“María se levantó y partió sin demora” (Lc 1,39), es el lema que el Santo Padre ha elegido para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que se realizará en agosto en la ciudad de Lisboa. Una experiencia significativa considerando la fragilidad de estos tiempos que la preceden, pero que sin duda busca renovar la fe de los jóvenes que participarán.
Después de 37 años del primer encuentro y a 4 del último, la JMJ vuelve a convocar a miles de jóvenes a vivir una experiencia que no se reduce solo a una propuesta formativa, tampoco a un “evento masivo”. Más bien, es pensar en un acontecimiento que permite reconocer en el encuentro con los hermanos y la Iglesia universal la presencia de Jesucristo vivo, un sueño que desea transformarse en realidad. Es difícil pensar que la JMJ no sea capaz de tocar el corazón de un joven permitiendo entrar en contacto directo con la persona de Jesús. Sin embargo, este encuentro es un verdadero anhelo que se transforma en un reto particular en el mundo juvenil. No es el lugar donde se focaliza el servicio en la pastoral juvenil o en la participación de la vida de la Iglesia, sino donde se renueva y consagra la misión.
La JMJ puede transformarse, para quienes la vivan, en una verdadera experiencia, donde junto con jóvenes del mundo entero se vuelva a renovar en ellos el deseo de gestar una cultura del encuentro.
Hoy existe también el desafío de vivir una nueva experiencia postpandemia, donde a pesar del uso de la tecnología no se logró satisfacer la necesidad de estar con otros. Es por esto que la JMJ puede transformarse, para quienes la vivan, en una verdadera experiencia, donde junto con jóvenes del mundo entero se vuelva a renovar en ellos el deseo de gestar una cultura del encuentro. No obstante, existe un elemento clave en la promoción de esta cultura: la gratuidad, que contrasta con el costo económico que tiene para los jóvenes el asistir a Lisboa.
En marzo, el papa Francisco envió un videomensaje para quienes participarán en la JMJ, dejando en claro que encontrarse en Lisboa no puede ser solo un viaje de turismo, pues el horizonte es Jesús; solo Él puede saciar la sed de los jóvenes. Es verdad que la novedad de estar en otro país y compartir otras culturas enriquece a las personas, pero lo que distingue a la Jornada entre un viaje y una peregrinación es que su orientación está puesta en una persona, concreta, encarnada: Jesús, donde el fruto de este encuentro es la comprensión de la vivencia de la fe desde la vida comunitaria, ya que nos invita a formar parte de la misma Iglesia, a una familia con identidad y pertenencia.
El papa Francisco lo define de forma muy particular e invita a los más jóvenes a integrar en su vida de fe el “gusto espiritual de ser Pueblo de Dios”. El reconocimiento de ser Pueblo de Dios conlleva a dos elementos importantes según el Santo Padre en su encíclica Evangelii Gaudium: primeramente, en el deseo de estar cerca de las personas, compartiendo su vida, inquietudes y preocupaciones. Y segundo, esta proximidad no solo concede desarrollar proximidad y compasión, sino que pertenencia. Estos dos puntos se vuelven fundamentales hoy.
Si los jóvenes son capaces de colocarse en camino, seamos nosotros también una comunidad peregrina que se renueva para hacer de este encuentro un nuevo impulso para la misión de nuestra Iglesia.
En la cultura en la que están inmersos los jóvenes se evidencia una falta de pertenencia y una gran desafección a la Iglesia, incluso para los que profesan la fe, que se traduce en lejanía. Sin embargo, de alguna forma la JMJ nos muestra un camino en el cual los jóvenes, compartiendo con otros, valorando su cultura y penetrando en la historia de tantos peregrinos puedan experimentar este gusto de ser Pueblo de Dios y, en consecuencia, de pertenecer a él. Este encuentro es una ocasión providencial para que los jóvenes se reconozcan como miembros de la Iglesia, experimentándose verdaderamente Iglesia Pueblo de Dios. La Jornada Mundial es el lugar para abrir el camino al servicio, renovar y consagrar la misión.
Estas palabras nos ayudan a entender que, si bien son algunos jóvenes los que participarán en esta experiencia, peregrinamos todos como Iglesia. Si los jóvenes son capaces de colocarse en camino, seamos nosotros también una comunidad peregrina que se renueva para hacer de este encuentro un nuevo impulso para la misión de nuestra Iglesia. Confiemos que estos jóvenes peregrinos al volver porten la Buena Noticia del Evangelio, dejando que la eterna novedad de Jesucristo nos devuelva la alegría y la esperanza. ¿Podemos desde aquí acompañar a los jóvenes que van a Lisboa? ¿Cómo peregrinar junto a tantos de ellos y renovar en el Espíritu del encuentro mismo nuestra propia fe?