Fin de año, momento de celebración, de reflexión y proyección de futuro. Momento propicio para abrirnos a la esperanza.
¿Por qué abrirnos a ella cuando parece que nos inunda la desconfianza, cuando parece que todo es complejo, difícil, incierto, estresante?
En 1991, el psicólogo Charles R. Snyder y sus colegas desarrollaron la Teoría de la Esperanza. Según sus investigaciones, la esperanza se construye de pensamientos orientados a objetivos concretos; requiere de poder pensar en caminos para lograr esos objetivos, que expresan nuestro sentido de vida; requiere de creencias positivas sobre nuestras capacidades.
Para fortalecerla, la ciencia nos dice que es necesario tener un camino que fortalezca nuestra identidad, espiritualidad y fe.
La esperanza nos trae una buena nueva. Nos brinda una oportunidad de cambio, de mejora, de curación y sanación. Cambiar y mejorar para ser más íntegros, más felices; curarnos de nuestras dolencias, y sanarnos al crear un espacio interior de paz y armonía.
Es una amiga, que nos permite reducir el estrés cotidiano, la ansiedad y todos estos sentimientos que nos afectan por las cosas que nos pasan en la vida.
Si los trabajadores, las madres, los padres, los hijos, las personas solas, todos, tuviéramos esperanza, sentiríamos un mayor bienestar con la vida, seríamos más productivos, nos relacionaríamos mejor.
Hace algunos días estuve con enfermos discapacitados por problemas mentales, que viven en residencias. Una mujer con evidentes problemas mentales, con toda sencillez me dijo –al preguntarle cómo se sentía–: “Tengo esperanza porque tengo amor. Estoy contenta porque me cuidan y yo quiero a quienes me cuidan… tengo esperanza porque me cuidan”.
Como nos muestran los más pequeños, no es un deseo fantasioso, sino la posibilidad de cambio, sanación, fortalecimiento de nuestro sentido de vida.
Qué maravilla escucharla. Fue un verdadero regalo. Tan sencillo y claro. ¡Qué importante sentirse cuidado y amado para sentir esperanza! Sentirse reconocido por otro implica sentirse más integrado, incluido. Y esto es muy importante.
La esperanza no es solo una experiencia existencial, sino, como nos dicen los niños y niñas, es una experiencia que nace de la interacción humana, en particular con los que nos rodean más cercanamente. La interacción cotidiana nos proyecta, nos da sentido y nos permite tener una nueva mirada, posibilidades. Por eso, la esperanza se aprende desde pequeños.
Como nos muestran los más pequeños, no es un deseo fantasioso, sino que es la posibilidad de cambio, sanación, fortalecimiento de nuestro sentido de vida.
Para fortalecer la esperanza, la ciencia también nos dice que es necesario tener un camino que fortalezca nuestra identidad, quiénes somos; fortalecer nuestra espiritualidad, nuestra fe. Herramientas útiles son: la meditación, la oración contemplativa y el compartir genuinamente con otros.
Terminado el año podemos reflexionar: ¿Cómo está mi esperanza? ¿Qué siento que me falta para fortalecerla? ¿Qué creo que puedo hacer para fortalecerla? ¿Cómo puedo ayudar a otros a fortalecerla?
Necesitamos robustecer nuestra esperanza, mejorando nuestros vínculos, acogiendo y permitiendo ser acogidos, para construir un 2020 renovado, más amable y más sano.