Mantener la buena salud mental y física puede ser una de las motivaciones para tener hábitos deportivos. ¿Tendrá que ver esto con la vida cristiana, con la fe?
San Pablo en las Escrituras compara la vida cristiana con una competencia deportiva: “pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús” (Flp 3,12-14).
Los atletas enfrentan numerosos desafíos, desde lesiones hasta derrotas, muchas de ellas inesperadas. Los cristianos afrontan pruebas, tentaciones, momentos de dudas y oscuridad en su caminar de fe.
Y quizás, inspirados en los versículos bíblicos, varios santos fueron también grandes deportistas: San Juan Pablo II, Pier Giorgio Frassati, estos dos amantes de la naturaleza y el montañismo, o Santa Teresa de los Andes, a quien le encantaba nadar y montar a caballo.
Si vemos el itinerario de un buen deportista y de un cristiano, podemos encontrar muchas analogías: disciplina, perseverancia, entrenamiento, trabajo en equipo, renuncias y sacrificios para un bien mayor. El deportista entrena su cuerpo para la carrera mediante el ejercicio diario, el cristiano entrena su alma para el encuentro con Dios mediante la oración cotidiana y las buenas acciones.
En ambos casos vemos que no son prácticas aisladas. Deben ir acompañadas con una buena alimentación, rutina de sueño y hábitos saludables. Si no, dejan de ser fructíferas y se pueden abandonar fácilmente.
San Juan Pablo II señalaba la importancia de que el deporte “contribuya a una cultura del amor, a una civilización del amor. Las competiciones deportivas pueden y deben ser escalones de entrenamiento en el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas de solidaridad, lealtad, corrección y respeto de la persona del otro, en quien hay que ver un competidor y no un adversario o rival” (Audiencia general, 15 de noviembre de 1999).
El cardenal Fernando Chomali, deportista también, nos dice: “el Deporte es superación de sí mismo, fraternidad, amistad, virtudes, salud y alegría”.
Los atletas enfrentan numerosos desafíos, desde lesiones hasta derrotas, muchas de ellas inesperadas. Los cristianos afrontan pruebas, tentaciones, momentos de dudas y oscuridad en su caminar de fe. Por algo San Pablo los exhortaba a alcanzar esa “corona incorruptible” (I Cor 9,25), haciendo una analogía de su combate espiritual con el deporte.
Como deportista, fue muy alentador para mí escuchar a León XIV durante el Jubileo del Deporte los días 13 y 14 de junio pasados y habernos dedicado un espacio a nosotros en este Año Santo. El papa se refirió a “Deus ludens”, el Dios que juega, que se regocija en la Creación: “El binomio Trinidad-deporte no es precisamente habitual; sin embargo, la asociación no es absurda.
Toda buena actividad humana lleva consigo un reflejo de la belleza de Dios, y sin duda el deporte es una de ellas.
De hecho, toda buena actividad humana lleva consigo un reflejo de la belleza de Dios, y sin duda el deporte es una de ellas. Después de todo, Dios no es estático, no está cerrado en sí mismo. Es comunión, relación viva entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que se abre a la humanidad y al mundo. La teología llama a esta realidad pericoresis, es decir, ´danza’: una danza de amor recíproco”.
Al leer y meditar sobre el mensaje del Papa León XIV y las palabras de tantos pastores y deportistas creyentes, entendí que también se puede orar corriendo, saltando, compitiendo, entrenando.
El deporte, cuando se vive con el corazón abierto, se transforma en una experiencia espiritual. Cada entrenamiento es una oportunidad para cultivar la disciplina interior. Cada partido, una lección de humildad y fraternidad. Cada derrota, una escuela de resiliencia y fe.
En Deportes UC sentimos la responsabilidad de que los estudiantes deportistas puedan, con cuerpo, alma y espíritu, poner su mayor esfuerzo y pasión por el deporte, para, de esa forma, glorificar a Dios. Porque cuando el cuerpo se mueve con amor, el alma también se eleva y se acerca a él.
¿Cómo cultivo mi vida espiritual y mi “alma” para su encuentro con Dios? ¿Cómo el deporte me inspira a vivir valores como la disciplina, el sacrificio y el trabajo en equipo? ¿Cuál de estos tres valores me interpela más?