Otras reflexiones

Dios te salve María, llena eres de gracia

María me acompañaba en silencio, porque sí, porque las madres quieren a sus hijos. Y es que lo más hermoso del amor es su gratuidad. “Todo es gracia”, le dijo el Padre Hurtado a mi padre. “Todo es gracia”, murmuró Santa Teresita de Lisieux en su lecho de muerte. “Todo es gracia”, escribió Georges Bernanos en su Diario de un cura rural. “Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios”, señala San Pablo (Efesios 2,8).

Las voces del desierto

A través de un viaje literario, esta columna explora la experiencia de la Residencia Artística —de académicos y estudiantes UC— en la Fiesta de la Virgen Guadalupe de Ayquina (Región de Antofagasta), la cual dio luz a una muestra artística que se inaugurará en el Campus Oriente el 13 de noviembre a las 19:00 hrs.

¿Qué palabra anhelamos?

“Ante el horror del mundo, ante el tedio cotidiano, ante la belleza que nos maravilla, queremos al menos una palabra más; desahogarnos, reencantarnos, indagar, celebrar. Y quienes fijan eso en la escritura nos ayudan a seguir nombrando y escuchando”.

Inteligencia artificial con rostro humano

La IA no es solo un conjunto de herramientas: implica modelos de sociedad. No actúa por sí misma; es diseñada, entrenada y utilizada por personas, dentro de sistemas que con frecuencia reproducen desigualdad, exclusión o anonimato. Por eso, la tecnología necesita ser iluminada por la fe cristiana.

Solidaridad para Chile

Pbro. Fernando Valdivieso

Año II, Nº 27.

viernes 25 de septiembre, 2020

"En verdad, en verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron. (Mt 25, 40)"

La enseñanza del Maestro ha interpelado el corazón de sus discípulos a lo largo de la historia, impulsándolos a ensanchar el horizonte de su corazón. Así lo fue para Madre Teresa, quien lo descubrió en los sufrientes de Calcuta: «Veo a Dios en cada ser humano. Cuando lavo las heridas de un leproso, siento que estoy cuidando al Señor mismo”. De la misma manera, San Alberto Hurtado reconoció a Cristo en el pobre para quien quiso construir un hogar. De esta manera el cristiano se siente impulsado a la solidaridad, se sabe responsable de su hermano en quien reconoce a su Señor. Saberse responsable es lo propio de la solidaridad, definida así por San Juan Pablo II: “Es, en primer lugar, que todos se sientan responsables de todos” (Sollicitudo Rei Socialis, 38).

El discípulo de Jesús aúna sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, que se reconocen responsables unos de otros.

En este sentido el discípulo de Jesús aúna sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, que se reconocen responsables unos de otros. Nos reconocemos juntos: unidos en una causa común. Nos encontramos así, puestos uno al lado del otro, haciéndonos fuertes en la medida en que estamos unidos. Desde nuestras diferencias, buscamos el bien común con un diálogo sincero, a veces arduo, renunciando a la ideología de la violencia.

En esa trama el cristiano se siente en su lugar porque sabe que ha sido su Señor el primero en dar el paso de aunarse con la humanidad. En efecto, la Encarnación (la venida de Dios al mundo, cuando la Palabra se hace carne en Jesucristo) es el gesto por antonomasia de solidaridad, si consideramos que aquel que es Dios desde siempre, se hace hermano “hasta la muerte de cruz” (Fil 2,8).

Por eso la solidaridad se constituye en uno de los cinco grandes principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Entendida como “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 193), ella es presentada como base para la construcción de la sociedad. Esto quiere decir que la solidaridad no se agota en el imperativo personal por el hermano necesitado, sino que se extiende también a un nivel estructural con el cual debe configurarse la sociedad. Chile tiene que ser solidario: sus instituciones y su sistema económico no pueden dejar de lado la solidaridad como un principio de ordenamiento.

La solidaridad no se agota en el imperativo personal por el hermano necesitado, sino que se extiende también a un nivel estructural con el cual debe configurarse la sociedad.

Identificados estos dos planos, el de la solidaridad estructural y la solidaridad personal, podemos preguntarnos ¿qué relación se da entre ellos? La respuesta es clara: uno y otro se necesitan y se retroalimentan. No se puede ser solidario en el plano personal sin comprometerse con la solidaridad estructural, ni se puede querer transformar las grandes estructuras sociales sin convertirse personalmente al otro. Por eso, un buen indicador de la madurez en la solidaridad de una persona – y de una nación – es la armonía y retroalimentación de esos dos niveles. San Alberto Hurtado es un ejemplo de esta retroalimentación: el reclamo por la transformación de las estructuras sociales en Chile nace de su reconocimiento en el pobre de “su patroncito”, de Cristo.

Somos protagonistas de un momento crucial de la historia de Chile. En estos tiempos de crisis social, sanitaria y económica se están poniendo las bases de lo que seguramente será un cambio de época. Animados por el Evangelio y convocando a creyentes y no creyentes, los discípulos de Jesús quisiéramos comprometernos con la construcción de un Chile post-pandemia fundamentado en el principio de la solidaridad. Lo que nos lleva a reflexionar, ¿Qué realidades estructurales en Chile hoy reprueban el examen de la solidaridad? ¿Quiénes entre mis prójimos son presencia de Jesús pidiendo ser reconocido como hermano?

La cumbre insuperable de la [solidaridad] es la vida de Jesús de Nazaret, el Hombre nuevo, solidario con la humanidad hasta la «muerte de cruz» (Flp 2,8): en Él es posible reconocer el signo viviente del amor inconmensurable y trascendente del Dios con nosotros, que se hace cargo de las enfermedades de su pueblo, camina con él, lo salva y lo constituye en la unidad

(Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 196)

Pbro. Fernando Valdivieso
Capellán General de la Pontificia Universidad Católica de Chile

Comparte esta reflexión