Otras reflexiones

Corpus Christi. Cristo vive en medio de nosotros

“El conocimiento y amor de Dios sólo se pueden ganar a través de una relación constante y confiada con él; la manera más segura es a través de una vida eucarística”(Edith Stein, Conferencia “El valor específico de la mujer en su significado para la vida del pueblo”, Obras Completas IV, 87).

Entender no era el punto

El amor del padre es incondicional, no importa si estuviste lejos o lo ignoraste, el padre está ahí para escuchar, perdonar y abrazar al hijo perdido, que necesita de su misericordia para reemprender el camino.

Pentecostés 2025: abrasados por el fuego de Dios

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El regalo del silencio

El silencio es como el papel en blanco que acoge nuestro pensar, el trasfondo despejado que nos permite escuchar al otro y a uno/a mismo/a. Es la pausa entre notas que da vida a la música, y son los márgenes y espacios vacíos del texto que permiten una lectura más tranquila y menos caótica.

Cuando oren digan Padre…

Padre Juan Francisco Pinilla A.

Año II, Nº 12.

domingo 16 de febrero, 2020

"La oración es fruto de la fe, es su expresión más neta. Ora el que cree. Por esta razón, crece en la medida de la fe, de la entrega libre y personal a Aquel que se nos entrega gratuita y totalmente."

A propósito de la oración, recuerdo que hace tiempo leí un antiguo relato de los padres del desierto acerca de un monje que le pidió a su maestro que le enseñara a orar. El maestro no le respondió de inmediato, sino que cuando fueron a bañarse al río, sumergió la cabeza del joven monje en el agua, al punto de que si no se hubiera soltado de sus manos, podría haberse ahogado. Perplejo, ya en la tarde, el joven pidió al maestro que le explicara lo sucedido. El maestro escuetamente le dijo: “cuando sientas necesidad de Dios como esta mañana la tenías del aire, aprenderás a orar”.

Los dichos de los maestros espirituales son como semillas que florecen en tiempos y maneras propios a cada persona. No tienen por eso un significado unívoco. A mí me quedó dando vueltas eso de la “necesidad de Dios”. ¿Tengo necesidad de Dios para mi vida? ¿cuánta necesidad? ¿Y esto no atenta contra la gratuidad de una relación personal? Los que se aman, ¿se necesitan uno al otro? ¿en qué sentido?

Cristo es el fundamento de la oración cristiana y su modelo. Por esta razón, orar es un profundo acto de comunión con Dios.

La oración es fruto de la fe, es su expresión más neta. Ora el que cree. Entendida la fe como confianza en Dios, como una entrega personal en sus manos y en su corazón. Por esta razón, la oración crece en la medida de la fe; de la entrega libre y personal a Aquel que se nos entrega gratuita y totalmente.

Los evangelios atestiguan que Jesús oraba al Padre en el Espíritu. Orar era parte importante de su vida y de su misión, tanto como para “pasar la noche en oración con su Padre”. En la actualidad, Cristo no ha cesado de orar, pues es ejercicio esencial de su ser Hijo de Dios, de su trato y comunión personal con Dios su Padre, pero también su oración es intercesión por nosotros. Jesús ora por nosotros y en nosotros, por la fuerza del Espíritu Santo que nos habita. Cristo es el fundamento de la oración cristiana y su modelo. Por esta razón, orar es un profundo acto de comunión con Dios, con los hermanos y con toda la creación “visible e invisible”. Supone una responsabilidad en el cultivo de una amistad personal. Así lo considera santa Teresa de Jesús, maestra de oración: “Orar es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.

Acudir al Padre en toda circunstancia, alegre y dolorosa, luminosa y oscura, de certidumbre y de duda, es la escuela de Jesús.

La oración, como el aire para respirar, es una cuestión de vida. Sin embargo, su práctica y su desarrollo no podemos darlo por descontado. Una relación de amistad solo crece por el amor, y esto requiere el cultivo de los vínculos, tan apreciados por el Principito de Saint-Exupéry. Por eso la oración se inserta en una historia de amistad con Dios y los hermanos, donde los vínculos crecen y decrecen, se mantienen y cambian, mueren y reviven… La oración es algo muy dinámico como el mismo amor y la gracia que la sustentan.

Por eso, aprender a orar (aprendizaje que dura toda la vida) es reconocer constantemente el rostro del Padre revelado y regalado por Jesús. El regalo de este Padre rico en misericordia, alegre en el perdón, fuente de vida plena, lo que suscita el deseo de responderle con humildad, gratitud y alabanza. La imagen más antigua del arte cristiano de las catacumbas es precisamente la de una mujer orante con sus brazos en alto (postura corporal de los resucitados en Cristo).

Acudir al Padre en toda circunstancia, alegre y dolorosa, luminosa y oscura, de certidumbre y de duda, es la escuela de Jesús. Ir al Padre es el movimiento de la misma Eucaristía: pasar juntos con Cristo al Padre en la fuerza y el gozo de su Espíritu. La oración, personal y comunitaria, nos hace participar, ya desde ahora, en aquella plenitud de vida y libertad que nos dio con su Resurrección y la adelantamos en esta historia nuestra.

¿Me parece que orar es necesario? ¿Estoy satisfecho con mi manera de orar? ¿Cuánto conozco al Señor? ¿Siento la necesidad de crecer en la vida de oración? ¿Cuánto influye en mi vida, y en la de los demás, el hecho de vincularme personalmente con Dios?

«No se trate de contraponer la oración interior, libre de todas las formas tradicionales, como piedad subjetiva, a la liturgia como oración objetiva de la Iglesia. Toda oración auténtica es oración de la Iglesia, y es la Iglesia misma la que ahí ora, porque es el Espíritu Santo el que vive en ella, el que, en cada alma, intercede por nosotros con gemidos inefables (Rom 8, 26)… ¿qué sería la oración de la Iglesia si no fuera la entrega de los grandes amadores a Dios, que es el Amor?».

«La oración de la Iglesia”,
Edith Stein (santa Teresa Benedicta de la Cruz), extraído de
Obras Completas vol. V.

Padre Juan Francisco Pinilla A.
Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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