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El silencio es como el papel en blanco que acoge nuestro pensar, el trasfondo despejado que nos permite escuchar al otro y a uno/a mismo/a. Es la pausa entre notas que da vida a la música, y son los márgenes y espacios vacíos del texto que permiten una lectura más tranquila y menos caótica.

Contemplar a Dios en la naturaleza

Gloria Montenegro R.

Año VII, N° 161

viernes 10 de enero, 2025

“Estamos ejerciendo acciones humanas que destruyen la vida de los seres que la habitan, a través de un uso irracional y no sustentable de los recursos biológicos. La pérdida de la biodiversidad es un hecho innegable”.

El Dios creador nos regaló un mundo en armonía y equilibrio, para que viviéramos en él y cuidáramos de todas sus creaturas. Nos mostró su gran amor, al confiarnos la administración de su gran obra, pero no hemos sido capaces de responder a lo encomendado.

La naturaleza, la casa que debemos cuidar, nos asombra y nos inspira a reflexionar. En ella podemos encontrar un mensaje divino. El reflexionar nos permite cada día valorar aún más la creación del Señor. Es nuestra casa común y debemos cuidarla. En la carta encíclica Laudato si’ del Santo Padre Francisco refiriéndose al cuidado de la casa común, nos llama a proteger la naturaleza desarrollando un modelo de producción sostenible e integral compartiendo como familia nuestra existencia y la preocupación por la mantención no destructiva de nuestro planeta.

No nos olvidemos que Jesús nos llama a través del evangelio a trabajar, cuidar y proteger nuestra casa común, ya que es la tierra que nos sustenta, abrazándonos fraternalmente en una convivencia respetuosa y colaborativa.

¿Y qué le estamos haciendo a nuestra casa común? Estamos ejerciendo acciones humanas que destruyen la vida de los seres que la habitan, a través de un uso irracional y no sustentable de los recursos biológicos. La pérdida de la biodiversidad es un hecho innegable; pensemos, por ejemplo, por un instante qué pasaría si desaparecieran las abejas productoras de miel. Ellas son responsables de la polinización de una gran cantidad de frutas, verduras y varios otros cultivos utilizados cotidianamente como parte de nuestra dieta alimenticia. En su ausencia, la reproducción de las plantas no podría llevarse a cabo y la producción de alimentos se vería afectada. Qué importante es darse cuenta de cómo la extinción de una sola especie puede cambiar nuestra calidad de vida y subsistencia.

No podemos olvidar que, contribuyendo aún más a la degradación de la naturaleza, está el aumento significativo de la temperatura, por efecto de la acumulación de anhídrido carbónico en la atmósfera, lo cual hace que la corteza terrestre quede transformada en un perfecto invernadero, sin dejar escapar las altas temperaturas.

La naturaleza, la casa que debemos cuidar, nos asombra y nos inspira a reflexionar. En ella podemos encontrar un mensaje divino. El reflexionar nos permite cada día valorar aún más la creación del Señor. Es nuestra casa común y debemos cuidarla.

La última exhortación apostólica del Santo Padre Francisco, Laudate Deum, a todas las personas de buena voluntad, sobre la crisis climática (octubre de 2023) nos indica que “es indudable que el impacto del cambio climático perjudicará de modo creciente las vidas y las familias de muchas personas. Sentiremos sus efectos en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda y las migraciones forzadas”.

En ese sentido, todas las diferentes especies que habitamos esta casa común debemos adaptarnos a este cambio climático profundo que está resultando en el deterioro de los ecosistemas, en el aumento de fenómenos meteorológicos violentos, del nivel mar y de la acidificación de estos, sequías, incendios, la muerte de especies animales y vegetales, los desbordamientos de los ríos y lagos y la destrucción del hábitat en general, pues que la gente no crea en el cambio climático no significa que sea menos cierto.

Así, otra forma de destrucción de la casa común son las guerras que siempre producen daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de los pueblos. Los riesgos se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas. Las guerras no solo dejan pérdidas humanas, sino que también afectan a la naturaleza que las sustenta, la cual sufre una degradación acelerada al poner en peligro la biodiversidad y los ecosistemas, con quemas de bosques y cosechas, talas de árboles y la contaminación del agua y el aire.

El Papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris no solo se conformaba con rechazar una guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz que permita conservar y contemplar la misma Creación y dirigió su mensaje a todo el mundo: Las guerras no solo quiebran familias y producen sufrimiento, también impactan nuestra casa común.

Por eso, desde la esperanza, no nos olvidemos que Jesús nos llama a través del evangelio a trabajar, cuidar y proteger nuestra casa común, ya que es la tierra que nos sustenta, abrazándonos fraternalmente en una convivencia respetuosa y colaborativa de la mano del Señor para que todos sus Hijos tengan la bondad de disfrutar de la misma naturaleza en comunión con Él.

Te invito a pensar: ¿Qué acciones concretas podrías integrar en tu vida para contribuir al cuidado de nuestra casa común? ¿Desde nuestras comunidades parroquiales tenemos en nuestros pilares acciones positivas sobre el cuidado de la casa común? ¿Soy consciente de que la Creación es una manifestación del amor de Dios?

“¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan? Lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá”.

Papa Francisco, Laudato si’, 7.

Gloria Montenegro R.
Profesora emérita de la Facultad de Agronomía y Sistemas Naturales de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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