Otras reflexiones

Hacinamiento carcelario y Evangelio de Jesucristo

“En el corazón de la vida eclesial ha estado siempre la preocupación por hombres y mujeres que, habiendo cometido un delito, han sido condenados a cumplir una condena privativa de libertad. La razón de esta preocupación está en que para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros”.

Católicos en tiempos de polarización

“Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica”. Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.

Discernimiento e inteligencia artificial

La IA es una máquina (cada vez más compleja, ciertamente) que realiza acciones que llamamos “inteligentes”, pues se trata de acciones que si fueran hechas por humanos recibirían tal calificativo. Sin embargo, como toda obra humana, también la IA exige un discernimiento moral de sus usos beneficiosos y de sus riesgos para la persona humana y la sociedad en general.

Saber vivir el tiempo restante

“La acumulación de conocimientos sin mesura y el ritmo frenético de trabajo no son en absoluto conducentes al buen vivir. La conciencia del límite, de nuestra finitud en esta vida, punto en el que convergen tanto la sabiduría griega como la de las Sagradas Escrituras, nos impone la tarea de asumir el tiempo con la calma y mansedumbre que el sabio demuestra en su acción” (cf. Sant 3,13).

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Hacia una ecología humana e integral

Padre Tomás Scherz T.

Año I, Nº 5.

domingo 17 de noviembre, 2019

“La ecología integral no puede prescindir del hombre y de la mujer. No obstante, para lograrlo, es necesaria una conversión humilde para reconsiderar más bien la pequeñez del ser humano y no al déspota explotador –falso administrador– de la Creación”.

Gracias a Dios, la mayoría de las personas tiene un interés por los problemas ecológicos. La palabra “eco-logía” viene de los términos “oikos”, que significa casa, y “logos”, que significa pensar. Es ecológico que el cóndor o el huemul tengan una casa, tal como se insinúa en el escudo del hogar chileno, y que pensemos en buenas leyes de protección contra la caza de ellos. Asimismo, nos interesa mucho que las ranas del río Loa no mueran por la sequía, ni que se contaminen las aguas del puerto de Quintero para no hacer peligrar los peces y el medioambiente de la región.

Se trata de la integridad de la casa, o de la casa común, tal como la ha llamado el Papa Francisco.

Es una mala noticia cuando se sabe de maltratos a perros o gatos callejeros. Pero no solo en nuestro país. Nos inquieta mucho el gran derrame de 11 millones de galones de petróleo en Alaska –producido hace 30 años– que mató a cerca de 250.000 aves marinas, casi 150 águilas calvas, más de 4.000 nutrias, centenares de focas y sobre 20 ballenas. Pero también nos deja impotentes el reciente incendio en la Amazonía, junto a las más de cuatro millones de hectáreas de bosques vírgenes quemados por otro incendio en Siberia (un mes antes) también durante este 2019 de calentamiento global extremo. Esos pulmones verdes pertenecían a la casa común, tal como ha llamado el Papa Francisco a la Creación, recordando la actitud humilde del santo de quien tomó su nombre (Cf. Laudato si’, 10). Sin embargo, la ecología se vuelve integral no solo cuando pensamos en las hermanas criaturas inorgánicas, vegetales y animales, sino también en el ser humano.

Nos parece que la ecología integral no puede prescindir del hombre y la mujer, tal como se suele insinuar pensando que al ser el causante de esos desastres debe desaparecer. Al contrario, es necesario integrar una ecología humana, para lograr esa ecología total/integral. El Papa Juan Pablo II expresó: «no está sólo en juego una ecología “física”, atenta a tutelar el hábitat de los diferentes seres vivientes, sino también una ecología “humana” que haga más digna la existencia de las criaturas» (Audiencia General, 17 de enero de 2001). Para ello, es necesario una conversión humilde para reconsiderar más bien la pequeñez del ser humano (pues lo “pequeño es hermoso” como diría Schumacher) y no al déspota explotador –falso administrador– de la Creación. El Papa Francisco lo expresa: “El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social” (LS 48).

La crisis ecológica es fruto de una falta de justicia hacia los más pobres, y lo peor es que puede coexistir con un “discurso verde”.

Por ello, la crisis ecológica, en definitiva, es fruto de una falta de justicia hacia los más pobres. Una vida de consumo desmedido que no solo contamina con plásticos y náuseas de satisfacción los mares, sino que antes, no permite que los pequeños –la mayoría– puedan participar con austeridad generosa de los bienes destinados a todos. Lo peor es que muchas veces esa injusticia puede incluso coexistir con un “discurso verde”. Por ello, “no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49).

“La ecología integral es, en definitiva, la actitud de Jesús en el gozo de compartir la comida, sentados en el pasto con los hambrientos, para luego recoger las sobras para que nada se pierda” (Jn 6,12). ¿Es posible pensar en Jesús Resucitado como la fuente y causa de esa nueva Creación, con cicatrices, pero al final solidaria, humilde y hermana de las todas las criaturas, incluso con el ser humano, tan frágil, pequeño y hermoso?

«La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejem­plos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza».

CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN, 2015, 117.

Padre Tomás Scherz T.
lscherz@uc.cl
Vice Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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