La democracia, como forma de gobierno, no solo se basa en votar, participar y elegir autoridades, sino también en valores y principios que la sostienen; entre ellos, la amistad cívica, un pilar esencial para el fortalecimiento del tejido de una sociedad democrática, invita a las personas a tratarse con respeto pese a sus diferencias, a reconocer al otro en su individualidad, visibilizándolo como un legítimo otro, que desde el Evangelio es mi prójimo, mi hermano, mi hermana, con quien construyo sociedad, quien tiene su propia forma de ver el mundo, cosmovisión y perspectiva, donde afloran una diversidad de opiniones y pareceres, posiciones e intereses. Es ahí donde surge la amistad cívica que, iluminada por la fe, la esperanza y la caridad, hace que podamos seguir caminando juntos, pese a nuestras diferencias, pues son más los intereses comunes que nos unen que los que nos dividen. En lo medular, en lo esencial, compartimos el mismo interés: la justicia y el bien común.
Sin esta amistad cívica estaremos en permanente conflicto y la fragmentación resulta inevitable. Este componente esencial de la vida social y política es necesario para la cohesión de la comunidad y el fundamento desde donde se construyen las demás relaciones sociales. En relación con el conflicto, también sabemos que es connatural a nuestra existencia humana, por lo que la clave será determinar cómo gestionamos nuestros conflictos, especialmente los sociales, en el marco de una sociedad democrática cada vez más compleja, donde el diálogo es la clave.
Es ahí donde surge la amistad cívica que, iluminada por la fe, la esperanza y la caridad, hace que podamos seguir caminando juntos, pese a nuestras diferencias.
Santo Tomás nos da luces al respecto en la “Suma Teológica” (II-II, q. 23, a. 1), donde explica que la caridad une a los hombres en Dios, y es la base de una comunidad justa y armoniosa. La caridad no es solo amor a Dios, sino también amor al prójimo, que fomenta la paz y la unidad en la sociedad.
El Papa Francisco, en su Encíclica Fratelli tutti, añade la idea del amor político, donde el empeño en esta práctica se convierte en un ejercicio supremo de la caridad: “porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política”. Avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. El desarrollo de una verdadera amistad social dentro de una sociedad supone la capacidad de cultivar una amabilidad no solo como un rasgo superficial, sino como un valor fundamental, “la paz social es laboriosa, artesanal”. Nos lleva a asumir el conflicto, a resolverlo y a transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. Porque la paz verdadera y duradera es fruto de la justicia. “Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!”. ¡Trabajemos por la paz!
Sin esta amistad cívica estaremos en permanente conflicto y la fragmentación resulta inevitable. Este componente esencial de la vida social y política es necesario para la cohesión de la comunidad y el fundamento desde donde se construyen las demás relaciones sociales.
Por tanto, desde la vereda en que nos encontremos, surge esta responsabilidad de trabajar por la construcción de la paz, especialmente quienes tienen un rol formador, en la educación. Ese rol es fundamental para el fortalecimiento de la democracia. Nunca es demasiado temprano para educar en la importancia de la democracia y la participación. Educando, desde la primera infancia, encontraremos los cimientos de esta amistad cívica que permanezca en el tiempo, promoviendo la formación en derechos y deberes cívicos, así como la resolución pacífica de conflictos a través del diálogo como inicio del camino de una vida cívica robusta.
Para fortalecer la democracia y fomentar una verdadera amistad cívica, es esencial que cada persona se comprometa a participar activamente en la vida cívica, a respetar y valorar las opiniones de los demás y a trabajar juntos por el bien común. Al final del día, la amistad cívica no solo fortalece nuestra democracia, sino que también enriquece nuestras vidas y nos acerca más como comunidad. Desde nuestra identidad católica, el fortalecer la democracia a través de la amistad cívica involucra vivir los valores del Evangelio en la vida pública, comprometerse en ser testimonio, a través de la caridad, la justicia y el amor al prójimo. El Papa Francisco señala: “La política es una de las formas más altas de la caridad porque busca el bien común”, con una invitación a involucrarse, a hacerse parte y no quedar indiferentes.
Hoy nos preguntamos: ¿Cuál es mi aporte cotidiano para cultivar una verdadera amistad cívica? ¿Cómo me siento cuando me encuentro con personas que piensan diferente a mí?, ¿cómo reacciono ante opiniones y afirmaciones que no comparto? Reflexionemos durante esta semana en nuestras contribuciones concretas, desde nuestra identidad católica, para ser sal, ser luz y fortalecer nuestra democracia a través de una real y verdadera amistad cívica.