En 1928, el rector de la Universidad Católica, Mons. Carlos Casanueva, señalaba la necesidad y urgencia de profundizar la formación de la mujer cristiana y particularmente de las madres. El propósito de ese cultivo intelectual y maduro de la fe era que las mujeres católicas contribuyeran más profundamente a educar a sus hijos y colaborar en el desarrollo de la vida política y social de nuestro país.
Las palabras de Monseñor continúan plenamente vigentes y son especialmente aplicables en esta nueva conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Si bien esta reflexión podría asumir temas muy demandantes –como el doloroso flagelo de la violencia de género, que se expresa de las maneras más penetrantes en nuestra sociedad–, he optado por dirigir mi mirada hacia un problema que en ocasiones pasa a segundo plano ante las dificultades más acuciantes del momento. Se trata de la inserción de la mujer en el mundo del conocimiento y que, tal como me ha tocado conocer, me parece ser de utilidad para las comunidades parroquiales en las cuales las mujeres intervienen activamente.
Al menos desde 1850 fueron las mismas mujeres quienes presionaron por acceder a los espacios de formación, en las escuelas, las universidades y en la Iglesia.
A través de la experiencia de las mujeres en la historia, captadas por Casanueva, podemos vincular el pasado con nuestra realidad actual. En efecto, durante las primeras décadas del siglo XX en las que éste vivió, las distintas corrientes del feminismo fueron ganando terreno en nuestro país. Entre ellas conviene destacar la del “feminismo cristiano”, que ha sido olvidada por el paso del tiempo. Esas “feministas cristianas” apoyaron intensa y activamente a la Iglesia chilena en su labor de evangelización y promoción de los valores cristianos en la sociedad.
Ellas fueron las que en 1918 organizaron el Congreso Mariano Femenino para conmemorar el centenario de la proclamación de la Virgen del Carmen como Patrona de la República y de su ejército. Organizado por las mujeres católicas, el Congreso Mariano fue un gran acontecimiento religioso, social y cultural. Mons. Edwards, quien lo presidió a nombre de la Iglesia, indicó que “nunca se vio un movimiento más cristiano, más piadoso, ni más francamente social que el que inició el Congreso Mariano femenino”. En este sentido, la convicción, resiliencia, compromiso y generosidad que demostraron las “feministas cristianas” de ese entonces son actitudes y virtudes que como mujeres del presente estamos llamadas a seguir y evitar que su ejemplo continúe en los bastidores del pasado.
Para incidir en la sociedad, las mujeres católicas debían y debemos procurar educarnos, adquirir conocimiento. Sin embargo, esta no ha sido una tarea fácil. Para ello, era y sigue siendo imprescindible que las mujeres podamos acceder a los espacios educativos, los que no siempre han estado abiertos para nosotras. Sabemos que al menos desde 1850 fueron las mismas mujeres quienes presionaron por acceder a los espacios de formación, en las escuelas, las universidades y en la Iglesia. Asimismo, el papel que desempeñó la Acción Católica Femenina (la actual Asociación de Mujeres de Acción Católica, AMAC) resultó esencial en la formación femenina y en el desarrollo de obras sociales en beneficio de los más necesitados. Entre las iniciativas sociales de los años 60, fueron mujeres católicas (las “Cruzadas del servicio Voluntario de Caritas Chile”) quienes fundaron la Escuela Nacional de Capacitación (ENAC). Actualmente las comunidades parroquiales conforman una importante instancia de preparación en la fe. Ellas, tal como señaló Mons. Casanueva, debieran ser instancias de formación en la fe y en los conocimientos que permitan a las mujeres cristianas incidir activamente en la vida pública.
En un momento trascendental, de importantes transformaciones, como el que estamos viviendo, la formación femenina resulta crucial. El mensaje final del Concilio Vaticano II, fue muy profético al respecto: “Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga” (Mensaje del Concilio a las mujeres, 8 de diciembre de 1965, AAS 58 (1966), 13-14). Se trata, por cierto, de un llamado apremiante, que debemos tener presente, sobre todo en el contexto del “Día de la mujer”.