Otras reflexiones

¡Ha resucitado!

Los últimos siglos antes de Cristo se descubrió algo nuevo. Los griegos comenzaron a hablar de la inmortalidad del alma, diferenciando lo material, lo que queda acá, con el alma que continúa viviendo. Los hebreos no aceptaban esta idea, pero entre unos pocos judíos se empezó a difundir el concepto de una resurrección como un retorno a la vida.

La Sábana Santa

"No debe haber reliquia más abierta a la polémica que la sábana que se guarda en Turín. Ésta comenzó cuando Secondo Pía, a fines del siglo XIX, obtuvo una fotografía del rostro que en ella aparece y descubrió que la sábana es un negativo fotográfico. Desde entonces la polémica se mantiene viva, con muchas hipótesis –bastante contradictorias y hasta macabras– que explicarían el fenómeno."

El pan eucarístico, constructor de comunidad

“En cada pan que partimos y compartimos, potencialmente nos encontramos con un eco de aquella cena donde Jesús transformó el alimento cotidiano en signo de una humanidad sin fronteras”.

La esperanza nos impulsa a amar

“Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. (…) Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza“. (Papa Francisco)

Tomás de Aquino: entender y creer para amar

Felipe Widow

Año VII, N° 163

viernes 24 de enero, 2025

“Tomás de Aquino es el paradigma de la más monumental de las obras realizadas por el hombre medieval: la armónica integración vital de la razón, la fe y el amor”.

Dice Chesterton que “Santo Tomás era un hombre como un toro: grueso, lento y callado; muy tranquilo y magnánimo, pero no muy sociable; tímido y abstraído”. Grande como un toro… o como un buey. Sus primeros compañeros de clase, cuando ingresó a los dominicos, le apodaron el buey mudo. Esto, porque se pasó un año entero sin abrir la boca ni tomar apuntes, el rostro impasible, sin gesto alguno que denotara ni el más mínimo signo de inteligencia y comprensión. Lo de buey mudo, además de su corpulencia y silencio, indicaba que ese gigante sin habla debía ser un tonto de tontería superlativa. Cuál sería la sorpresa de estos prejuiciados cuando, en la última clase, el profesor le pide que resuma el curso. Fray Tomás saca, por fin, el habla y, sin auxilio de libros ni apuntes, hace una síntesis de una profundidad y unidad lógica que deja pasmados a sus compañeros y admirado al profesor.

Luego de esta anecdótica primera manifestación pública de su inteligencia, ya sabemos lo que ocurrió: Tomás de Aquino se transformó en uno de los más grandes intelectuales que ha dado a luz la Iglesia en sus dos mil años de historia. La magnitud y profundidad de su obra teológica y filosófica no tiene parangón. León XIII llega a llamarle “Príncipe y Maestro de todos los doctores escolásticos”.

Sin embargo, esta obra no ha sido siempre apreciada. De un lado, el racionalismo moderno ha intentado difundir la falsa idea de que la Edad Media fue una época oscura: llena de superstición, fanatismo e inaccesibles razones de fe que obstruyen el verdadero despliegue de la razón y la ciencia. Y, del otro lado, no pocos cristianos han caído en la tentación fideísta (por la que se abraza una fe sentimental y se abandona la explicación racional) y han despreciado a la escolástica medieval, y a Tomás en ella, como excesivamente intelectual, demasiado filosófica, fría y abstracta.

Pero lo cierto es que Tomás, la escolástica y la Edad Media están lejos de ser oscuros y supersticiosos. Es el tiempo del verdadero renacimiento de la ciencia, la filosofía y el arte, y lo es gracias al impulso de la teología, que señala a Dios como causa última del orden y la belleza del universo, y mueve, así, a conocer, describir y amar ese orden y esa belleza. Y, lejos de toda frialdad y abstracción filosófica, es un tiempo en que el saber se encarna en amor por Dios y su creación. Es la monumental obra de integración entre la razón, la fe y el amor.

Esta integración es una exigencia de nuestra plenitud humana. En ella se juega nuestra felicidad, que no podemos encontrar sino en el conocimiento y el amor de Dios (que es la fuente de todo otro amor). Es que la perfección humana puede darse de dos modos: uno sobrenatural y completo, que se realiza en el encuentro cara a cara con Dios, que sólo podremos alcanzar en el cielo y al cual nos dispone la fe; y otro natural e incompleto, que se alcanza en el conocimiento que de Dios tenemos en sus efectos, que son las creaturas, y para lo cual disponemos de la razón natural. No son dos fines, sino dos modos de alcanzar un único fin. La fe y razón nos han sido dadas con un mismo propósito: que tengamos una vida plena de sentido y -en la muerte- volvamos a Dios, del que venimos.

Pero, ¡cuidado!, podría parecer que la perfección humana en la que piensa Santo Tomás es una fría perfección intelectual. No hay tal cosa: el Aquinate enseña que la fe sólo está viva cuando sirve a la caridad. Y que la razón se frustra si no crece en el dulce y cálido seno de la amistad. El conocimiento y el amor son, en Santo Tomás, completamente inseparables. Por eso, la felicidad imperfecta, aquella que podemos alcanzar en esta tierra, se realiza fundamentalmente en la comunicación con el amigo, esto es, en el conocimiento y el amor de aquella creatura -el otro personal- que más se parece a Dios, porque es imagen suya.

No podemos amar sino lo que conocemos, y para amar más perfectamente debemos conocer más intensamente. El propósito de cultivar la filosofía y la teología, y así integrar la razón y la fe, es hacer posible un amor más grande, completo y definitivo de Dios y el prójimo: “la caridad es la amistad del hombre principalmente con Dios, y con los seres que pertenecen a Dios” (S. Th., II-II, q. 23, a. 1).

¿Seguimos el ejemplo de Tomás de Aquino para aplicar nuestra inteligencia al estudio de las verdades sobrenaturales, o nos quedamos en la comodidad de una fe sentimental y superficial? ¿Amamos intensamente la verdad -natural y revelada- para que ella ilumine nuestro andar y nos conduzca a aquél que es la Verdad, con mayúsculas?

“La vida y las enseñanzas de santo Tomás de Aquino se podrían resumir en un episodio transmitido por los antiguos biógrafos. Mientras el Santo oraba ante el crucifijo, el sacristán de la iglesia oyó un diálogo. Tomás preguntaba, preocupado, si cuanto había escrito sobre los misterios de la fe cristiana era correcto. Y el Crucifijo respondió: ‘Tú has hablado bien de mí, Tomás. ¿Cuál será tu recompensa?’. Y la respuesta que dio Tomás es la que también nosotros, amigos y discípulos de Jesús, quisiéramos darle siempre: ‘¡Nada más que tú, Señor!’”.

Benedicto XVI, Audiencia general del 2 de julio de 2010.

Felipe Widow
Profesor de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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