En nuestra vida cotidiana usamos frecuentemente la palabra “vulnerabilidad”. Tenemos la expectativa de que al hacerlo estamos entendiendo todos más o menos lo mismo: hablamos de poblaciones vulnerables, de adultos vulnerables, de la vulnerabilidad que se experimenta en la infancia y de lo vulnerable que se encuentra un enfermo. Hablamos del otro o de la otra vulnerable, quien en el mejor de los casos nos mueve a la compasión, muchas veces también lástima. Hablamos de cómo la creciente violencia en nuestras grandes ciudades, y en muchos otros lugares del mundo, nos hace sentirnos vulnerables a nosotros mismos.
Es verdad que el mismo término vulnerabilidad originalmente remite al daño. Vulnerabilidad proviene del latín vulnus (herida). Y es por eso por lo que nos equivocamos, pues nadie busca ser herido. Pero la palabra vulnerabilidad remite a la capacidad de ser «herible», no al hecho realizado de esa herida. La vulnerabilidad es una cualidad de nuestra humanidad, no la actualización de su vulneración.
La vulnerabilidad humana podría ser comprendida como la capacidad de ser permeables para dejarse afectar por otros y por otras, por lo otro, por El Otro.
La herida, el riesgo de ser herido, es condición de posibilidad de un tipo de relación interpersonal que aspira a la profundidad, a la “vida buena”. La vulnerabilidad humana podría ser comprendida como la capacidad de ser permeables para dejarse afectar por otros y por otras, por lo otro, por El Otro. Esto significa que se requiere ser vulnerables -como la vida misma nos enseña- para amar, para confiar, para vincularnos, para entregarnos.
En un sentido general, vulnerabilidad significa apertura, permeabilidad, relacionalidad, transformación y comunicación. Su dimensión positiva es la de una invitación y una llamada a relaciones responsables: el reconocimiento, solidaridad, protección, amor y respeto por el otro vulnerable. En su dimensión negativa, es la capacidad inherente de cada ser humano de ser herido o invisibilizado, finalmente, la posibilidad de que alguien o algo nos quite la vida. La vulnerabilidad es entonces un concepto relacional e intersubjetivo, pues porque somos abiertos tenemos capacidad de encuentro potencial con otros, y ese encuentro se sitúa siempre en algún punto del continuo entre los polos del amor y la violencia.
Dicha comprensión de la vulnerabilidad es del todo acorde con la antropología bíblica, donde se puede vislumbrar la vulnerabilidad formulada como la apertura a la transformación y a la devastación. La presencia creativa y providencial de Dios es vulnerable. La vulnerabilidad, la capacidad de convivir, de amar y de sufrir al otro, es una parte ineludible de los vínculos humanos. Cuando Dios se vuelve relacionalmente abierto al don de su propia creación y abraza a sus criaturas como seres singulares y valiosos, se muestra en su vulnerabilidad, voluntariamente autolimitándose por la creación, y siendo afectado por ella.
El culmen de dicha apertura es también la encarnación, porque Dios, en Jesús de Nazaret, se despoja de sí mismo y asume toda la vulnerabilidad de cada ser humano, en su propia existencia vulnerable.
El culmen de dicha apertura es también la encarnación, porque Dios, en Jesús de Nazaret, se despoja de sí mismo y asume toda la vulnerabilidad de cada ser humano, en su propia existencia vulnerable. En Jesús, la vulnerabilidad se manifiesta no solo en los grandes eventos de riesgo o dolor y muerte en su vida (como la huida a Egipto, la persecución de los fariseos, la muerte en la cruz). No se manifiesta, necesariamente, a través de acontecimientos extraordinarios, ni a través de poder o la autosuficiencia. Por el contrario, la vulnerabilidad de Jesús se manifiesta sobre todo en su quehacer cotidiano, su apertura para recibir a los dolientes y marginados, su capacidad de crear una comunidad con la que compartir su misión, su relación permanente con el Padre. Dios encarnado se abre de tal manera que es rodeado de vínculos de toda índole, y se deja afectar, permear por ellos, se hace responsable de ellos.
Así, la vulnerabilidad implica un riesgo: pone en cuestión la susceptibilidad del ser humano integral al daño en relación con todas sus dimensiones y dentro de contextos sistémicos y sociales. A la vez, la vulnerabilidad es un recurso, es la condición previa y la expresión de la confianza, del respeto mutuo, de la responsabilidad, y a la posibilidad del amor.
La violencia puede ser ejercida desde la vulnerabilidad y hacia la vulnerabilidad, de muy diversas formas. Pero la condición humana ultrajada es de todas formas la misma. La vulnerabilidad vulnerada es ultraje siempre, y atenta contra la dignidad de la persona humana. Ahora bien, esta violencia no se da solo en las relaciones intersubjetivas. Tiene también una dimensión social, estructural. Las estructuras, los sistemas, son creados por seres humanos, mantenidos por seres humanos y también, a la vez, modelan a los seres humanos conforme a la estructura. Hay estructuras o sistemas sociales que son en sí mismo violentos. El racismo y la xenofobia, la negación de los derechos de la mujer, el maltrato infantil y tantas otras situaciones son violencia que se ha naturalizado de tal forma que parece ser parte de la estructura social. ¿Somos conscientes de que todos somos el vulnerable de otros? ¿Dejo que Dios me enseñe a través de mi vulnerabilidad? Y, por último, me permito ¿ser vulnerable? ¿Mi comunidad conoce mi vulnerabilidad?