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“Cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: —Bendita tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”, Lc 1,39-45.

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“La cultura narco proyecta que el consumo y tráfico de drogas, el uso de las armas y la violencia tienen como resultado un mayor estatus social, una vida de lujos e incluso mayor éxito sexual, pero sabemos que el verdadero efecto de esta propuesta es una cultura de la muerte que trafica con las vidas de nuestros jóvenes, truncando sus vidas, desatando la violencia y destruyendo sus familias”.

El rol de la mujer en la renovación de la sociedad

“Varón y mujer son iguales ante Dios, son personas, seres racionales creados a Su semejanza. Aún mas, varón y mujer son una unidad indisoluble y complementaria, no se entiende uno sin el otro”.

Los pobres no pueden esperar, ¿qué hago yo por ellos?

Que este tiempo de verano nos invite a reflexionar sobre cómo podemos ser más solidarios y tener una preocupación especial por los más pobres y contribuir con ello a un desarrollo más humano y sostenible desde nuestros trabajos y vida cotidiana.

La alegría de la Pascua

P. Cristián Roncagliolo Pacheco

Año II, Nº 16.

domingo 12 de abril, 2020

"Las alegrías que el Creador pone en nuestro camino son insuficientes si no ahondamos en el anuncio de la Pascua, canto gozoso de la resurrección que transfigura el dolor y la tristeza del ser humano."

La alegría está en el corazón del mensaje cristiano. Nuestra fe nos enseña que el hombre y la mujer experimentan la alegría cuando están en armonía con la naturaleza –con la casa común–, la experimentan en el encuentro y la comunión con los demás –con los hermanos– y, sobre todo, conocen la alegría y la felicidad, cuando se encuentran con Dios.

De ahí que resulta necesario un esfuerzo paciente para aprender a gustar las múltiples alegrías que el Creador pone en nuestro camino: la alegría de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio.

La alegría pascual es una nueva presencia de Cristo resucitado que transfigura la vida del hombre haciendo que los discípulos se sientan arrebatados por una alegría imperecedera.

Pero estas alegrías son insuficientes si no ahondamos en el anuncio de la Pascua. Este canto gozoso de la resurrección transfigura el dolor y la tristeza misma del hombre y de la mujer, porque la alegría plena surge de la victoria del Crucificado, de su Corazón traspasado, de su Cuerpo glorificado y esclarece las tinieblas de las almas. Así, la alegría pascual es una nueva presencia de Cristo resucitado que transfigura la vida del hombre haciendo que los discípulos se sientan arrebatados por una alegría imperecedera.

La Pascua entonces es la ‘paradoja’ que esclarece existencialmente la condición humana y que integra toda la realidad: ni las pruebas ni los sufrimientos quedan eliminados de este mundo, sino que adquieren un nuevo sentido, ante la certeza de compartir la redención llevada a cabo por el Señor y de participar en su gloria. Por lo mismo, las alegrías humanas, transfiguradas por la Pascua, siempre serán semilla de una realidad mayor y, al mismo tiempo, estarán cruzadas por la paradoja pascual. Así, nuestra alegría incluirá siempre, en alguna medida, la dolorosa prueba de la mujer en trance de dar a luz, y un cierto abandono aparente, parecido al del huérfano: lágrimas y gemidos, mientras que el mundo hará alarde de satisfacción, falsa en realidad. Pero la tristeza de los discípulos, que es según Dios y no según el mundo, se cambiará pronto en una alegría espiritual que nadie podrá arrebatarles.

He ahí el estatuto de la existencia cristiana, que –animada por un amor apremiante al Señor, a los hermanos y a la creación– se desenvuelve necesariamente bajo el signo del sacrificio pascual, yendo por amor a la muerte y por la muerte a la vida y al amor. Así, la condición del cristiano ha de asociarse libremente a la pasión del Redentor asumiendo en la ‘carne’ y en la ‘sangre’, lo que había sido definido en el Evangelio como la ley de la bienaventuranza cristiana en continuidad con el destino de los profetas: “Dichosos ustedes si los insultan, los persiguen y los calumnian de cualquier modo por causa mía. Estén alegres y contentos, porque su recompensa será grande en los cielos: fue así como persiguieron a los profetas que los han precedido” (Mt 5, 10–12).

La alegría cristiana no es lo mismo que un contentamiento fácil o que una satisfacción sencilla de nosotros mismos y de los demás.

Es bueno precisar: la alegría cristiana no es lo mismo que un contentamiento fácil o que una satisfacción sencilla de nosotros mismos y de los demás. La alegría cristiana es una tristeza superada, una prueba transformada en gracia, una muerte vencida. Si somos felices sólo porque todas las cosas nos salen bien, entonces no podremos ser testigos de Dios, no podremos anunciar ninguna cosa extraordinaria. Y si somos únicamente unos pobres desdichados, tampoco podremos enseñar nada.

Pero si somos unos pobres felices, si somos unos tristes felices, somos unos desdichados felices, entonces es cuando hemos tenido que encontrar a alguien que nos permite ser felices en medio de la desgracia. Entonces es cuando podemos dar verdaderamente un testimonio de Dios. Entonces es cuando realizamos algo extraordinario: estamos llenos de su gozo porque Cristo resucitó1.

Preguntas para la reflexión: ¿Cuáles son mis mayores alegrías? ¿Qué tristezas personales o familiares queremos que sean transformadas en alegrías en esta Pascua? ¿Cómo manifiesto la alegría de la Pascua en la familia, en el trabajo y en el diario vivir?

«La resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin se abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad».

Mensaje de Pascua y bendición “Urbi et Orbi”,
21 de abril de 2019.

P. Cristián Roncagliolo Pacheco
Obispo auxiliar de Santiago.

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