Otras reflexiones

Habemus Papam: León XIV

Se corrieron las cortinas de la Logia de la Bendición y el cardenal Dominique Mamberti pronunció aquellas dos palabras que anhelábamos escuchar: Habemus Papam. León XIV, el nombre que eligió Robert Francis Prevost Martínez, quien fue el prefecto del Dicasterio para los obispos y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, tiene mucho que decirnos.

Los talentos y la música

"Porque es como si uno al emprender un viaje llama a sus siervos y les entrega su hacienda, dándole a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad. Luego el que había recibido cinco talentos se fue y negoció con ellos y ganó otros cinco. Asimismo, el de los dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno se fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su amo" (Mt. 25 14, 30).

Cuando el Papa Francisco habló para la UC

El ritmo acelerado y la implantación casi vertiginosa de algunos procesos y cambios que se imponen en nuestras sociedades nos invitan de manera serena, pero sin demora, a una reflexión que no sea ingenua, utópica y menos aún voluntarista. Lo cual no significa frenar el desarrollo del conocimiento, sino hacer de la Universidad un espacio privilegiado «para practicar la gramática del diálogo que forma encuentro».

¡Ha resucitado!

Los últimos siglos antes de Cristo se descubrió algo nuevo. Los griegos comenzaron a hablar de la inmortalidad del alma, diferenciando lo material, lo que queda acá, con el alma que continúa viviendo. Los hebreos no aceptaban esta idea, pero entre unos pocos judíos se empezó a difundir el concepto de una resurrección como un retorno a la vida.

Entrenarse en el amor

Román Guridi Ortúzar SJ.

Año II, Nº 19.

domingo 7 de junio, 2020

"Palabras difíciles: sacrificio, ascesis, y mortificación. Aunque espontáneamente parecen hablarnos de renunciar y suprimir, en realidad apuntan a la perfección en el amor. Quieren ser un gran entrenamiento en el amor."

Hay palabras difíciles. No solo de comprender, sino que también de vivir. A todos nos cuestan algunas. Palabras como perdón, justicia, y misericordia nos llevan tiempo. El seguimiento de Jesucristo nos propone también otras de estas palabras difíciles: sacrificio, ascesis –entrenarnos en dar espacio a Dios y a los demás– y mortificación. Aunque espontáneamente parecen hablarnos de renunciar y suprimir, en realidad apuntan a la perfección en el amor. Quieren ser un gran entrenamiento en el amor.

Sacrificarse es darse sin esperar nada a cambio, reconociendo el carácter sagrado de esa donación.

El significado profundo del sacrificio es hacer sagradas las cosas. No porque sean profanas o impuras. Se trata, más bien, de recuperar el sentido sagrado de nuestras relaciones y de lo que hacemos todos los días. San Pablo nos invita a ofrecernos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12, 1). Nuestra rutina diaria y nuestras ocupaciones cotidianas son sagradas. Nuestros lazos familiares y de amistad son sagrados. La interacción en nuestros barrios y en la ciudad es sagrada. Son siempre una ocasión para entregar gratuitamente sin esperar un aplauso, una recompensa o algo a nuestro favor. Este es el sacrificio que realiza Jesucristo durante toda su vida y que recordamos especialmente en cada eucaristía. Es también uno de los sentidos de las palabras de la consagración: “hagan esto en memoria mía”. Sacrificarse es darse sin esperar nada a cambio, reconociendo el carácter sagrado de esa donación.

La ascesis, por su parte, apunta a prácticas concretas. Originalmente significa entrenamiento o ejercicio del cuerpo y de la mente. Podemos comprenderla como un entrenamiento en el amor. Y si se puede entrenar, quiere decir que el amor no se reduce a un sentimiento o a una emoción. Solo así se entiende que se nos pida amar al enemigo (Mt 5, 44). Bíblicamente el amor es buscar el bien de la otra persona siempre y en todo momento. Dios nos ama, y quiere siempre nuestro bien. El amor no se puede forzar ni comprar, pero se puede ejercitar. La ascesis es entrenarnos a través de actos concretos en buscar siempre el bien de los demás anteponiéndolo a la condena, la discriminación, el daño, la indiferencia, o el olvido. El mandamiento que nos da Jesús adquiere así una profundidad nueva: ámense unos a otros como yo los he amado (Jn 13, 34).

La clave de la mortificación cristiana es que siempre se orienta a dar vida y no meramente a la perfección personal.

La palabra mortificación parece incluir en sus letras a la muerte. Y tiene razón, porque no hay plenitud de vida sin alguna forma de renuncia. El Evangelio lo dice de muchas maneras que ciertamente no son un juego de palabras: perder para salvar, morir para vivir, ser último para ser primero. Jesús proclama que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto (Jn 12, 24). Y también afirma que a Él nadie le quita la vida, sino que la entrega libremente (Jn 10, 18). Abundan los ejemplos cotidianos en los que una persona está dispuesta a posponer, evitar, o incluso padecer con tal de lograr un objetivo mayor. La deportista que se entrena y el músico que practica. No obstante, la clave de la mortificación cristiana es que siempre se orienta a dar vida y no meramente a la perfección personal. Este es el sentido de una muerte que produce fruto, y de la vida abundante que nos quiere regalar Jesús (Jn 10, 10).

Aunque nos lleven tiempo y sean palabras difíciles, el sacrificio, la ascesis, y la mortificación, son palabras de vida y plenitud. ¿Qué lugar tiene el sacrificio en mi vida? ¿Cómo puedo entrenarme mejor en el amor? ¿A qué quisiera morir o renunciar para dar vida?

«Haciéndose eco del patriarca Bartolomé I, el papa Francisco nos invita a «pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia».

LAUDATO SI’, 9

Román Guridi Ortúzar SJ.
Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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