El concepto de mundo globalizado está relacionado, por lo general, a una integración económica mundial, que crece cada día más con los nuevos desarrollos tecnológicos. Sin embargo, reducir la unificación de nuestro planeta a estos términos, es obviar otros aspectos trascendentales del ser humano.
En el Diccionario de la lengua española encontramos la definición de globalizar, verbo del que deriva el adjetivo globalizado. En su segunda acepción, se define como “Universalizar, dar a algo carácter mundial”. Como católicos, no nos podemos quedar indiferentes, ya que somos apóstoles de la más importante globalización: la salvación.
El mismo Dios, al darse a conocer al mundo, comenzó manifestando su amor a un pueblo pequeño, y luego, a través de su Hijo, se universalizó en el mundo: la eternidad se globalizó, abriendo sus puertas a todo hombre y mujer. El mundo globalizado es aquel donde todos podemos aspirar a la eternidad, y la fe es el fuego que lo ilumina en el amor.
El mundo globalizado es aquel donde todos podemos aspirar a la eternidad, y la fe es el fuego que lo ilumina en el amor.
Jesús no se quedó en su pueblo de origen con sus cercanos. Desde Nazaret salió al encuentro de judíos, samaritanos y romanos, usando el amor como lenguaje. Y nosotros somos apóstoles de su legado. Este camino ya no lo hacemos solos. Desde que Jesús le dio a su discípulo amado —y, por consiguiente, a toda la humanidad— a la Virgen como madre, recorremos como hermanos los caminos de Dios bajo el amparo de María.
Desde entonces el mundo cambió radicalmente. Comprendimos que somos familia en una misma casa común, apuntando al mismo final, acompañándonos mutuamente en este camino, siendo responsables los unos de los otros. Ya no podemos ser indiferentes ante el cuidado de la dignidad de todo hombre y de la creación.
Las nuevas tecnologías y la pandemia del último tiempo han provocado conexiones humanas nunca antes vistas, y nos han vuelto a demostrar lo obvio (pero muchas veces olvidado): la definición de casa no puede estar circunscrita a límites fronterizos o culturales. El trabajo en conjunto es la única forma de poder seguir viviendo en armonía, teniendo el amor cristiano como base, dejando un legado de comunión.
Muchas veces, en nuestro mundo cristiano, hemos delegado esta labor a las organizaciones y jerarquías. Pero los conceptos de universalidad y amor son la esencia del catolicismo y para todo religioso o laico debería ser su motor de vida. No podemos quedarnos indiferentes en un mundo que exige la colaboración de todos.
Esta comunión de trabajo surge como la única alternativa para cuidarnos a nosotros y a nuestro planeta. Y, tal como hizo Jesús, debemos salir al mundo, sentarnos con pecadores y justos, y conversar con amor.
Esta comunión de trabajo surge como la única alternativa para cuidarnos a nosotros y a nuestro planeta. Y, tal como hizo Jesús, debemos salir al mundo, sentarnos con pecadores y justos, y conversar con amor. El fuego de nuestros corazones de Emaús no está hecho para iluminarnos a nosotros mismos. “Tampoco se enciende una lámpara de aceite para cubrirla con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa” (Mt 5, 15).
Esto no debe ser confundido con proyectos de envergadura transnacional. El Papa Francisco nos recuerda que la persona humana está “naturalmente abierta a los vínculos. En su propia raíz reside el llamado a trascenderse a sí misma en el encuentro con otros” (FT, 111). Por ejemplo, el cuidado de la casa común comienza con agrupaciones familiares o vecinales que buscan marcar una diferencia en su pequeño entorno.
Todo suma a la hora de cuidarnos. Y tal como decía la Madre Teresa de Calcuta: «A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota». Salgamos y trabajemos con amor en comunidad. El mundo necesita puentes, construyámoslos con nuestra piedra angular.
¿Tengo consciencia de que soy luz en el mundo y que debo trabajar con otros para cuidar esta casa común? ¿Cómo puedo expandir mis redes, sin importar el tamaño, para hacer un mundo mejor? ¿Comprendo que Jesús rompió las fronteras con el amor? ¿Qué puedo hacer hoy para mejorar la dignidad de otros y de la creación? ¿Cuál será mi gota en el mar?