En Chile y en el mundo existe entre nosotros, silenciosa y profundamente, una experiencia vital que tiene mucho que decirnos a la hora de encontrar las urgentes renovaciones personales, eclesiales y sociales de nuestros días. Nos referimos a la piedad popular y mariana, que tienen un ejemplo paradigmático en el Santuario de la Virgen de Guadalupe en México.
Es posible construir con la gracia de Dios una cultura que nos une en la adoración a un único Dios vivo y verdadero.
El 12 de diciembre se celebran las apariciones de la Virgen María a san Juan Diego. En ellas descubrimos luces esenciales para nuestra vida personal y comunitaria. En ese encuentro tierno y sabio, comenzó una original tradición mariana mestiza que llegaría a consolidar el valor de la dignidad de la persona humana, logrando, además, una íntima unidad entre la cosmovisión de los pueblos originarios y la fe cristiana que embellece y dignifica a los pobres y sencillos. Este inmenso don nos invita a despojarnos de la prepotencia y el egoísmo que tanto daño nos hace, para aprender a relacionarnos como Jesús lo hizo. En la manifestación de la sabiduría de Dios al más humilde de sus hijos latinoamericanos se entrega el amor desbordante de Jesús que sana, perdona, reconcilia y entrega confianza y responsabilidad para el servicio solidario. Ahí está la prueba eficaz de que es posible construir con la gracia de Dios una cultura que nos une en la adoración a un único Dios vivo y verdadero. Él que nos creó y redimió para el servicio de la fraternidad, la amistad cívica y el compromiso por el bien común, vocación que nos permite ver en la maternidad de la Madre de Jesús, la justicia y la paz social. En ese encuentro transformador de la piedad popular, encontramos el rico potencial de santidad y de social esperanza justiciera.
A Nuestra Señora Del Carmen, por ejemplo, le rogábamos para conseguir nuestra independencia. Se trataba de un deseo de mayoría de edad que, con toda su inspiración ilustrada, no quería prescindir de la experiencia maternal y de los ideales del Reino anunciado por su Hijo para todos. Es a ella, además, a la que aún se le baila con agradecimiento en La Tirana y que las Fuerzas Armadas y de Orden, terminaron llamándola Patrona y Generala Jurada, antes que se pensara siquiera en la carrera militar para las mujeres de nuestra tierra. En Chile hay muchas advocaciones de María que dicen relación a búsquedas de justicia, de súplicas desde la fe y de gratitud: la Virgen de Guadalupe en Ayquina, del Rosario en Andacollo, la Purísima en lo Vásquez, de Lourdes en Quinta Normal y Nuestra Señora de Gracia en Quinchao, Chiloé.
En ese encuentro transformador de la piedad popular, encontramos el rico potencial de santidad y de social esperanza justiciera.
Los principios de la enseñanza social de la Iglesia, tan pertinentes y actuales a los desafíos de Chile, se encuentran precisamente en esta piedad popular, devoción que humaniza y dignifica, orienta y ofrece la experiencia de comunión fraterna en vistas del bien común, la justicia, el perdón, la reconciliación y la paz. Es fuente de inspiración de la dimensión solidaria de la fe y de la vida política, cual expresión privilegiada de la caridad cristiana.
Pensando en la Virgen de Guadalupe, la primera advocación mestiza y latinoamericana de María, nos entusiasmamos a peregrinar con humildad y fe en este valle de la urgencia del amor y la justicia social, pero también nos hacemos las preguntas: ¿Qué lugar tiene María en el encuentro con los hermanos migrantes y en la búsqueda del bien común? ¿Cuánto me ayuda la piedad mariana en vistas de las reivindicaciones del Pueblo de Dios? ¿Dónde falta, en nuestra patria, “enaltecer a los humildes, y colmar de bien a los hambrientos” (Lc 1,52-53)?