Otras reflexiones

La fragilidad y la finitud de la vida

“La fragilidad de la muerte puede encontrarse en cualquier momento y lugar: en nuestro hogar, entre los nuestros, en el día a día. A veces, un examen médico rutinario nos revela la debilidad de nuestra salud. La finitud no constituye un evento especial, excepcional y previsible. Nuestro fin puede estar en todos lados y en lo más insustancial”.

“Si Conocieras el Don de Dios”, Jn 4,10

“La vivencia de los sacramentos tiende hoy a postergarse: la vorágine del tiempo, la proliferación de lo digital, la facilitación de la oferta, la liquidez de las relaciones y tantos otros factores invitan a expresiones más volátiles y fugaces en la vida en general. Dentro de ello, la experiencia religiosa intenta levantar la sobrenaturalidad de lo humano, y lucha por mostrarnos el don de Dios expresado en la faz de Jesús de Nazaret”.

“Vulnerabilidad humana y responsabilidad por los demás”

“Y, por otro lado, si hemos de decir la verdad, nadie aspira a ser ese ser humano vulnerable al que aludimos, ya sea anciana, niño, pobre, migrante, discapacitada, o expuesto. No es popular el ser vulnerable en el ideario social contemporáneo”.

Hablar de vocación es hablar de un llamado al amor

“La vocación es un llamado que Dios hace en lo más íntimo de nuestro ser. Es un llamado a la plenitud. Es un llamado único y original que tiene relación con los anhelos más profundos que Dios ha puesto en el corazón de cada uno de nosotros”.

Católicos en tiempos de polarización

Patricio Bernedo

Año V, N° 104

viernes 8 de septiembre, 2023

“Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica”. Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.

Hoy, nuestro país está viviendo tiempos de polarización, alimentada por múltiples causas: el sostenido y violento conflicto en la Macrozona Sur, los ecos de la violencia del estallido social, el descrédito de las instituciones, de los partidos políticos y de la “clase” política; también por la inseguridad (miedo) que a diario se vive a causa de la delincuencia y el crimen organizado, los casos de corrupción, las agudas situaciones de injusticia social y una creciente sensación de pérdida de libertad; en fin, la lista es larga.

A lo anterior se ha sumado un nuevo factor de polarización: los 50 años del Golpe de Estado. Este aniversario ha hecho prevalecer en la esfera pública el lenguaje de la polémica, la descalificación y la cancelación, donde muchos gritan y pocos escuchan.

Hoy es sumamente importante que, especialmente los católicos, asumamos el compromiso ético con la defensa irrestricta de los derechos humanos, sin excepciones ni contextos que los relativicen.

Naturalmente, hay voces y espacios más esperanzadores, en universidades comunidades escolares, y organizaciones comunitarias, donde las personas están realizando un genuino ejercicio de reflexión, recordando y analizando con miras a entender lo que pasó antes y después del Golpe de Estado. No para justificarlo, sino para entenderlo. Para revisar por qué las posibilidades de diálogo y acuerdo político se fueron extinguiendo rápidamente, por qué el odio y la violencia política se tornaron incontrolables y los chilenos nos transformamos en enemigos. El derrumbe de la democracia, provocado también por la excesiva ideologización y los proyectos políticos excluyentes, dejó heridas hasta hoy abiertas, donde la más dolorosa es sin duda el trauma de las violaciones a los derechos humanos y la deuda de no saber aún dónde están los detenidos desaparecidos.

La entrega incansable de la Iglesia Católica y su Vicaría de la Solidaridad en la defensa de esos derechos fundamentales fue una señal de protección, caridad, esperanza y valentía que debemos valorar profundamente. Por lo mismo, hoy es sumamente importante que, especialmente los católicos, asumamos el compromiso ético con la defensa irrestricta de los derechos humanos, sin excepciones ni contextos que los relativicen.

A 50 años del quiebre democrático, también es necesario que entendamos que la democracia es frágil e imperfecta, pero que aun así la necesitamos; que somos los ciudadanos católicos los que debemos cuidarla propiciando con convicción el escuchar al otro y sentar las bases para un diálogo genuino, que permita ir construyendo los acuerdos necesarios para el progreso de nuestro país, en el que se erradique la violencia como método de acción política, sin excepciones ni contextos.

Católicos y no católicos, asumiendo nuestras diferentes y legitimas visiones acerca del presente y del pasado, debemos trabajar con la esperanza de que a través del diálogo podremos transformar los conflictos en un espacio de crecimiento, y en oportunidades de cambio y mejoramiento de la vida en sociedad.

No considerar a quien piensa distinto como un (potencial) enemigo, respetando siempre su condición de persona, tiene que ser el primer gran paso para la escucha y el entendimiento en el contexto actual.

Como punto de partida, tal como nos anima el Papa Juan XXIII en Pacem in Terris, debemos “distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica. Porque el hombre que yerra no queda por ello despojado de su condición de hombre, ni automáticamente pierde jamás su dignidad de persona, dignidad que debe ser tenida siempre en cuenta”.

Una cuestión tan básica como fundamental, que es no considerar a quien piensa distinto como un (potencial) enemigo, respetando siempre su condición de persona, tiene que ser el primer gran paso para la escucha y el entendimiento en el contexto actual.

¿En nuestra vida diaria evaluamos críticamente si nuestros dichos y acciones contribuyen al diálogo y a la paz social?  ¿Qué acciones concretas podemos emprender en tiempos de polarización? ¿Qué rol deben jugar las comunidades de fieles y las familias en este contexto?

 

 

“Como vicario, aunque indigno, de Aquel a quien el anuncio profético proclamó Príncipe de la Paz, consideramos deber nuestro consagrar todos nuestros pensamientos, preocupaciones y energías a procurar este bien común universal. Pero la paz será palabra vacía mientras no se funde sobre el orden cuyas líneas fundamentales, movidos por una gran esperanza, hemos como esbozado en esta nuestra encíclica: un orden basado en la verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad y, finalmente, realizado bajo los auspicios de la libertad”.

Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris, 167.

Patricio Bernedo
Profesor de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política y Director Centro UC para el Diálogo y la Paz.

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