Muchos años atrás, una familia de escasos recursos de 9 personas recibió una ‘caja misteriosa’ en Navidad. Cuando la abrieron, vieron que traía mercadería y dulces para todos. Nunca la esperaron, pero mucho la gozaron. Abrirla les conectó con el amor de quienes la enviaron. Por varios años, se repitió el envío. Así, la espera de la llegada de Jesús estuvo acompañada de esa cajita que, unida al pesebre y cantos navideños, hicieron de esos advientos un tiempo familiar de especial densidad espiritual. Esa familia es la mía.
Adviento es tiempo de espera a la llegada de Jesús; de hecho, la palabra ‘adviento’ significa, precisamente, ‘llegada’. La experiencia nos dice que lo que bien se espera, mejor se recibe. Originalmente, el término se utilizaba para la llegada de algún rey o su emisario. En el mundo cristiano, lo usamos para referirnos al tiempo que antecede al nacimiento de Jesús. Entre el uso antiguo y el actual hay una gran diferencia. El rey que llega, ya está; es el que dinamiza nuestra historia, y vino para ‘estar con nosotros hasta el fin del mundo’ (cfr. Mt 28,20).
La espera hace bien; lo inmediato no nos permite respirar porque no dejamos espacio a lo que viene. El instante, a veces, mata el tiempo, y no nos deja vivir.
Reconocer al que se espera en quienes ya están con nosotros debe ser una de las mejores maneras de vivir el Adviento. Preparar un lugar en el pesebre de nuestro corazón es reconocer que ya está en él al que esperamos; es un modo activo de dejarse encontrar con el don de la paz, que tanto necesitamos, en el formato más sublime de ese don divino: en la simplicidad y fragilidad de un pesebre. De ese contemplar, vendrá la fuerza para perdonar a quien no te ha hecho el bien, acercarse a quien se ama y a quien se debería querer más, ‘perder el tiempo’ con quien está a nuestro lado, dejarnos sorprender por lo sencillo de una flor y ejercer nuestra solidaridad, que nos hará salir de nuestro espacio de confort.
Nuestra sociedad no está acostumbrada a esperar; somos de la cultura de lo inmediato, que mucho resuelve en un ‘click’. El tik-tok de nuestra existencia no nos deja espacio para adentrarnos en el silencio de lo que viene porque ya está… ya pasó. La espera hace bien; lo inmediato no nos permite respirar porque no dejamos espacio a lo que viene. El instante, a veces, mata el tiempo, y no nos deja vivir. La espera del Adviento, tan necesaria para prepararse a la llegada de Jesús, nos dispone a acogerlo ya, en medio de nuestra vida agitada y marcada por el consumismo y el individualismo.
El Papa Benedicto XVI dijo que ‘el pesebre nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios, que se reveló en la pobreza y en la sencillez de la cueva de Belén’ (Angelus del 11 de diciembre de 2005). ¡Cuán hermoso sería nuestra sociedad si imitáramos el modo de ser de Dios, que desea ser acogido en la debilidad de un pesebre! San Agustín lo dice bellamente: ‘Yace en un pesebre, pero contiene al mundo; toma el pecho, pero alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, pero nos reviste de inmortalidad’ (Sermón 190).
La invitación para este Adviento es preparar un pesebre en familia y, si se puede, regalarlo a quienes no lo tienen. Será un espacio de contemplación.
La invitación para este Adviento es preparar un pesebre en familia y, si se puede, regalarlo a quienes no lo tienen. Será un espacio de contemplación. Hagamos que el pesebre dé más luz que esos fríos arbolitos luminosos, que a muchas personas les invita al consumo, dejándoles el corazón vacío y alejándoles de la paz del que nace en Belén. El Papa Francisco, en la Admirabile Signum -carta apostólica dedicada al significado y valor del pesebre, publicada el 1 de diciembre de 2019- nos alentaba a prepararlo en todos los lugares posibles porque “la contemplación de la escena de la Navidad nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho ser humano para encontrar a cada ser humano” (cfr. Carta Apostólica Admirabile Signum del Santo Padre Francisco sobre el Significado y el Valor del Belén).
Adviento es espera orante, paciente, familiar y comunitaria. El pesebre puede transformarse en un foco de encuentro, consuelo y disposición para unir nuestro corazón a toda la familia humana, que prepara la llegada de Jesús en Belén, y que desea seguir habitando en nuestro corazón también. ¿Qué actitudes ayudarán a que en nuestro interior haya espacio para que Dios llegue a él, tal como Jesús lo hizo en Belén? ¿Qué acciones concretas puedo realizar a fin que tres o más personas sean beneficiadas por mis gestos de Navidad? ¿Qué dificultades identifico en mi corazón que no me permiten acercarme más a mi familia y mis amigos? ¿Se me viene a la mente ‘alguien a quien debería expresarle más amor’, especialmente en este tiempo?