La cultura, usualmente pensada como una categoría o forma de pensamiento, se enfrenta también al desafío de un tiempo donde constantemente queda relegada al ocio y los recovecos crípticos de conocimientos cada vez más específicos, abandonando el alcance que tiene su discernimiento para la vida juntos; su primera expresión la encontramos en la familia, la escuela y, últimamente, en lo político. Este punto es el paso para pensar la cultura desde otra perspectiva, es decir, como factor, en cuanto que crisol y en tanto que proyección de la vida social.
La cultura del encuentro, que se desprende como condición propia al abrazar de nuestra fe, una fe propiamente expresada en y desde la catolicidad, da la razón no solo a niveles de diálogo, sino diálogo a todos los niveles.
Un muy interesante y pertinente análisis de la cultura lo plantea el Papa Francisco en diversos momentos de su pontificado. Sus escritos en dos encíclicas permiten reforzar la mirada de la cultura como factor.
Reconociendo el movimiento ecológico en Laudato si´, el Santo Padre propone una revisión de las dimensiones técnicas de la cuestión climática, la contaminación, la cuestión del agua y la biodiversidad, en una llave de lectura no solo sobre la conciencia de las causas y los lances del problema. Funde en su reflexión causas y cauces de acción, expresiones técnicas y la profundidad que aporta el Misterio para leer la anchura de la cuestión medioambiental en nuestro tiempo. Explícitamente incorpora la cultura como factor, reconoce la necesidad de conservar la riqueza cultural de las civilizaciones, expresa la dinámica de nuestra relación con el ambiente y forja la integralidad, como vía para mirar en sentido compuesto nuestro lugar en la casa común. La técnica es también expresión de un ethos y, con esto, puede estar verdaderamente dotada de sentido; es más, el sentido podría conducir los alcances de la técnica, no para restringirla, sino para establecer su conveniencia y trascendencia humanizadora.
Reconoce la necesidad de conservar la riqueza cultural de las civilizaciones, expresa la dinámica de nuestra relación con el ambiente y forja la integralidad, como vía para mirar en sentido compuesto nuestro lugar en la casa común.
La nota más interesante y amplia sobre la cuestión la planta el Pontífice en Fratelli tutti, donde el punto de la cultura en la manifestación de la fraternidad humana traspasa y ensancha el análisis teológico. A las diversas brechas como el descarte, la insuficiente extensión de los derechos humanos, un afán de progreso a ultranza, etc., Francisco expone la necesidad nuevamente de mirar estas problemáticas, desde la perspectiva de la relacionalidad, como acceso a la configuración de la cultura: “La palabra ‘cultura’” indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus convicciones más entrañables y en su estilo de vida. Si hablamos de una ‘cultura’ en el pueblo, eso es más que una idea o una abstracción. Incluye las ganas, el entusiasmo y finalmente una forma de vivir que caracteriza a ese conjunto humano. Entonces, hablar de ‘cultura del encuentro’ significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y en estilo de vida. El sujeto de esta cultura es el pueblo, no un sector de la sociedad que busca pacificar al resto con recursos profesionales y mediáticos” (Fratelli tutti, 216).
La cultura del encuentro, que se desprende como condición propia al abrazar de nuestra fe, una fe propiamente expresada en y desde la catolicidad, da la razón no solo a niveles de diálogo, sino diálogo a todos los niveles. Entreteje un bien que sea verdaderamente común y nos condice con aquella fraternidad de reconocernos hermanos.
Pensar la cultura como factor será desafío para mirar el desarrollo disciplinar -ciertamente-, pero en la propuesta de nuestra teología y la vida de nuestra fe implicará mirar juntos toda la dimensión de la vida, su influencia en el lenguaje, la experiencia del amor de familia, en la perspectiva conjunta que implica la responsabilidad de educar, en nuestras presencia y expresiones estéticas, en la construcción-contribución sincera con el bien común, en las dinámicas de servicio, en la misión evangelizadora y en el tejido de nuestras comunidades.
¿Encontramos la cultura del encuentro en nuestras comunidades? ¿Será factor para las relaciones? ¿Será factor en la evangelización?