El próximo 20 de junio se celebra el Día Nacional de los Pueblos Indígenas, un paso valioso en el reconocimiento de la diversidad que nos caracteriza como sociedad. En Chile se distinguen legalmente 10 pueblos indígenas y al pueblo tribal afrodescendiente. Cada uno tiene una continuidad histórica, identidad cultural, idioma y tradiciones. Tienen también su propia religión. ¿Qué significa para la comunidad eclesial, pueblo de Dios, valorar esta diversidad cultural y por tanto religiosa?
Para responder esta interrogante, compartiré algunos aspectos de mi propia experiencia como profesor de religión católica en la Araucanía. Son ideas o intuiciones referidas a la cosmovisión mapuche, que he podido aprender del estudio de las relaciones interculturales y de la experiencia cotidiana de habitar esta región.
Hace casi 30 años, la familia de un estudiante me invitó al nguillatún de su comunidad. Ahí tomé consciencia de la presencia actual, viva y vivificante, del pueblo mapuche y su espiritualidad. Desde entonces he ido descubriendo algunas cosas que me parece valioso compartir con la comunidad católica. Son tres aspectos de la religión mapuche que considero podemos aprender para profundizar nuestra vivencia de la fe cristiana.
Un primer aprendizaje se refiere a la sacralidad del mapu (la tierra). La palabra mapu tiene diferentes significados que se complementan y entrelazan. Es el lugar que habita el ser humano y que le da sustento, el espacio físico; es el territorio comunitario en su dimensión sociopolítica, el país del pueblo mapuche; y también se usa mapu para nombrar el universo en sus dimensiones material e inmaterial, cielo e inframundo. En la mentalidad religiosa mapuche la naturaleza es Palabra y templo, porque lo sagrado está disperso en el mapu, al alcance de todo ser viviente.
Vinculado a lo anterior, un segundo aspecto es la presencia de los ngen, espíritus cuidadores del entorno natural, de las plantas, los animales, el monte, el bosque, el agua. Todo tiene un ngen protector, y en conjunto procuran la armonía y equilibrio de todas las vitalidades presentes en el territorio. El papa Francisco dice algo similar cuando afirma: “la amorosa conciencia de no estar desconectado de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal” (Laudato si’, 220). Se genera así una profunda espiritualidad de conexión del ser humano con los demás seres vivientes. Esta espiritualidad como red de relaciones inspira una ética de responsabilidad y cuidado por esa armonía natural, es el buen vivir, küme mongen.
Una tercera reflexión, que se desprende de las dos anteriores, es la dimensión holística de la espiritualidad mapuche. La religión no es un conjunto de creencias o ideas; tampoco es la práctica periódica de los ritos ni se determina por la pertenencia a una comunidad. Es todo ello y más. Es una forma de vida, un vivir cotidiano en sus dimensiones amorosa, económica, política, social. Incluso un deporte como el palín (la chueca, como se le conoce) tiene una dimensión espiritual. No cabe duda que esta perspectiva integral e integradora es más cercana al contexto cultural hebreo en el que vivió y predicó Jesús, nuestro Señor.
Sacralidad de la tierra, ética del cuidado y la armonía natural, vivencia religiosa cotidiana. Estos son tres aspectos, entre otros, que han expandido mi experiencia del Padre, me han facilitado ser un mejor seguidor de Jesús y han agudizado mi oído a lo que el Espíritu Santo va diciendo en este tiempo.
En la comunidad en la que vives tu fe, ¿hay personas indígenas o afrodescendientes? ¿Cómo se valora la diversidad cultural y religiosa del entorno? Tú mismo, tú misma, ¿qué has aprendido de personas indígenas o de otras culturas? ¿Cómo han enriquecido tu experiencia de Dios?