Otras reflexiones

Peregrinar en tiempo jubilar: Camino de fe y gratitud

Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14,6), por lo que los cristianos siempre estamos llamados a acompañar a Jesús en el camino, en su peregrinación hacia el Reino. En este tiempo jubilar, caminar al santuario con otros peregrinos y con nuestros seres queridos cobra un significado especial.

Habemus Papam: León XIV

Se corrieron las cortinas de la Logia de la Bendición y el cardenal Dominique Mamberti pronunció aquellas dos palabras que anhelábamos escuchar: Habemus Papam. León XIV, el nombre que eligió Robert Francis Prevost Martínez, quien fue el prefecto del Dicasterio para los obispos y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, tiene mucho que decirnos.

Los talentos y la música

"Porque es como si uno al emprender un viaje llama a sus siervos y les entrega su hacienda, dándole a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad. Luego el que había recibido cinco talentos se fue y negoció con ellos y ganó otros cinco. Asimismo, el de los dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno se fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su amo" (Mt. 25 14, 30).

Cuando el Papa Francisco habló para la UC

El ritmo acelerado y la implantación casi vertiginosa de algunos procesos y cambios que se imponen en nuestras sociedades nos invitan de manera serena, pero sin demora, a una reflexión que no sea ingenua, utópica y menos aún voluntarista. Lo cual no significa frenar el desarrollo del conocimiento, sino hacer de la Universidad un espacio privilegiado «para practicar la gramática del diálogo que forma encuentro».

“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1)

Gwendolyn Araya Gómez

Año VI, N° 129

viernes 31 de mayo, 2024

“La oración va dando la certeza interior de ser amados tal como somos por Dios, reeduca nuestra autopercepción y nuestra afectividad”.

Incontables veces he sido testigo del dolor y frustración de creyentes que aseguran haber rezado insistentemente pidiendo un milagro que nunca se realizó. Con desilusión confiesan: “Dios no me escuchó”. Otras personas cuestionan la calidad de su oración. Atribuyen el silencio de Dios a la poca fe, la poca insistencia, la ignorancia y renuevan su esperanza comprendiendo que necesitan aprender a orar. Entonces surge en ellos un profundo anhelo que se convierte en aquella oración que ha pasado por el reconocimiento humilde de una necesidad primordial: Señor, enséñanos a orar (Lc 11,1). Para estas personas, en particular, comparto esta reflexión surgida de una experiencia creyente consciente del mismo desafío.

Ese encuentro personal con Dios va nutriendo aquella relación fundamental, fuente de fuerza, paz y alegría interior, independiente de las circunstancias cotidianas o de las trágicas contingencias que amenazan nuestros proyectos o nuestra esperanza.

Todas las religiones cuentan con una tradición orante y una forma específica de comprender y practicar la oración. Con el tiempo, he ido aprendiendo que lo común en los grandes orantes es que ninguno concibe la oración como una práctica mágica que garantizaría el cumplimiento de nuestros deseos, ni tampoco como un placebo psicológico para librarnos mentalmente de nuestros problemas. La oración nos hace conscientes del vínculo indisoluble que Dios ha querido tener con nosotros, al crearnos, sostenernos cada día en la existencia y al procurar una relación personal con Él. Santa Teresa Benedicta de la Cruz recuerda: “El Señor está presente en el tabernáculo con la divinidad y la humanidad. Está allí, no para sí mismo, sino para nosotros: porque su alegría consiste en estar con los hombres. Y porque sabe que nosotros, como somos, necesitamos de su cercanía personal” (Edith Stein, La oración de la Iglesia).

Ese encuentro personal con Dios va nutriendo aquella relación fundamental, fuente de fuerza, paz y alegría interior, independiente de las circunstancias cotidianas o de las trágicas contingencias que amenazan nuestros proyectos o nuestra esperanza.

“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría”.

Santa Teresa de Jesús, de Ávila, explica que la oración es un tipo de comunicación que nutre el vínculo amoroso con Dios: “es tratar de amistad estando a solas muchas veces con quien sabemos nos ama” (Libro de la Vida 8,5). Desde esta perspectiva, la oración es análoga a las relaciones interpersonales, porque la amistad solo se cultiva y se nutre en la comunicación continua, honesta y cariñosa. Sin embargo, lo más importante es que la oración se basa en una experiencia espiritual, un saberse amado/a por Dios. Lo enfatiza bien el apóstol Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo” (1 Jn 4,10). Entonces, la oración va dando la certeza interior de ser amados tal como somos por Dios, reeduca nuestra autopercepción y nuestra afectividad. Teresa del Niño Jesús, la santa francesa de Lisieux, resalta la idea de la oración como respuesta recíproca al amor personal de Dios por cada uno/a: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría” (Manuscrits autobiographiques [París, 1992], 389). Con todo, la oración se autentifica en el amor concreto a los demás, como la extensión natural de aquel vínculo vivo de amor a Dios, Padre y Creador de todas las personas. Como señala el papa Francisco: “el mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia”.

¿De qué manera puedo crecer hoy en la amistad con el Señor? ¿Cómo responder a que la oración sea una parte integral de mi vida diaria? ¿Quién podría orientarme y ayudarme a progresar en la vida de oración?

“Por la misma razón, el mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia. Porque ‘la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos’”.

Papa Francisco, Gaudete et exsultate, 105.

Gwendolyn Araya Gómez
Profesora de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosofía de la Universidad Católica de Temuco

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