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“Nuestro país celebra su día nacional en la época en que todo florece. La fiesta se hace protagonista y desplaza todas las preocupaciones, los resultados y la productividad. Estar y ser con otros en una comunión que nos regala pertenencia, ser un pueblo en la diversidad”.

Manos de trabajador, manos de Cristo, manos de Dios: la mirada de San Juan Bosco

Fernando J. Vergara

Año IV, Nº 68.

viernes 22 de abril, 2022

“La Creación, ese supremo trabajo en que se expresan el poder y la sabiduría de Dios, no está terminada, no está acabada. Dios no quiere acabarla sin el hombre”.
Cardenal Silva Henríquez

El trabajo humano puede definirse fundamentalmente por la búsqueda de sustento, sin embargo, la dignidad y la trascendencia es lo que le convierte en una dimensión salvífica de lo humano en la historia.

San Juan Bosco, padre y maestro de los jóvenes, consideraba el trabajo como parte y expresión de la formación de la consciencia moral y de sí mismo, de sus maestros y jóvenes: “¡No les recomiendo penitencia o ascesis, sino trabajo, trabajo, trabajo!”. El trabajo es la perseverancia de todo proyecto y la forma de transformar una vida de inquietud e incertidumbre en una vida con sentido, orientada a la verdad. Decimos bien si consideramos tanto la concepción de trabajo, como su acción en el mundo, como una coherente manifestación del amor de Dios a la humanidad y el respeto de la dignidad de todas las personas.

El trabajo es la perseverancia de todo proyecto y la forma de transformar una vida de inquietud e incertidumbre en una vida con sentido.

Juan Bosco se acercó a los jóvenes en las fábricas, las industrias, las obras de construcción y las cárceles que, a mediados del siglo XIX en Italia, eran fuente de explotación y vulneración de su dignidad. En el contexto de la industrialización, con un debilitamiento de los sindicatos y una pujante transformación económica sobre el trabajo asalariado, Juan Bosco, sin ser partidario de relacionarse con la contingencia política, descubrió la importancia de intervenir en los contratos que los empresarios de la época redactaban para niños y jóvenes. Su única tarea era sacar a los jóvenes como sujetos de explotación para devolverles la dignidad personal. Don Bosco (fundador de la Congregación Salesiana) fue construyendo un espacio, un verdadero ecosistema que incluía familiaridad, espiritualidad y acompañamiento: los oratorios, los que incluía talleres de especialización y profesionalización de las tareas y rubros de la época compuestos por picapedreros, albañiles, estucadores, empedradores, canteros y otros que venían de pueblos lejanos. No fue un sindicalista, ni un agitador social, sino un innovador creativo para la salvación humana.

La afirmación de Don Bosco “Pan, Trabajo y Paraíso” es una promesa cargada de realidad al ser un ejercicio constante en los oratorios, escuelas, talleres y comunidades. Esta promesa invitaba a vivir la experiencia de educar a los jóvenes. Pero a su vez, hay en estas palabras una visión íntegra de lo humano. El pan es signo de convivencia, es decir, de que la persona humana es un ser para y con los demás. También es un signo de ejercicio radical, pues el pan de cada día es el esfuerzo del trabajo. En él se realiza el ser humano; en él cada hombre y mujer construye su dignidad. Definitivamente, el pan es un modo de comprender que el alimento de lo humano es construir con otros el mundo personal, como el de la comunidad y la misión de todo honesto ciudadano. El paraíso es una forma de comprender la trascendencia del ser humano.

El pan es un modo de comprender que el alimento de lo humano es construir con otros el mundo personal.

El hombre y la mujer trabajan porque descubren en este ejercicio su sentido de plenitud y desarrollo humano integral. Para Don Bosco, el trabajo es una forma de trascender. Su enfoque inspiró la vida y obra del Cardenal Raúl Silva Henríquez, ambos salesianos, quien en cada 1° de mayo siempre clamó por la solidaridad de los trabajadores y su fuerza en defensa de la dignidad de la persona: “La Creación, ese supremo trabajo en que se expresan el poder y la sabiduría de Dios, no está terminada, no está acabada. Dios no quiere acabarla sin la persona humana. Admirable misterio: el Dios Omnipotente se asocia con el ser humano trabajador, limitado y pequeño, y sus manos son el instrumento del que Dios se vale, con infinito respeto, para poner más vida, más amor, para humanizar la historia”.

Pensando en la promesa misericorde de Dios por la dignidad, el sustento y la apertura a la trascendencia a través de nuestra labor humana, podemos preguntarnos: ¿cómo puedo hacer de mi trabajo una ofrenda para la construcción del Reino? ¿Cómo puede mi trabajo solidario hacer de este mundo un mundo más humano? ¿De qué manera mi relación con el prójimo transforma sus vidas para hacer posible la promesa del Evangelio?

“Nunca (…) será suficiente el respeto que tengamos ante la dignidad eminente del trabajo. Nunca será suficiente el respeto que mostremos a las manos de un trabajador. Son manos de Cristo, manos de Dios creador. Y es éste el primer mensaje que se espera del trabajador como profeta: el anuncio de su dignidad increíble, de la dignidad increíble del trabajo humano y, consiguientemente, de la inviolable dignidad del trabajador”

(Cardenal Silva Henríquez, 1 mayo 1974).

Fernando J. Vergara
Vicerrector de Identidad y Desarrollo Estudiantil, Universidad Católica Silva Henríquez

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