Otras reflexiones

Hacinamiento carcelario y Evangelio de Jesucristo

“En el corazón de la vida eclesial ha estado siempre la preocupación por hombres y mujeres que, habiendo cometido un delito, han sido condenados a cumplir una condena privativa de libertad. La razón de esta preocupación está en que para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros”.

Católicos en tiempos de polarización

“Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica”. Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.

Discernimiento e inteligencia artificial

La IA es una máquina (cada vez más compleja, ciertamente) que realiza acciones que llamamos “inteligentes”, pues se trata de acciones que si fueran hechas por humanos recibirían tal calificativo. Sin embargo, como toda obra humana, también la IA exige un discernimiento moral de sus usos beneficiosos y de sus riesgos para la persona humana y la sociedad en general.

Saber vivir el tiempo restante

“La acumulación de conocimientos sin mesura y el ritmo frenético de trabajo no son en absoluto conducentes al buen vivir. La conciencia del límite, de nuestra finitud en esta vida, punto en el que convergen tanto la sabiduría griega como la de las Sagradas Escrituras, nos impone la tarea de asumir el tiempo con la calma y mansedumbre que el sabio demuestra en su acción” (cf. Sant 3,13).

La buena nueva de la esperanza

Paula Bedregal G.

Año I, Nº 8.

domingo 29 de diciembre, 2019

“La esperanza nos trae una buena nueva. Nos brinda una oportunidad de cambio, de mejora, de curación y sanación. Cambiar y mejorar para ser más íntegros, más felices; curarnos de nuestras dolencias, y sanarnos al crear un espacio interior de paz y armonía”.

Fin de año, momento de celebración, de reflexión y proyección de futuro. Momento propicio para abrirnos a la esperanza.

¿Por qué abrirnos a ella cuando parece que nos inunda la desconfianza, cuando parece que todo es complejo, difícil, incierto, estresante?

En 1991, el psicólogo Charles R. Snyder y sus colegas desarrollaron la Teoría de la Esperanza. Según sus investigaciones, la esperanza se construye de pensamientos orientados a objetivos concretos; requiere de poder pensar en caminos para lograr esos objetivos, que expresan nuestro sentido de vida; requiere de creencias positivas sobre nuestras capacidades.

Para fortalecerla, la ciencia nos dice que es necesario tener un camino que fortalezca nuestra identidad, espiritualidad y fe.

La esperanza nos trae una buena nueva. Nos brinda una oportunidad de cambio, de mejora, de curación y sanación. Cambiar y mejorar para ser más íntegros, más felices; curarnos de nuestras dolencias, y sanarnos al crear un espacio interior de paz y armonía.

Es una amiga, que nos permite reducir el estrés cotidiano, la ansiedad y todos estos sentimientos que nos afectan por las cosas que nos pasan en la vida.

Si los trabajadores, las madres, los padres, los hijos, las personas solas, todos, tuviéramos esperanza, sentiríamos un mayor bienestar con la vida, seríamos más productivos, nos relacionaríamos mejor.

Hace algunos días estuve con enfermos discapacitados por problemas mentales, que viven en residencias. Una mujer con evidentes problemas mentales, con toda sencillez me dijo –al preguntarle cómo se sentía–: “Tengo esperanza porque tengo amor. Estoy contenta porque me cuidan y yo quiero a quienes me cuidan… tengo esperanza porque me cuidan”.

Como nos muestran los más pequeños, no es un deseo fantasioso, sino la posibilidad de cambio, sanación, fortalecimiento de nuestro sentido de vida.

Qué maravilla escucharla. Fue un verdadero regalo. Tan sencillo y claro. ¡Qué importante sentirse cuidado y amado para sentir esperanza! Sentirse reconocido por otro implica sentirse más integrado, incluido. Y esto es muy importante.

La esperanza no es solo una experiencia existencial, sino, como nos dicen los niños y niñas, es una experiencia que nace de la interacción humana, en particular con los que nos rodean más cercanamente. La interacción cotidiana nos proyecta, nos da sentido y nos permite tener una nueva mirada, posibilidades. Por eso, la esperanza se aprende desde pequeños.

Como nos muestran los más pequeños, no es un deseo fantasioso, sino que es la posibilidad de cambio, sanación, fortalecimiento de nuestro sentido de vida.

Para fortalecer la esperanza, la ciencia también nos dice que es necesario tener un camino que fortalezca nuestra identidad, quiénes somos; fortalecer nuestra espiritualidad, nuestra fe. Herramientas útiles son: la meditación, la oración contemplativa y el compartir genuinamente con otros.

Terminado el año podemos reflexionar: ¿Cómo está mi esperanza? ¿Qué siento que me falta para fortalecerla? ¿Qué creo que puedo hacer para fortalecerla? ¿Cómo puedo ayudar a otros a fortalecerla?

Necesitamos robustecer nuestra esperanza, mejorando nuestros vínculos, acogiendo y permitiendo ser acogidos, para construir un 2020 renovado, más amable y más sano.

«Y sobre todo, ¡sueña! No tengas miedo de soñar. ¡Sueña! Sueña con un mundo que todavía no se ve, pero que ciertamente vendrá. La esperanza nos lleva a creer en la existencia de una creación que se extiende hasta su cumplimiento definitivo, cuando Dios será todo en todos. Los hombres capaces de imaginar han regalado a la humanidad descubrimientos científicos y tecnológicos. Han surcado los océanos, y pisado tierras que nadie había pisado nunca. Los hombres que han cultivado esperanzas son también los que han vencido la esclavitud, y han traído mejores condiciones de vida a esta tierra. Piensa en esos hombres».

DE LA AUDIENCIA GENERAL DEL
20 DE SEPTIEMBRE DE 2017

Paula Bedregal G.
pbedrega@med.puc.cl
Académica de la Escuela de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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