La parábola ha sido uno de los medios con los que Cristo nos ha mostrado distintos caminos para llegar a Él, desde cada una de nuestras realidades. Estos relatos, aun cuando tienen siglos de existencia, nos continúan interpelando cuando nos preguntamos cómo desde mi condición humana, con las cualidades que poseo y con la consciencia de las que no, podría alcanzar la mejor versión de mí misma/o.
Es allí donde una de estas parábolas es especialmente clara y reveladora para el mundo del arte, específicamente la música. Nos referimos a la parábola de los talentos, aquella donde el Señor nos muestra que cada uno de nosotros ha recibido distintos dones, cualidades especiales que nos llaman, muchas veces con urgencia, a cumplir un mandato de vida.
Una vez que aceptamos que fuimos llamados a realizar una misión en el mundo con nuestros talentos, la pregunta que nos debemos hacer es ¿qué hacemos con él?
La tarea inicial que se nos propone es el reconocimiento de ese talento que nos fue otorgado, mirarlo de frente y tener la valentía de reconocerlo con un corazón agradecido, para no ceder a la tentación de ocultarlo guiado por presiones económicas o sociales. Dios nos llama a asumir la responsabilidad de ese don y, a través de este, darle Gloria. Una vez que aceptamos que fuimos llamados a realizar una misión en el mundo con nuestros talentos, la pregunta que nos debemos hacer es ¿qué hacemos con él? ¿Lo mantenemos estático y no nos esforzamos para hacer más allá de lo que “sale” sin esfuerzo y cumpliendo mínimamente con lo que se espera de nosotros? ¿Usamos esos dones para alimentar nuestra propia vanidad? Claramente esos no son los caminos a los que nos invita Cristo en este relato, ya que lo que nos fue regalado no sólo nos pertenece a nosotros, sino que nos corresponde desarrollarlo y compartirlo en beneficio de nuestro entorno, de nuestra sociedad.
Un músico excepcional, Claudio Arrau, quien nos dejó muchos ejemplos de vida no sólo a través de la interpretación en el piano, sino también en sus testimonios, nos decía que la mínima parte de lo logrado se debe al talento; el resto se logra con estudio constante. También nos advierte que la vanidad es el peor obstáculo en este camino del arte.
Lo que nos fue regalado no sólo nos pertenece a nosotros, sino que nos corresponde desarrollarlo y compartirlo en beneficio de nuestro entorno, de nuestra sociedad.
En el mundo de la música ocurre siempre que, cuando la pereza y la vanidad son reemplazadas por el trabajo y la certeza de que somos un instrumento vivo a través del cual muchas personas pueden junto a nosotros ser conmovidas y transformadas, ¡cuántas reflexiones, emociones, certezas, dolores y júbilo son desencadenados luego de una experiencia sonora! La responsabilidad que tiene un músico cuando toca o canta es que, en ese espacio de tiempo que no es el cotidiano, se establece una comunicación directa con los otros. Es en ese momento donde nuestros talentos se deben manifestar en plenitud, dando el doble o más de lo que nos fue entregado. Eso fue lo que hizo el maestro Arrau, lo que hacen reiteradamente los hombres y mujeres en un baile chino en honor a la Virgen, lo que nos muestra un religioso o religiosa de los distintos credos que hablan con Dios a través de los sonidos.
La conmoción que representa hacer música, entablar una relación directa y profunda con su materia primordial, tiene efectos transformadores para quien los produce, para el músico, ya que el cuerpo completo se involucra en una simbiosis total con el fenómeno sonoro. Ese estado también se transmite a quienes están participando de ese momento produciendo efectos impensables, como la paz interior, la energía para seguir adelante, la memoria de momentos clave para la persona e incluso la definición de una vocación. Esa es la responsabilidad que tiene quien hace música, una misión que camina hacia la virtud personal y también hacia la entrega de este don al mundo. Esa es la manifestación de un encuentro con Dios, en un tiempo distinto donde los sonidos son el reflejo de la Armonía de Su persona que nos trasciende y supera, donde la oración contiene mucho más que las palabras.
¿Hay alguna pieza musical que te haya propiciado el encuentro con lo eterno? ¿Cómo pones tus talentos al servicio de Dios? ¿Qué talentos crees que aún tienes ocultos y que Dios te pida potenciar para su mayor gloria y para el bien de los demás?