Otras reflexiones

Pueblos originarios y fe: enseñanzas desde otras culturas

“En Chile se distinguen legalmente 10 pueblos indígenas y al pueblo tribal afrodescendiente. Cada uno tiene una continuidad histórica, identidad cultural, idioma y tradiciones. Tienen también su propia religión. ¿Qué significa para la comunidad eclesial, pueblo de Dios, valorar esta diversidad cultural y por tanto religiosa?”

Tiempo, un don para la escucha

“Más allá de nuestros frenéticos anhelos de usar bien el tiempo y no perder ni un minuto, está la realidad de que el tiempo es un don de Dios, que Él gratuitamente nos concede y que nos invita a vivirlo en comunión con Él”.

Desafíos y oportunidades de las universidades católicas en el siglo XXI

“Los números no deben generar confusión. No se trata de aspectos cuantitativos los que garantizarán una fidelidad a la misión. Es el alma, la esencia, la que se debe preservar”.

“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1)

“La oración va dando la certeza interior de ser amados tal como somos por Dios, reeduca nuestra autopercepción y nuestra afectividad”.

La interculturalidad como vehículo de cohesión social en la vida parroquial

Roberto González G.

Año VI, N° 133

viernes 28 de junio, 2024

“Chile hoy es un país más diverso desde el punto de vista cultural. En torno a un 20% de la población se autoidentifica como una persona perteneciente a algún pueblo originario, o bien, como parte de alguna comunidad migrante o extranjera”.

Esta diversidad cultural nos impone importantes desafíos como sociedad y especialmente en nuestros templos y parroquias, donde abundan cada vez más hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo y nación. El Santo Padre, en su mensaje al Foro Social Mundial de las Migraciones en México (2018), nos invitó a tener un rol activo para acoger, proteger, promover e integrar a los diferentes pueblos. Esta es una tarea a la que todos los miembros de nuestra comunidad debemos contribuir. ¿Por qué?

Porque la religión, y especialmente la fe en Cristo, trasciende las culturas, y permite establecer la base para una auténtica cohesión social, es decir un vínculo que no hace distinción alguna entre las personas, y que las acoge independientemente de su raza o nacionalidad. Cristo es el gran cohesionador, todos somos uno en Cristo Jesús, dice San Pablo. La experiencia cotidiana de la fe en nuestras parroquias será completa y profunda en la medida que fortalezca la calidad de nuestros vínculos sociales, promueva la confianza interpersonal, el trato digno y la valoración de la diversidad cultural; contribuya a satisfacer la necesidad de pertenencia, fortaleciendo nuestra identificación con la iglesia en su conjunto; y, por último, promueva la solidaridad y participación de toda su comunidad en torno al bien común. Todos estos aspectos centrales de la cohesión social deben expresarse naturalmente en la vida cotidiana de nuestros templos y parroquias, uno de los pocos lugares donde tenemos la oportunidad de experimentar la interculturalidad en un ambiente de diálogo, amabilidad y comprensión mutua.

La religión, y especialmente la fe en Cristo, trasciende las culturas, y permite establecer la base para una auténtica cohesión social, es decir un vínculo que no hace distinción alguna entre las personas, y que las acoge independientemente de su raza o nacionalidad.

La interculturalidad presupone que las culturas y las personas que pertenecen a ellas se enriquecen a través del contacto que se establece entre unas y otras, como el que tenemos cotidianamente en nuestra iglesia en torno al culto y celebración de la Eucaristía. El intercambio, el diálogo y la interacción positiva es un elemento crítico de una sociedad plural que contribuye a reducir los prejuicios y a fortalecer la tolerancia y aceptación de la diversidad como valores esenciales. Esta es una labor ineludible de nuestra Iglesia: “Desde nuestras raíces nos sentamos a la mesa común, lugar de conversación y de esperanzas compartidas. De ese modo, la diferencia que puede ser una bandera o una frontera se transforma en un puente. La identidad y el diálogo no son enemigos. La propia identidad cultural se arraiga y se enriquece en el diálogo con los diferentes y la auténtica preservación no es un aislamiento empobrecedor (Querida Amazonia, 37; Papa Francisco, 2019).

La interculturalidad presupone que las culturas y las personas que pertenecen a ellas se enriquecen a través del contacto que se establece entre unas y otras, como el que tenemos cotidianamente en nuestra iglesia en torno al culto y celebración de la Eucaristía.

La interculturalidad nos interpela como Iglesia a contribuir al desarrollo de una sociedad más amable e inclusiva: “Hace falta incorporar las perspectivas de los derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su propia cultura” (Encíclica Laudato si’, 113; Papa Francisco, 2015).

¿Qué enseñanzas nos entrega el Evangelio para promover la valoración de la diversidad cultural? ¿Con qué frecuencia he interactuado en mi parroquia, templo o comunidad con feligreses que provienen de distintas culturas? ¿Qué acciones concretas realizo o he realizado en mi parroquia para acoger, proteger, promover e integrar a las personas que pertenecen a diferentes pueblos como nos invita el Papa Francisco?

«Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús».

Gálatas 3,28.

Roberto González G.
Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Católica de Chile

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