En su esencia, la televisión es un medio de comunicación masivo con el poder de informar, educar, entretener y unir a la nación. Sin embargo, no todos los contenidos cumplen con estos propósitos de igual manera. En el caso de los programas de farándula, existen dos vertientes marcadas. Por un lado, los que informan sobre las actividades profesionales de figuras del espectáculo y celebridades, resaltando sus logros y contribuciones al mundo del arte, la cultura y el deporte. Este enfoque puede ser una ventana hacia la creatividad y el esfuerzo de quienes trabajan en la industria del entretenimiento, promoviendo una visión enriquecedora de su trabajo.
Una televisión que respete la dignidad de las personas y fomente el desarrollo espiritual puede convertirse en una herramienta poderosa para el bien común.
Por otro lado, están los programas que centran su narrativa en la vida privada de las celebridades, a menudo promoviendo el morbo y el sensacionalismo. Estos espacios no solo trivializan la vida íntima de las personas, sino que también perpetúan una cultura de superficialidad y falta de respeto. En este contexto, el Papa Francisco ha advertido sobre el impacto negativo del chisme, calificándolo como un acto que desune y degrada la convivencia humana. La «mala farándula», como expresión de esta tendencia, no contribuye a construir una sociedad más empática y reflexiva.
La entretención, sin duda, cumple un rol fundamental en nuestras vidas, pero su valor no debe medirse solo en términos de distracción o placer efímero. Una televisión que respete la dignidad de las personas y fomente el desarrollo espiritual puede convertirse en una herramienta poderosa para el bien común. Es importante que los contenidos que consumimos nos desafíen, nos enriquezcan y nos lleven a reflexionar sobre nuestra propia humanidad. En un mundo hiperconectado, donde la información es muchas veces manipulada o falsificada mediante tecnologías como la inteligencia artificial, es crucial elegir programas que promuevan la verdad y los valores positivos.
La televisión tiene el potencial de ser mucho más que un espacio de entretenimiento. Puede convertirse en una plataforma para fortalecer la empatía, la comprensión y la conexión entre las personas.
El Consejo Nacional de Televisión y los legisladores tienen la responsabilidad de actualizar los marcos regulatorios para garantizar que los contenidos televisivos cumplan con estándares éticos y de calidad. Sin embargo, la responsabilidad finalmente recae en cada uno de nosotros, como espectadores, el deber de discernir lo que consumimos. Al encender el televisor, debemos preguntarnos si lo que estamos viendo contribuye al respeto, a la creatividad y al desarrollo personal. Esta elección no es neutra; es un acto consciente que define los valores que deseamos para nuestra sociedad.
La televisión tiene el potencial de ser mucho más que un espacio de entretenimiento. Puede convertirse en una plataforma para fortalecer la empatía, la comprensión y la conexión entre las personas. Al elegir contenidos que respeten la dignidad humana, fomenten el pensamiento crítico y ofrezcan una perspectiva enriquecedora de la realidad, contribuimos a construir una sociedad más justa y solidaria. En definitiva, el acto de ver televisión puede y debe ser una oportunidad para crecer como individuos y como comunidad.
¿Crees que aporta positivamente a tu comunidad el efecto de la televisión abierta? ¿Soy consciente de lo que estoy mirando para hacer un trabajo a nivel personal y construir un ambiente más sano? ¿Cuáles son los valores que les queremos enseñar a los más jóvenes en nuestras parroquias?