Otras reflexiones

Peregrinar en tiempo jubilar: Camino de fe y gratitud

Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14,6), por lo que los cristianos siempre estamos llamados a acompañar a Jesús en el camino, en su peregrinación hacia el Reino. En este tiempo jubilar, caminar al santuario con otros peregrinos y con nuestros seres queridos cobra un significado especial.

Habemus Papam: León XIV

Se corrieron las cortinas de la Logia de la Bendición y el cardenal Dominique Mamberti pronunció aquellas dos palabras que anhelábamos escuchar: Habemus Papam. León XIV, el nombre que eligió Robert Francis Prevost Martínez, quien fue el prefecto del Dicasterio para los obispos y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, tiene mucho que decirnos.

Los talentos y la música

"Porque es como si uno al emprender un viaje llama a sus siervos y les entrega su hacienda, dándole a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad. Luego el que había recibido cinco talentos se fue y negoció con ellos y ganó otros cinco. Asimismo, el de los dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno se fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su amo" (Mt. 25 14, 30).

Cuando el Papa Francisco habló para la UC

El ritmo acelerado y la implantación casi vertiginosa de algunos procesos y cambios que se imponen en nuestras sociedades nos invitan de manera serena, pero sin demora, a una reflexión que no sea ingenua, utópica y menos aún voluntarista. Lo cual no significa frenar el desarrollo del conocimiento, sino hacer de la Universidad un espacio privilegiado «para practicar la gramática del diálogo que forma encuentro».

Educar el discernimiento ético

David Preiss

Año VI, N° 126

viernes 10 de mayo, 2024

“En una era marcada por la desesperanza, debemos renovar nuestro empeño en transmitir a las futuras generaciones un sentido de responsabilidad y de optimismo respecto de su futuro. Para ello, es esencial dotar a la educación de significado”.

Vivimos tiempos muy desafiantes. La crisis climática y la pandemia, el terrorismo y el retorno de las guerras, incluyendo la amenaza nuclear, la crisis y polarización social, han definido el siglo XXI. En una era marcada por la desesperanza, debemos renovar nuestro empeño en transmitir a las futuras generaciones un sentido de responsabilidad y de optimismo respecto de su futuro. Para ello, es esencial dotar a la educación de significado. Es decir, promover que las nuevas generaciones busquen en su educación, además del desarrollo de habilidades instrumentales, la ampliación de sus capacidades de discernimiento ético, puesto que las respuestas que debemos dar a las crisis ya mencionadas no descansan sólo en nuestra capacidad de comprender científicamente o alterar tecnológicamente su naturaleza. Requieren también de nuestra capacidad de optar por cursos de acción que conduzcan al bien común de quienes habitamos hoy nuestro planeta y de quienes lo habiten en el futuro, incluyendo especies naturales distintas a la nuestra.

Nuestras ganancias en inteligencia no dieron los resultados que esperábamos, si es que nuestra meta era también crear un mundo donde todas las personas pudiesen desarrollar su potencial con dignidad y en equilibrio con la naturaleza.

Durante el siglo XX, la humanidad apostó fuertemente por la generación y transmisión de conocimiento científico-tecnológico, como una forma de superar los desafíos del subdesarrollo económico y de las diversas crisis geopolíticas que debió enfrentar. Asistimos así a una competencia global que puso el conocimiento al servicio de intereses instrumentales. Y, en un sentido muy restringido, esta apuesta dio los resultados esperados. La humanidad tiene hoy un nivel de riqueza que supera con creces al de generaciones anteriores. Y, según sugiere la investigación psicológica, también tiene un nivel más alto de inteligencia. Sin embargo, la riqueza de que disponemos hoy está muy mal distribuida, de modo que las brechas entre comunidades y naciones se profundizaron. Además, esta riqueza ha sido conseguida a un costo ecológico tan grande que pone en duda la continuidad de nuestros ecosistemas. Nuestras ganancias en inteligencia no dieron los resultados que esperábamos, si es que nuestra meta era también crear un mundo donde todas las personas pudiesen desarrollar su potencial con dignidad y en equilibrio con la naturaleza.

Debemos revisar nuevamente qué entendemos por los fines de la educación y cuáles son las formas que damos a nuestros programas de enseñanza en escuelas, liceos y universidades.

Por ello, si bien no podemos abandonar, en ninguna circunstancia, nuestra aspiración a desarrollar la inteligencia y a generar y transmitir nuevo conocimiento, debemos acompañar ese proceso con un cultivo sistemático de la habilidad de discernimiento que usualmente asociamos a la sabiduría. Este discernimiento descansa en la regla de oro, tal como la enunciaron Hillel: “No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti; eso es la Torah, todo lo demás es comentario, anda y aprende”, y Jesús: “Así pues, hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes; porque en eso se resumen la ley y los profetas”.

Tengo la certeza de que, si vamos a dotar a las futuras generaciones de un nuevo optimismo sobre un futuro incierto, debemos volver a poner en el centro de nuestra formación educacional el razonamiento que se deriva de esta regla de oro, en cuya simpleza están las respuestas que nos permitirán convivir en la sociedad compleja del presente y del futuro. Ello requiere organizar el cultivo de nuestros talentos individuales en torno al valor de la reciprocidad. Para ello, debemos revisar nuevamente qué entendemos por los fines de la educación y cuáles son las formas que damos a nuestros programas de enseñanza en escuelas, liceos y universidades. Si algo aprendimos en el pasado, es que el desarrollo del discernimiento ético no resulta espontáneamente de la mera convivencia. Éste requiere de instrucción deliberada y de la presencia de modelos pedagógicos que inspiren a las nuevas generaciones a recuperar el sentido de comunidad y universalidad que informan todo discernimiento ético.

¿De qué modo podemos enseñar el discernimiento ético en nuestras escuelas, colegios, y universidades? ¿Cuáles problemas contemporáneos requieren de soluciones éticas y no sólo tecnológicas? ¿Cómo podemos desarrollar un discernimiento ético de alcance universal en una sociedad diversa cultural y religiosamente?

«Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere conseguir cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado».

Papa Francisco, Laudato si’,  215.

David Preiss
Director programa Penta UC

Comparte esta reflexión