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Piedad popular: fiestas religiosas

Federico Aguirre R.

Año II, Nº 22.

viernes 17 de julio, 2020

"Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo. (Sof 3,17)"

En la fiesta Dios irrumpe. Primero irrumpió en la carne y se hizo hombre como en un cuenco: a través de su estrategia amorosa de vaciamiento. Ahora irrumpe en la fiesta, a través del sonido, los colores, las formas y el movimiento extático de los cuerpos. Más que por vaciamiento por saturación. Como en un espejo.
Era un mundo paralelo, de luces brillantes y bailes, en medio de la noche, el polvo de estrellas y la camanchaca. Era como en el principio. En medio de la vibración telúrica de los bombos. Día y noche. Sin parar. Con los colores saturados del desierto. Amarillo y azul.

Cada pueblo, con su propia historia, sus costumbres y su cultura, ha enriquecido el mosaico de esta Iglesia multicolor.

A lo largo de su rica trayectoria histórica, la Iglesia —el Pueblo de Dios— se ha constituido en el lugar del anuncio del Reino y en imagen del Dios Trinitario. Cada pueblo, con su propia historia, sus costumbres y su cultura, ha enriquecido el mosaico de esta Iglesia multicolor, que para constituirse como tal requiere de la forma y el color específico de cada pieza que la compone. Así, cada pueblo nos puede enseñar un aspecto del rostro de Dios. Por esta razón, de buen grado la teología y el magisterio indican que, sin los pueblos, cada uno con su propia idiosincrasia, no puede existir la Iglesia Universal.

La piedad popular, en este sentido, forma parte del sustrato de la Iglesia. A través de ella, con sus imágenes y fiestas, no sólo se expresa el genio de cada pueblo sino también se hace vida el mensaje del Evangelio. Así lo plantea Francisco en Evangelii Gaudium (125), donde destaca las prácticas de la piedad popular como la encarnación de una auténtica vida teologal.

En América Latina, con sus pueblos mestizos y mulatos, la piedad popular nos enseña la cercanía de Dios Padre, que se manifiesta en imágenes de Cristo, la Virgen y los santos ricamente decoradas, las cuales son celebradas durante días con trajes, música y danza. Como expresa Francisco con el título de su exhortación, la piedad popular nos enseña el gozo del Evangelio.

A su vez, las fiestas religiosas ordenan nuestro calendario como una hermosa constelación. A ellas asistimos para regenerar nuestra vida rutinaria y para hacer comunidad, y, en último término, para actualizar la alianza sellada por Cristo entre lo humano y lo divino.

Así, a lo largo de todo Chile y durante todo el año se celebran cientos de fiestas religiosas que, junto con convertirse en un espacio de encuentro con Dios, van configurando fuertes y duraderos lazos de amistad. Porque además de transmitir la alegría de lo santo, la fiesta religiosa es profundamente eclesial. En ella la comunión se puede tocar: en el roce de los cuerpos danzantes y en la fracción del pan y el vino.

Así, a lo largo de todo Chile y durante todo el año se celebran cientos de fiestas religiosas que, junto con convertirse en un espacio de encuentro con Dios, van configurando fuertes y duraderos lazos de amistad.

La piedad popular nos recuerda que la comunión no es un sentimiento sino un estado de vida. En este sentido, la piedad popular nos pone ante las siguientes interrogantes: ¿Qué calidad tiene nuestra vida eclesial, más allá de la participación del ciclo litúrgico? ¿En qué gestos y prácticas concretas se traduce nuestra vida comunitaria? ¿Vivimos realmente nuestra pertenencia a la Iglesia como la participación activa en una comunidad?

Me acerco lentamente, desde el mar. Para llegar al altiplano. El día parecía estar raptado por la camanchaca, pero luego salió el sol que regocija la piel antes de alcanzar a pensar. Llego y converso con algunos parroquianos. Todos son pastores de su Pueblo. Niños, mujeres y ancianos; gordos, delgados; blancos y negros. Todos están ataviados con la majestad del carpintero, que pone su tienda junto a la nuestra y nos habla de Dios a través de parábolas.

Me escuchan, deliberan. Me dicen que tengo razón, que para vivir la fiesta tengo que ir con ellos. Pero antes ya me habían dicho: “¡Si esta es tu casa, hermano! ¡Nos honras con tu presencia! ¡¿Cómo no te has dado cuenta?! ¡Esta también es tu tradición!”.

Vuelve la fiesta a mi corazón y me emociono. La llevo en mi cuerpo. Y me conduce a un nacimiento.

«Para entender esta realidad
hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar
sino amar. Sólo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad
de los pueblos cristianos, especialmente
en sus pobres. (cf. Rm 5,5)».

Evangelii Gaudium, 125.

Federico Aguirre R.
Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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