En Chile hay actualmente 80 establecimientos penitenciarios de Arica a Porvenir. En abril del año 2022 había 40.269 personas privadas de libertad. En abril del 2023 ese número aumentó a 48.300. La capacidad total de ocupación de las cárceles es de 41.762. El aumento progresivo de las personas encarceladas nos ha llevado a superar con creces ese número máximo de ocupación y así también los índices de sobrepoblación y hacinamiento.
El mensaje del Evangelio es explícito con relación a las personas encarceladas. Jesús se identifica con aquellos que están cumpliendo una condena y exige como parte de su seguimiento el visitar a aquellos que están privados de libertad. El Papa Francisco, en su visita al Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín el año 2018, dijo: “Estar privadas de la libertad no es sinónimo de pérdida de sueños y de esperanzas. Es verdad, es muy duro, es doloroso, pero no quiere decir perder la esperanza, no quiere decir dejar de soñar. Ser privado de la libertad no es lo mismo que el estar privado de la dignidad, no, no es lo mismo. La dignidad no se toca a nadie, se cuida, se custodia, se acaricia”. Es decir, a la invitación de visitarles se une el resguardo de la dignidad humana y la posibilidad de ofrecer una esperanza que evite que la vida sea atropellada, vulnerada, disminuida.
Para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros.
En el corazón de la vida eclesial ha estado siempre la preocupación por hombres y mujeres que, habiendo cometido un delito, han sido condenados a cumplir una condena privativa de libertad. La razón de esta preocupación está en que para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros. La posibilidad de reconocer el daño cometido, el arrepentimiento, el pedir perdón y la reparación se mantienen vivos y presentes para todos los hombres y mujeres sin excepción.
Pero la preocupación de la Iglesia también se manifiesta porque se reconoce que las cárceles pueden ser lugares de violencia, de vulneración de derechos y espacios con condiciones estructurales que pueden dañar profundamente lo más preciado para Dios: la dignidad. Y unido a lo anterior, que el cumplimiento de una condena pueda disminuir tanto la vida de las personas que les lleve a perder el motor primario del corazón: la esperanza de una vida nueva. El Papa Francisco, en su visita a la misma cárcel de mujeres, decía: “Todos sabemos que muchas veces, lamentablemente, la pena de la cárcel puede ser pensada o reducida a un castigo, sin ofrecer medios adecuados para generar procesos. Es lo que les decía yo sobre la esperanza, es mirar adelante, generar procesos de reinserción. Este tiene que ser el sueño de ustedes: la reinserción. Y si es largo llevar este camino, hacer lo mejor posible para que sea más corta, pero siempre reinserción. La sociedad tiene la obligación, obligación de reinsertarlas a todas”.
La seguridad es hoy una necesidad urgente para todos en Chile. Pero esto no se logrará aumentando penas que llevan a más personas a la cárcel, menos si no ofrecemos espacios que mantengan resguardada la esperanza de una efectiva reinserción social. Los cristianos no podemos permitir que se atropelle la dignidad de nadie, al contrario, una persona que ha cometido algún delito debe reconocerse capaz de una vida mejor y distinta. Y de reconocerse capaz de ser recibido nuevamente en una comunidad. El cristianismo que es perdón, dignidad y esperanza debe favorecer en medio de una discusión, a veces demasiado apresurada, una visión del hombre y la mujer que resguarde esos principios esenciales.
La seguridad es hoy una necesidad urgente para todos en Chile. Pero esto no se logrará aumentando penas que llevan a más personas a la cárcel, menos si no ofrecemos espacios que mantengan resguardada la esperanza de una efectiva reinserción social.
Es necesario evaluar si es posible ofrecer nuevos y más espacios dignos a las personas privadas de libertad. El hacinamiento produce más violencia, y vulnera derechos de las personas, sus familias y los mismos funcionarios que trabajan ahí. Se daña la vida. Y lo más preciado para Jesús es una vida restaurada desde el amor y el perdón. Mantener la esperanza es tarea de todos, así como el resguardo absoluto de los derechos humanos fundamentales consagrados para todo hombre y mujer privado de libertad.
Por todo lo anterior, vale la pena preguntarse: ¿Me he informado de las necesidades del sistema penitenciario para brindar una vida digna mientras se cumple una condena? ¿Cuál puede ser mi aporte para brindar una mirada cristiana a la discusión pública en torno a la seguridad y la cárcel? ¿Qué hacer para que estar privado de libertad no sea estar privado de dignidad?