Los tiempos que corren no parecen propicios para el buen humor. Muchas veces vemos rostros de personas agobiadas y tristes por dificultades económicas, enfermedades, conflictos y un sinnúmero de amenazas potenciales a la vida personal y social. Sin desconocer estos hechos, es posible y necesario apreciar y cultivar el buen humor, puesto que, como afirmó el Papa Francisco en un encuentro con humoristas de todo el mundo, es “el mejor antídoto contra el egoísmo y el individualismo” que están en la base de muchos de los males del presente.
“Dame, Señor, el sentido del humor. Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás”. (Evangelii Gaudium, 126, nota 101).
El humor es algo que hay que tomar en serio. No es la risa fácil por el tortazo en la cara o la burla por el tropiezo ajeno. No es tampoco el optimismo ingenuo y superficial que prefiere ignorar los problemas. Por el contrario, el humor los pone al descubierto y permite reconocerlos, así como también las maravillas, los dones y las oportunidades que hermosean la vida, contribuyendo a enfrentar las dificultades con ánimo alegre y promoviendo el encuentro, la amistad y la colaboración entre los seres humanos.
Es cierto que, como toda acción humana, el humor puede ser también puesto al servicio de conductas banales y crueles. El criterio para no incurrir en ese mal uso es el amor a los demás y a sí mismo. No se trata de un sentimentalismo superficial, sino de saber discernir lo que contribuye a sanar los dolores y fortalecer la esperanza de una vida plena. Sabemos que ello no depende únicamente de las fuerzas humanas, sino en gran medida de la libre apertura a la gracia de Dios, cuyos dones perfeccionan y alegran el espíritu de las personas de buena voluntad.
Los cristianos tenemos conciencia de la importancia del buen humor y la alegría que este produce. Un cristiano triste no puede anunciar adecuadamente la Buena Nueva de Cristo.
En la Biblia y en las vidas de los santos abundan los ejemplos de buen humor. El profeta Elías se burla de los sacerdotes idólatras de Baal que en el monte Carmelo intentan infructuosamente que Dios acoja sus sacrificios, diciéndoles: “Griten más fuerte, cierto que Baal es Dios, pero debe estar ocupado, debe andar de viaje, tal vez está durmiendo y tendrá que despertarse” (1 Reyes, 27). Jesús hace gala de humor cuando apoda a los apóstoles Santiago y Juan como “hijos del trueno” (Mc 3,17). De San Lorenzo se dice que, mientras era martirizado sobre una parrilla, comentó humorísticamente a sus torturadores cuáles eran las partes de su cuerpo que estaban mejor asadas. Y, refiriéndose al humor de los santos, el Papa Francisco recomienda rezar una oración atribuida a santo Tomás Moro, en la que pide “una buena digestión y también algo que digerir”, y agrega: “Dame, Señor, el sentido del humor. Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás”. (Evangelii Gaudium, 126, nota 101).
Los cristianos tenemos conciencia de la importancia del buen humor y la alegría que este produce. Un cristiano triste no puede anunciar adecuadamente la Buena Nueva de Cristo. Citando Evangelii Nuntiandi de Paulo VI (80), el Papa Francisco nos dice: “Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo»(Evangelii Gaudium, 10).
¿Sabemos distinguir, hacer y aceptar las bromas que contribuyen a una alegría sana y constructiva? ¿De qué manera aportamos al alivio y la esperanza de los que sufren? ¿Somos capaces de ayudar a enfrentar los obstáculos de la vida con buen humor y comunicar la Buena Nueva de forma creíble?