En la maravilla de la Creación, la humanidad es una entre millones de especies que pueblan ecosistemas diversos y espectaculares, que en su conjunto dan forma a un planeta vivo que nos acoge amorosamente. Aún cuando el Señor nos exhorta a ser “administradores fieles” (cf. Lc 12,41-48), nuestro actuar dista mucho de ese cuidado esperado. Nuestra explotación insaciable de recursos naturales del planeta, fruto de nuestra soberbia, nos ha conducido a una crisis sin precedentes. Una vez reconocida esta crisis, debemos con urgencia desacoplarnos del falso antropocentrismo que hemos protagonizado.
Nuestra codicia desmesurada, que ya se ha hecho cultura, nos expone a protagonizar la destrucción de la Casa Común. Junto con desvincularnos de la naturaleza, nos hemos desconectado entre nosotros. Muchos de los desarrollos tecnológicos y el alcance global de nuestras iniciativas han contribuido a aumentar la efectividad de estos descalabros. Este crecimiento tecnológico y de injusticia entre hermanos se ha volcado contra la Creación afectando a muchas de sus especies. El 2020 marcó el año en que la masa de elementos creados por humanos supera a la biomasa de todas las especies vivas. Hoy la misma ciencia nos alerta que, de seguir este tipo de desarrollo, se extinguirán un tercio de todos los animales y plantas del planeta.
Este momento de crisis se ofrece como una oportunidad para modificar el rumbo.
Desearíamos actuar como una colmena de abejas que construye coordinadamente su estructura social para dar un mejor vivir a toda su población. Pero hasta ahora hemos evolucionado al ritmo de ambiciones y excentricidades de una minoría económicamente privilegiada. Es el desesperanzado estilo de vida que ha vulnerado justicias y ecosistemas. El mismo Papa Francisco nos habla de una “cultura del descarte” (LS 16), en la que, por igual, se margina al ser humano y se ríe del equilibrio natural de la Casa Común: “cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos” (LS 13). Y aun cuando debemos reconocer progresos importantes en la salud y el desarrollo económico, nos falta incorporar en nuestra idea de desarrollo reducir la desigualdad y superar las condiciones infrahumanas de una gran mayoría.
Con todo, este momento de crisis se ofrece como una oportunidad para modificar el rumbo. Por una parte, esa misma ciencia que ha pivoteado el desarrollo que hoy cuestionamos, levanta la voz para advertirnos que dicho desarrollo podría llevarnos a un colapso sin precedentes. Es necesario “pensar también en detener un poco la marcha, en poner algunos límites racionales e incluso en volver atrás antes que sea tarde” (LS 193). Por otra, nuevos avances tecnológicos y soluciones basadas en la naturaleza nos permiten evitar e incluso revertir el daño generado. Pero lo más importante es el proceso de conversión personal, protagonizado especialmente entre los jóvenes. Es allí donde debemos focalizarnos.
Debemos volver al administrador fiel. Incluso partiendo desde lo más pequeño, pues en esa humilde fidelidad podremos serlo en lo grande (Cf. Mt 25,23)
Ellos nos exigen una vida más austera y solidaria, tal como lo hemos visto en los pueblos originarios, que coexistiendo respetuosamente con la naturaleza nos dejan una sabiduría ancestral que puede iluminar el camino. Basta apreciar con humildad los delicados equilibrios dinámicos que otorgan sustentabilidad a los ecosistemas.
Debemos volver al administrador fiel. Incluso partiendo desde lo más pequeño, pues en esa humilde fidelidad podremos serlo en lo grande (Cf. Mt 25,23), que también se nos encarga: cuidando el agua, siendo austeros, reciclando, involucrándose en la justicia del barrio y el país, instruyéndonos, evitando políticas de consumo innecesario, etc. Es un llamado imprescindible. Además, sabemos que tenemos la ayuda de Quien, habiéndonos creado, se hizo creatura para cambiar nuestro corazón y así ser administradores fieles, prudentes y responsables.
¿Tengo conciencia de cómo impacto al cuidado del medio ambiente? ¿Cuestiono si verdaderamente necesito todo lo que compro? ¿cuestiono el impacto social y ambiental de los servicios y productos que adquiero? ¿qué comodidades estoy dispuesto a dejar para contribuir a una mejor “casa común”?