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Retrato de un santo para Chile: “La caridad comienza donde termina la justicia”

El Padre Hurtado veía a Cristo en los niños que recogía a orillas del río Mapocho, a las madres que llegaban con sus hijos sin un techo donde pasar el invierno y en los enfermos que requerían cuidado y compañía.

Jubileo de los jóvenes: un camino de esperanza

“Son los jóvenes los que están llamados especial, mas no exclusivamente, a vivir como protagonistas este Año Jubilar de sobreabundancia del amor de Dios, que permite dar un ‘sí’al Señor de manera libre y amorosa, optando por una vida nueva donde es Cristo que vive en mí’”. (Ga 2,20)

Misioneros en el mundo digital

"La misión también habita las redes sociales digitales, porque nuestros corazones siguen buscando a Dios, incluso tras las pantallas".

La forma del misterio. Arte y trascendencia

“Vivimos rodeados de sonidos, imágenes y palabras, pero no todo nos toca, nos eleva ni nos conmueve. Y es que el arte no es un adorno. Es un puente…”.

Los talentos y la música

Gina Allende M.

Año VII, N° 177

domingo 2 de febrero, 2025

"Porque es como si uno al emprender un viaje llama a sus siervos y les entrega su hacienda, dándole a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad. Luego el que había recibido cinco talentos se fue y negoció con ellos y ganó otros cinco. Asimismo, el de los dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno se fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su amo" (Mt. 25 14, 30).

La parábola ha sido uno de los medios con los que Cristo nos ha mostrado distintos caminos para llegar a Él, desde cada una de nuestras realidades. Estos relatos, aun cuando tienen siglos de existencia, nos continúan interpelando cuando nos preguntamos cómo desde mi condición humana, con las cualidades que poseo y con la consciencia de las que no, podría alcanzar la mejor versión de mí misma/o.

Es allí donde una de estas parábolas es especialmente clara y reveladora para el mundo del arte, específicamente la música. Nos referimos a la parábola de los talentos, aquella donde el Señor nos muestra que cada uno de nosotros ha recibido distintos dones, cualidades especiales que nos llaman, muchas veces con urgencia, a cumplir un mandato de vida.

Una vez que aceptamos que fuimos llamados a realizar una misión en el mundo con nuestros talentos, la pregunta que nos debemos hacer es ¿qué hacemos con él?

La tarea inicial que se nos propone es el reconocimiento de ese talento que nos fue otorgado, mirarlo de frente y tener la valentía de reconocerlo con un corazón agradecido, para no ceder a la tentación de ocultarlo guiado por presiones económicas o sociales. Dios nos llama a asumir la responsabilidad de ese don y, a través de este, darle Gloria. Una vez que aceptamos que fuimos llamados a realizar una misión en el mundo con nuestros talentos, la pregunta que nos debemos hacer es ¿qué hacemos con él? ¿Lo mantenemos estático y no nos esforzamos para hacer más allá de lo que “sale” sin esfuerzo y cumpliendo mínimamente con lo que se espera de nosotros? ¿Usamos esos dones para alimentar nuestra propia vanidad? Claramente esos no son los caminos a los que nos invita Cristo en este relato, ya que lo que nos fue regalado no sólo nos pertenece a nosotros, sino que nos corresponde desarrollarlo y compartirlo en beneficio de nuestro entorno, de nuestra sociedad.

Un músico excepcional, Claudio Arrau, quien nos dejó muchos ejemplos de vida no sólo a través de la interpretación en el piano, sino también en sus testimonios, nos decía que la mínima parte de lo logrado se debe al talento; el resto se logra con estudio constante. También nos advierte que la vanidad es el peor obstáculo en este camino del arte.

Lo que nos fue regalado no sólo nos pertenece a nosotros, sino que nos corresponde desarrollarlo y compartirlo en beneficio de nuestro entorno, de nuestra sociedad.

En el mundo de la música ocurre siempre que, cuando la pereza y la vanidad son reemplazadas por el trabajo y la certeza de que somos un instrumento vivo a través del cual muchas personas pueden junto a nosotros ser conmovidas y transformadas, ¡cuántas reflexiones, emociones, certezas, dolores y júbilo son desencadenados luego de una experiencia sonora! La responsabilidad que tiene un músico cuando toca o canta es que, en ese espacio de tiempo que no es el cotidiano, se establece una comunicación directa con los otros. Es en ese momento donde nuestros talentos se deben manifestar en plenitud, dando el doble o más de lo que nos fue entregado. Eso fue lo que hizo el maestro Arrau, lo que hacen reiteradamente los hombres y mujeres en un baile chino en honor a la Virgen, lo que nos muestra un religioso o religiosa de los distintos credos que hablan con Dios a través de los sonidos.

La conmoción que representa hacer música, entablar una relación directa y profunda con su materia primordial, tiene efectos transformadores para quien los produce, para el músico, ya que el cuerpo completo se involucra en una simbiosis total con el fenómeno sonoro. Ese estado también se transmite a quienes están participando de ese momento produciendo efectos impensables, como la paz interior, la energía para seguir adelante, la memoria de momentos clave para la persona e incluso la definición de una vocación. Esa es la responsabilidad que tiene quien hace música, una misión que camina hacia la virtud personal y también hacia la entrega de este don al mundo. Esa es la manifestación de un encuentro con Dios, en un tiempo distinto donde los sonidos son el reflejo de la Armonía de Su persona que nos trasciende y supera, donde la oración contiene mucho más que las palabras.

¿Hay alguna pieza musical que te haya propiciado el encuentro con lo eterno? ¿Cómo pones tus talentos al servicio de Dios? ¿Qué talentos crees que aún tienes ocultos y que Dios te pida potenciar para su mayor gloria y para el bien de los demás?

Presidiendo sobre las misteriosas leyes que gobiernan el universo, el soplo divino del Espíritu creador se encuentra con el genio del hombre, impulsando su capacidad creativa. Lo alcanza con una especie de iluminación interior, que une al mismo tiempo la tendencia al bien y a lo bello, despertando en él las energías de la mente y del corazón, y haciéndolo así apto para concebir la idea y darle forma en la obra de arte. Se habla justamente entonces, si bien de manera análoga, de «momentos de gracia», porque el ser humano es capaz de tener una cierta experiencia del Absoluto que le transciende.

San Juan Pablo II, Carta a los artistas, 1999.

Gina Allende M.
Profesora titular del Instituto de Música de la UC (IMUC) y de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

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