Otras reflexiones

Comunidades escolares y comunidades digitales

Los medios digitales, y en particular los ‘medios sociales’ (aquellos en que el usuario es el creador del contenido), son la principal tecnología de comunicación en la actualidad. Van de la mano con el smartphone: sin ese microcomputador de bolsillo, que te permite acceder casi en cualquier momento a la red, las plataformas nunca se habrían masificado tanto.

La vida es esperanza: a treinta años de Evangelium Vitae

San Juan Pablo II en este texto afirma que toda existencia humana posee una dignidad intrínseca, anterior a cualquier reconocimiento externo. Esta dignidad proviene del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios (EV, 34).

La Rerum novarum del Papa León XIII: la vigencia de un trabajo digno y decente

Rerum novarum fue el primer documento moderno de Doctrina Social de la Iglesia. Esta encíclica (carta circular) inauguró una reflexión ética sobre las realidades sociales, invitando a la acción cristiana. Su título significa “De las cosas nuevas”. ¿Cuáles eran esas “cosas nuevas” del siglo XIX que inquietaron a León XIII? La llamada “cuestión social”: la precaria situación de los trabajadores tras la primera revolución industrial.

Maternidad y paternidad como don, no como derecho

"La tasa de natalidad de la gran mayoría de los países está muy por debajo de la tasa de reemplazo (2,1). En Chile es de 1,2. Tampoco es un misterio que las familias más religiosas son también las más fecundas. Las estadísticas lo demuestran ampliamente y lo corrobora la presencia de niños y niñas en las celebraciones eucarísticas de las comunidades parroquiales".

Hacer de la interrupción
un camino

Paula Luengo Kanacri

Año III, Nº 46.

viernes 18 de junio, 2021

"A esta sociedad que le ocurrió una gran interrupción: la pandemia. La pregunta ahora es cómo abordamos nuevamente esta forma del tiempo que no controlamos."

Mientras la pandemia nos sigue colocando en una “gran sala de espera” colectiva, nos preguntamos día tras día ¿cuándo empezará su fin? ¿en qué momento podremos retomar el ritmo y la forma de nuestras actividades, vínculos y proyectos? ¿cuánto queda para dejar atrás definitivamente tanta incertidumbre? Estamos ya muy cansados y estas preguntas parecen apremiantes. El ser humano siempre ha tenido una relación compleja con el tiempo, pero seguramente desde la modernidad hasta esta parte esta relación se ha vuelto tortuosa. Grandes pensadores como Goethe, Baudelaire, Thomas Mann, han observado la aceleración de la vida social, cultural e incluso espiritual. Desde las ciencias sociales se habla hoy de una teoría crítica de la temporalidad, junto al análisis de procesos de aceleración y alienación típicos de la división del trabajo. Estamos en una sociedad que permite y requiere rapidez, optimización, velocidad, productividad, es decir, hacer más con menos tiempo, aprovechar cada microsegundo, alcanzar las metas lo antes posible. ¿Cómo es que amanecemos con la sensación de estar ya atrasados desde que abrimos los ojos? Quienes no están al ritmo, arriesgan, de hecho, ser olvidados en los márgenes, quedarse atrás o a un costado, definitivamente excluidos.

Es la imagen que los Evangelios nos relatan de una gran interrupción, de la interrupción en el camino de un samaritano.

Es a esta sociedad que le ocurrió -de repente- una gran interrupción: la pandemia. De un momento a otro nos encontramos sin el control de un tiempo que comenzó a dilatarse en una espera interminable, ambigua, híbrida. La impaciencia y sus efectos multidimensionales se empezaron a hacer sentir y tuvieron que ver con nuestra obsesiva necesidad de control y dominio del tiempo. Quienes nos ocupamos de salud mental sabemos, de hecho, que al origen del malestar psíquico típico de nuestros días está la imposibilidad de vivir el “aquí y el ahora”.

Del latín interruptĭo, la acción de interrumpir tiene que ver con impedir o detener la continuidad de lo que se está haciendo. Pero ¿interrumpidos en qué? ¿qué estábamos haciendo cuando de golpe las coordenadas temporales de nuestras vidas con esta pandemia se quebraron y empezamos a darnos cuenta de nuestra visceral prisa? ¿Detrás de qué estábamos tan acelerados? Me ha acompañado en estas deliberaciones una imagen. Es la imagen que los Evangelios nos relatan de una gran interrupción, de la interrupción en el camino de un samaritano. Me gusta recordarla: “En cambio, un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió profundamente, se acercó y le vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino. Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un albergue y se quedó cuidándolo (…)” (Lc 10,25-37). Este hombre simple y sin títulos religiosos o académicos interrumpe su viaje para cuidar a un herido inesperado. El papa Francisco sitúa esta imagen, de hecho, en el corazón de su última Encíclica, Fratelli Tutti: “Uno se detuvo, le regaló cercanía, (…) sobre todo, le dio algo que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo (…) lo consideró digno de dedicarle su tiempo.” (Cv. 63). Digno de su tiempo.

La necesidad de tener ojos para ver, oídos para escuchar, manos para empatizar, voz para consolar a todos los solos del camino.

Hay aquí una profunda experiencia interior de despojo. ¿Es posible dejarnos interrumpir por esta pandemia? ¿Es posible dejarnos interrumpir por sus heridos? Esta imagen me indica lo difícil pero necesario que es predisponernos a recibir lo inesperado, a los heridos del camino, a cambiar nuestros programas, a dejar nuestros planes, a no tener otro plan que aquel de caminar atentos por el camino. Esta imagen me habla de la necesidad de tener ojos para ver, oídos para escuchar, manos para empatizar, voz para consolar a todos los solos del camino, a los invisibles, a los que quedaron atrás o en los márgenes, a nosotros mismos.

Pasábamos por las cosas sin habitarlas y por los demás sin verlos. Quizá esta pandemia, quebrando la aceleración de nuestra vida social y personal, pueda colocarnos en una vital encrucijada acerca de cómo habitaremos el tiempo, de cómo esperar con esperanza, con capacidad de percepción. Ojalá nos ayude a hacer de la interrupción un camino.

Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro.

Papa Francisco,
Fratelli Tutti 66

Paula Luengo Kanacri
Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales UC.

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