturas finitas, pero trascendentes. Los profesionales de la salud convivimos a diario con estas experiencias, y en ellas frecuentemente percibimos el dolor espiritual de quienes no encuentran sentido a sus sufrimientos, y ante quienes no tenemos respuestas humanas.

Confortados por nuestra fe, agradecemos el privilegio único de servir, aquí y ahora, a nuestro prójimo sufriente.

En los últimos meses hemos estado viviendo una grave pandemia, una crisis sanitaria inédita, impensable para el siglo XXI considerando los grandes avances de la medicina de las últimas décadas. ¿Pero qué pasa con una pandemia como la que estamos viviendo? Eso es otra cosa, de magnitud colosal, jamás experimentada por nadie de estas generaciones, es la enfermedad llevada al extremo: se acaban muchísimas certidumbres, se nubla el futuro de todos, nadie está fuera de peligro, nuestros dioses con pies de barro se derrumban también. Agrega sufrimiento a las familias y dramatismo a esta extraña e inimaginada situación la implacable soledad en la que los pacientes graves deben vivir su enfermedad, a sabiendas incluso que pueden estar enfrentando sus últimos días. Ningún agente sanitario, por más duro que tenga el corazón, vive esto sin conmoverse profundamente y así, afloran nuestros mejores sentimientos, esos que nos llamaron a elegir servir, a entregarnos por los pacientes. Pero también otros que nos cuesta reconocer: la desazón, el cansancio, el miedo…sí, el miedo, la imposibilidad de encontrar un sentido a lo que pasa a nuestro alrededor, la conciencia de lo limitado de nuestros saberes.

Como personas de fe, en las situaciones tan críticas, en las que la cruz no es un símbolo sino una vivencia, decimos con el salmista “¿por qué Yahvé te quedas lejos, te escondes en las horas de la angustia?” y con Cristo moribundo “Dios mío, Dios mío ¿porque nos has abandonado?”. Pero surge luego, de esta confusión y desesperanza, la maravilla de la fe cristiana y la promesa de la segunda bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados”. Lloremos entonces, que nuestro llanto tiene ahora sentido. Más allá de este necesario consuelo, nuestra fe nos muestra el amor de Dios Padre, que cuida de todas sus creaturas y nos regala la certeza que este drama también tiene sentido, para mí y para mis pacientes, pese a nuestro escaso entendimiento. Entonces “el miedo se ha convertido en fortaleza, la angustia en alegría, sin dejar de ser angustia, y triunfamos sobre el sufrimiento sin escapar de él, sino aceptándolo totalmente” (T. Merton). Y así, confortados por nuestra fe, agradecemos el privilegio único de servir, aquí y ahora, a nuestro prójimo sufriente, Cristo flagelado.

La dramática realidad sanitaria que nos ha tocado vivir es, sin duda, una gran oportunidad para vivir nuestra fe y más allá de nuestros conocimientos y ayuda técnica, ofrecer humanidad, que no es sino el centro mismo de la medicina.

Nuestro desafío es a construir una sociedad realmente centrada en las personas.

Como hombres y mujeres de fe sabemos que lo que la humanidad está viviendo debe tener un sentido, que quizá debemos todavía buscar y encontrar. Desde luego tenemos el desafío de aprender de la profunda experiencia humana de la pandemia: trabajar en comunidad, anteponer el bien común, desterrar el individualismo. Como dice Francisco en la Encíclica Fratelli Tutti: “la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos.”

Nuestro desafío es a construir una sociedad realmente centrada en las personas. Como formadores de profesionales de la salud, iluminados por la fe, debemos responder innovadoramente y sistemáticamente al desafío de renovar la humanización de la medicina, para no olvidar lo que es la esencia de esta, que es el cuidado de personas, y en ningún caso relegarlo a un segundo plano subsumido por el avasallador y cautivante avance de la técnica.

Finalmente los invito a reflexionar, desde su vivencia en estos meses de crisis sanitaria, ¿Dónde he visto a Cristo en esta pandemia? ¿Qué sentido ha tenido para mí lo vivido durante la pandemia?

“Los trabajadores de la salud (..) han atestiguado la cercanía de Dios a los que sufren; han sido artesanos silenciosos de la cultura de la cercanía y la ternura. Cultura de cercanía y de ternura. Y vosotros habéis sido testigos incluso en las pequeñas cosas: en las caricias…, incluso con el móvil, conectando a ese anciano que se estaba muriendo con su hijo, con su hija para despedirse de ellos, para verlos por última vez…; pequeños gestos de creatividad y de amor… Esto nos ha hecho bien a todos. Testimonio de proximidad y ternura(…) Como creyentes nos corresponde dar testimonio de que Dios no nos abandona, sino que da sentido en Cristo también a esta realidad y a nuestro límite”.

Papa Francisco, a los médicos, enfermeros y agentes sanitarios de lombardía,
20 de junio de 2020.

Dr. Felipe Heusser R.
Decano de la Facultad de Medicina UC

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