Conocí a san Alberto Hurtado en casa de mi abuelita paterna, como una fotografía más en una pequeña mesa cerca del comedor. Siempre me llamó la atención su rostro: parecía apurado, casi como si estuviera incómodo. No podía mirar mucho tiempo su retrato porque llegué a pensar que lo molestaba, que debía irse a trabajar y que era hora de seguir haciendo cosas.
Tenía muy claro que no solamente debíamos indignarnos frente al sufrimiento de nuestros hermanos, sino que como cristianos debíamos actuar frente a ello.
El santo chileno falleció el 18 de agosto de 1952. Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, se ordenó sacerdote en Bélgica y también obtuvo un doctorado en ciencias pedagógicas. Para el desarrollo del Hogar de Cristo —quizás su obra más conocida— no dudó en pedir una y otra vez aportes. Empresarios, familias y todos quienes pudieran entregar, desde unos pesos hasta sus oraciones, eran invitados a colaborar en la tarea de cuidar los dolores y abrazar a quienes menos tenían. ¿Y por qué? Porque en ellos vive Jesús. El padre Hurtado veía a Cristo en los niños que recogía a orillas del río Mapocho, en las madres que llegaban con sus hijos sin un techo donde pasar el invierno y en los enfermos que requerían cuidado y compañía. Dentro de sus múltiples escritos, invitó constantemente a los cristianos y a personas de buena voluntad a vivir la caridad. Pero, de manera muy visionaria, esa caridad la vinculó fuertemente al concepto de justicia, entendiendo que en las discusiones de distribución de bienes y riqueza la Iglesia y el Evangelio podían aportar mucho. Siendo una persona muy estudiosa y preparada, entendía perfectamente el valor del conocimiento científico, pues a través de este se pueden desarrollar las soluciones a los problemas que aquejan al mundo. Sin embargo, desde la vida y el pensamiento de este santo, la discusión no puede recaer simplemente en criterios técnicos, pues al centro de todo están las personas, cuya dignidad debe ser siempre tenida en cuenta.
¿Cómo orientamos nuestro quehacer hacia la tarea que nos recuerda —y exige— san Alberto Hurtado? ¿Cómo nuestros estudiantes aprenden que al centro de nuestro trabajo se encuentra un otro que sufre? san Alberto Hurtado tenía muy claro que no solamente debíamos indignarnos frente al sufrimiento de nuestros hermanos, sino que como cristianos debíamos actuar frente a ello.
El padre Hurtado nos recuerda: “está bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien”.
Para él, cuidar del desamparado y tender la mano muchas veces no es simplemente misericordia, sino la forma en que como sociedad estamos pagando una deuda: Él entendía que un país que no ofreciera cuidado y protección a quienes viven en él no podría prosperar. Y si nos decimos creyentes, ¿podemos sentirnos tranquilos porque no hemos hecho mal? ¿Es suficiente saber que nuestras acciones no causan daño? El padre Hurtado nos recuerda: “está bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien”.
Nuestro santo chileno partió hace más de 70 años, pero la tarea de construir una patria que acoja al más pobre entre los pobres sigue más actual que nunca. Y el retrato en la casa de mi abuelita me sigue pidiendo que me deje interpelar por su mensaje.
¿De qué manera el testimonio de san Alberto Hurtado interpela tu vida? ¿Cómo crees que puedes encarnar su llamado a la solidaridad en el Chile de hoy? ¿Cuál de las virtudes de san Alberto admiras más y por qué?