Otras reflexiones

Cuando el Papa Francisco habló para la UC

El ritmo acelerado y la implantación casi vertiginosa de algunos procesos y cambios que se imponen en nuestras sociedades nos invitan de manera serena, pero sin demora, a una reflexión que no sea ingenua, utópica y menos aún voluntarista. Lo cual no significa frenar el desarrollo del conocimiento, sino hacer de la Universidad un espacio privilegiado «para practicar la gramática del diálogo que forma encuentro».

¡Ha resucitado!

Los últimos siglos antes de Cristo se descubrió algo nuevo. Los griegos comenzaron a hablar de la inmortalidad del alma, diferenciando lo material, lo que queda acá, con el alma que continúa viviendo. Los hebreos no aceptaban esta idea, pero entre unos pocos judíos se empezó a difundir el concepto de una resurrección como un retorno a la vida.

La Sábana Santa

"No debe haber reliquia más abierta a la polémica que la sábana que se guarda en Turín. Ésta comenzó cuando Secondo Pía, a fines del siglo XIX, obtuvo una fotografía del rostro que en ella aparece y descubrió que la sábana es un negativo fotográfico. Desde entonces la polémica se mantiene viva, con muchas hipótesis –bastante contradictorias y hasta macabras– que explicarían el fenómeno."

El pan eucarístico, constructor de comunidad

“En cada pan que partimos y compartimos, potencialmente nos encontramos con un eco de aquella cena donde Jesús transformó el alimento cotidiano en signo de una humanidad sin fronteras”.

Transfiguración: una escuela de amistad

Pbro. Federico Ponzoni

Año VII, N° 170

viernes 14 de marzo, 2025

“Somos una sociedad muy acostumbrada en pensar la felicidad como un sentimiento personal, una emoción, algo que, por lo tanto, se experimenta en soledad, como individuos. Por eso quizás resulte sorpresiva la afirmación que para que una vida sea feliz es necesario que una persona tenga amigos”.

Aristóteles tiene sobre el tema de la felicidad una reflexión tan profunda que no ha perdido interés después de más de dos mil quinientos años. Afirma que es una vida entera la que puede y debe (si es el caso) ser llamada feliz. Somos una sociedad muy acostumbrada en pensar la felicidad como un sentimiento personal, una emoción, algo que, por lo tanto, se experimenta en soledad, como individuos. Por eso quizás resulte sorpresiva la afirmación que para que una vida sea feliz es necesario que una persona tenga amigos. Esta constatación, simple y profunda a la vez, nos lleva a una conclusión muy fuerte: es evidente que la amistad es un bien para perseguir y que a una vida sin amistad le faltaría un bien esencial.

Cuando una persona revela algo importante de sí a un amigo, algo que el amigo solo podía haber intuido sin tener certeza, la amistad se renueva y profundiza.

Jesús también habló de amistad y felicidad. Entre los capítulos 13 y 17 del evangelio según san Juan se desarrolla el último discurso que Jesús pronuncia a los apóstoles antes de su pasión. Se trata de un momento dramático y tenso en la vida de Jesús y por eso podemos, por cierto, suponer que lo dicho en esa ocasión revista una especial relevancia y urgencia. En esta ocasión, Jesús declara que la razón por la cual está hablando es que la alegría de los que lo escuchan sea perfecta (Jn 15,11) y unas líneas después añade que las personas a las que está hablando son sus amigos (Jn 15,15). Jesús llama amigos a sus discípulos y pone la amistad con él como una fuente de profundo gozo, de alegría.

Algunas breves consideraciones teológicas nos pueden ayudar a profundizar en esto. Reflexionemos por un momento: Dios es amor y el amor consiste, entre otras cosas, en desear con pasión la felicidad de las personas amadas. Es así como un dios que es amor no puede sino querer establecer un nexo de amistad con los seres humanos que ama. Aristóteles es muy específico en declarar que no se puede ser amigos si es que no se “comparte el pan”, indicando así que para que una amistad sea tal es necesario que los amigos compartan tiempo, en presencia, en situaciones donde la comunicación cara a cara e íntima sea posible. Para ser amigo del ser humano, Dios ha querido asumir un cuerpo y así poder compartir el pan. Este tipo de amistad requiere un conocimiento reciproco cada vez más perfecto. Que Dios haya querido asumir una carne humana significa que Cristo ha asumido todo de la naturaleza humana (menos el pecado), incluso el hecho de que las amistades se construyen en el tiempo y tienen etapas de crecimiento. Dos grandes amigos se conocen recíprocamente en profundidad, pero este conocimiento no es inmediato, va por etapas. En la historia de una amistad hay etapas y momentos especiales en los cuales la intimidad y el conocimiento reciproco crecen. Cuando una persona revela algo importante de sí a un amigo, algo que el amigo solo podía haber intuido sin tener certeza, la amistad se renueva y profundiza.

Jesús llama amigos a sus discípulos y pone la amistad con él como una fuente de profundo gozo, de alegría.

¿Y si leyéramos la transfiguración desde la perspectiva de la amistad? Si lo hiciéramos, deberíamos ver la transfiguración como una etapa importante en la historia de la amistad entre Jesús y los más cercanos de sus discípulos. Tratemos entonces de leer así la transfiguración: estamos en una etapa compleja de la vida de Jesús, su oposición a las autoridades se ha hecho clara, explícita y amarga. Jesús decide ir a Jerusalén, sabiendo que esa decisión lo habría de llevar a un enfrentamiento posiblemente mortal con el poder. Decide entonces dar a conocer con mayor claridad quién es a los amigos más íntimos. Para que comprendan la aparente locura de ir a Jerusalén, para que entiendan con más claridad quién es Jesús, para que su amistad crezca. La transfiguración, en efecto, es un momento en el cual aparecen Elías, que representa la tradición profética del Pueblo de Israel, y Moisés, que representa la ley; se oye también la voz del Padre mismo. Pedro, Juan y Santiago vivieron un momento de profundo crecimiento en la amistad con Jesús porque el amigo les reveló con certeza algo que intuían, es decir quién era Jesús de verdad.

La transfiguración así nos puede enseñar a valorar la amistad. No hay felicidad auténtica sin amigos y Dios nos quiere felices. Por otro lado, nos enseña que llegan momentos en la historia de una amistad donde la sinceridad debe alcanzar un nivel superior, donde no hay espacio para esconderse, sino que hay que arriesgar, como Jesús lo ha hecho, revelarse completamente al amigo.

La amistad así está en el centro no solo de una vida humana feliz sino de una vida cristiana feliz. ¿Quiénes son mis amigos más auténticos? ¿He podido ser sincero con ellos como Jesús con Pedro, Juan y Santiago? ¿Qué tienen que ver los amigos que tengo con mi felicidad última, es decir, Dios?

Entonces, ¿qué es la amistad? La amistad, en su estado mínimo, es el encuentro de una persona con otra cuyo destino desea más que su propia vida. Deseo tu destino más de lo que deseo mi vida. El otro corresponde a esto y desea mi destino más que su propia vida. Así es la amistad, y la prueba de que esto es cierto es que desearías que cualquiera que encuentres en la diversidad de circunstancias entendiera esto.

Luigi Giussani, Si puó vivere cosí, Rizzoli, Milano, 1994, p. 160.

Pbro. Federico Ponzoni
Asesor de la Pastoral de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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