Otras reflexiones

¡Jóvenes, seamos el ahora de Dios!

“Tengan, por tanto, la valentía de sustituir los miedos por los sueños; sustituyan los miedos por los sueños, ¡no sean administradores de miedos, sino emprendedores de sueños!” (Papa Francisco, Discurso a los jóvenes universitarios, JMJ Lisboa 2023).

Contemplar a Dios en la naturaleza

“Estamos ejerciendo acciones humanas que destruyen la vida de los seres que la habitan, a través de un uso irracional y no sustentable de los recursos biológicos. La pérdida de la biodiversidad es un hecho innegable”.

Los ojos y el corazón abiertos, disponibles a la luz del Creador

“Violeta Parra cantó y agradeció a la vida por los dones de la percepción que nos permiten gozar el encuentro con el misterio que nos revela. Ella, Violeta, una de las más grandes artistas que nuestra tierra ha dado, estaba en el asombro ante la realidad profunda manifestada, y supo cantarla. Con su canto, nos recuerda el milagro cotidiano de sentir”.

Una invitación a pensar pero con el corazón

«El amor del corazón de Jesús para con los hombres, el amor que muestra en su pasión, ése es el que nosotros hemos de tener para con todos los humanos», Dilexit nos, 179.

Cristo nos abre el camino

Pbro. Samuel Fernández

Año VI, N° 12o

viernes 29 de marzo, 2024

“Si el Hijo de Dios asumió verdaderamente toda nuestra humanidad y vivió realmente en nuestras propias condiciones humanas —sin excepciones—, entonces la resurrección no es una “anomalía” en Jesús, sino la plena realización de la vocación de todo ser humano".

Si la resurrección fuera algo imposible para los seres humanos, entonces Jesús no podría haber resucitado. Si este razonamiento nos resulta sorprendente es porque no siempre tomamos en serio la Encarnación, hasta sus últimas consecuencias. Si el Hijo de Dios asumió verdaderamente toda nuestra humanidad y vivió realmente en nuestras propias condiciones humanas —sin excepciones—, entonces la resurrección no es una “anomalía” en Jesús, sino la plena realización de la vocación de todo ser humano. El Hijo de Dios hizo suya nuestra vida de tal manera que, en cuanto ser humano, no realizó cosas imposibles para nosotros, sino que, por el contrario, llevó a su plenitud nuestra vocación y nos mostró lo que es posible para cada uno de nosotros.

Por ello, Jesús de Nazaret, en cuanto hombre, es camino hacia Dios Padre. Su vida terrena muestra las reales dimensiones de la existencia humana. El ser humano es mucho más de lo que solemos pensar. Jesús no es un hombre con ciertas excepciones, sino la realización plena de la vida humana: su fidelidad, entrega a los demás, espíritu de servicio, muerte y resurrección inauguran un camino que queda abierto para cada hermana y hermano. Si Jesús, en nuestras propias condiciones, pudo vivir en plena comunión con Dios, su Padre, en total apertura al Espíritu y en completa entrega a los demás, eso quiere decir que es posible para los seres humanos vivir la comunión con el Padre, la docilidad al Espíritu y la entrega a los demás.

La verdadera divinidad de Jesús no lo hace menos humano. ¡Humanidad y divinidad no compiten! No hay que sacrificar una para que la otra pueda resplandecer.

Cuando esto se comprende, cada paso de Jesús se vuelve significativo para nuestra vida. Él realiza y muestra qué es lo auténticamente humano. La verdadera divinidad de Jesús no lo hace menos humano. ¡Humanidad y divinidad no compiten! No hay que sacrificar una para que la otra pueda resplandecer. En Jesús de Nazaret, la divinidad no anula la humanidad, tal como lo auténticamente humano no obstaculiza el desarrollo de su vida divina.

Entonces, cada paso de Jesús se vuelve significativo para nuestra vida: su bondad, su manera de enfrentar la vida, sus palabras y sus acciones son la perfecta realización del camino que cada uno de nosotros está llamado a recorrer. Jesús no está hecho con “otros materiales”, sino que está hecho de “la misma pasta” que nosotros; por ello, él y nosotros formamos parte de la misma familia. En Semana Santa, lo que él realiza, de alguna manera, está también en nuestro horizonte, a nuestro alcance. De hecho, como dice la encíclica Lumen fidei, escrita en conjunto por Benedicto XVI y Francisco, “La vida de Cristo —su modo de conocer al Padre, de vivir totalmente en relación con él— abre un espacio nuevo a la experiencia humana, en el que podemos entrar” (Lumen fidei, 18).

Jesús no está hecho con “otros materiales”, sino que está hecho de “la misma pasta” que nosotros; por ello, él y nosotros formamos parte de la misma familia.

Cuando esto sucede, entonces la resurrección es también nuestra fiesta, porque ella abre un camino que nosotros podemos recorrer. El ser humano no está destinado a la muerte. El poderoso deseo de vivir que se encuentra en cada corazón humano recibe su respuesta última en Jesús, que ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia. Cuando Dios resucita a su Hijo muestra qué quiere hacer con cada uno de nosotros. Por ello, lo que sucedió en Jesús tiene consecuencias para nosotros. La resurrección de Jesús realiza y anuncia lo que cada uno de nosotros espera: la vida plena. ¿Creo en la resurrección de Jesús y la posibilidad de que todo ser humano pueda resucitar en el día final? ¿Tomamos en cuenta que el Hijo de Dios asumió auténticamente nuestra propia naturaleza humana y que vivió su vida en nuestras mismas condiciones? ¿Asumimos personalmente el desafío de vivir auténticamente, al estilo de Jesús?

“Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación”.

Gaudium et spes, 22.

 

Pbro. Samuel Fernández
Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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