Otras reflexiones

Hacinamiento carcelario y Evangelio de Jesucristo

“En el corazón de la vida eclesial ha estado siempre la preocupación por hombres y mujeres que, habiendo cometido un delito, han sido condenados a cumplir una condena privativa de libertad. La razón de esta preocupación está en que para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros”.

Católicos en tiempos de polarización

“Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica”. Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.

Discernimiento e inteligencia artificial

La IA es una máquina (cada vez más compleja, ciertamente) que realiza acciones que llamamos “inteligentes”, pues se trata de acciones que si fueran hechas por humanos recibirían tal calificativo. Sin embargo, como toda obra humana, también la IA exige un discernimiento moral de sus usos beneficiosos y de sus riesgos para la persona humana y la sociedad en general.

Saber vivir el tiempo restante

“La acumulación de conocimientos sin mesura y el ritmo frenético de trabajo no son en absoluto conducentes al buen vivir. La conciencia del límite, de nuestra finitud en esta vida, punto en el que convergen tanto la sabiduría griega como la de las Sagradas Escrituras, nos impone la tarea de asumir el tiempo con la calma y mansedumbre que el sabio demuestra en su acción” (cf. Sant 3,13).

Dar prioridad a las víctimas

Eduardo Valenzuela

Año I, Nº 6.

domingo 1 de diciembre, 2019

“El Papa Francisco ha urgido a todos los católicos a tomar partido por las víctimas. Ellas necesitan que acreditemos la verdad de la que son portadoras, sin lo cual ningún proceso de reparación puede iniciarse efectivamente”.

Toda la Biblia ha sido escrita para honrar y reinvindicar a las víctimas desde que Dios interrumpe el sacrificio de Isaac y se pone decididamente del lado de Abel hasta la exaltación cristiana de los débiles, enfermos y pobres que encuentran en Cristo la víctima por excelencia.

Cristo fue Él mismo el modelo de todas las víctimas, el nuevo Isaac y Abel, triturado en la cruz de la humillación.

Cristo fue Él mismo el modelo de todas las víctimas, el nuevo Isaac y Abel, el Cordero de Dios, triturado en la cruz de la humillación y al mismo tiempo completamente inocente, al igual que un niño escarnecido y abusado en el día de hoy. Cristo tuvo palabras especiales de ternura y amor para los niños en una época -que lamentablemente sigue siendo la nuestra también- en que el maltrato infantil era moneda corriente. En la debilidad y candor de la niñez, Cristo veía una bienaventuranza, es decir un camino de salvación que está reservado para los que –aun siendo adultos– conservan la pureza de corazón de un niño.

También Cristo tuvo palabras de una amenaza sin igual para aquellos que maltrataran a un niño: “Ay de aquel que escandalice a uno de estos pequeños que creen en Mí” (en Mateo, Marcos y Lucas), lo que recuerda también que mucho del abuso sacerdotal de menores se ha producido en un contexto específicamente religioso, es decir, ha recaído sobre alumnos, acólitos, scouts, que tenían la fe de un niño, la confianza que se tiene habitualmente en un padre y la mansedumbre de la víctima que es conducida a un paradero que ella no conoce ni imagina, como cuando Abraham condujo a su hijo Isaac al altar sacrificial.

El Papa Francisco ha urgido a todos los católicos a tomar partido por las víctimas. Ante todo se debe acreditar la verdad del relato de las víctimas. En estos años hemos aprendido que prácticamente todas las denuncias (excluyendo solamente las denuncias anónimas) son verídicas. Las víctimas necesitan que acreditemos la verdad de la que son portadoras, sin lo cual ningún proceso de reparación puede iniciarse efectivamente. La incredulidad de las autoridades religiosas, de las comunidades cristianas y de los entornos sacerdotales ha hecho mucho daño, incluso muchas víctimas no han sido acreditadas en el seno de sus propias familias. Las víctimas dicen la verdad, tal como la Víctima por excelencia, nuestro Señor Jesucristo, que se proclama Él mismo la Verdad y el Camino que conduce a la Vida.

El clamor de justicia es la segunda manera de dar prioridad a las víctimas. Nadie desea complacerse en el castigo, pero tampoco adelantarse en el perdón. La justicia es un clamor humano que no se puede ignorar, que cumple además la función de apartar a quienes pueden todavía seguir causando daño y frenar a muchos que podrían cometerlo. La justicia asimismo es una poderosa señal de que sacerdotes y laicos estamos sometidos a una misma ley, que estamos configurados en torno a una misma Cabeza –que es Cristo– y que unos y otros seremos juzgados de la misma manera.

Podemos comenzar en nuestra propia casa, conversando francamente de todo esto, pero siempre con una palabra edificante.

Nadie tiene reservado un puesto de privilegio en el Reino de Dios, ni puede eximirse de rendir cuentas. El Papa Francisco nos invita a hacer gestos efectivos de reparación con aquellos que han sufrido. Podemos comenzar en nuestra propia casa, conversando francamente de todo esto, pero siempre –como dice San Pablo– con una palabra edificante, que construya algo nuevo y ofrezca un camino de esperanza. En las comunidades eclesiales, parroquias y colegios se requiere algo más: acciones efectivas de reparación hacia las víctimas y comunidades afectadas, medidas concretas de prevención y protección eficaz en el trabajo con niños. En el conjunto de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo y pueblo de Dios será necesario atravesar un período de profunda renovación en el santo Espíritu de Dios.

«Nuestra Iglesia, tal como he recordado en la carta apostólica Como una madre amorosa, del 4 de junio de 2016, debe cuidar y proteger con un afecto particular a los más débiles y a los más indefensos. Hemos declarado que debemos mostrar una severidad extrema con los sacerdotes que traicionan su misión, así como con sus superiores jerárquicos, obispos y cardenales, si les protegen, como ha ocurrido en el pasado».

DEL PRÓLOGO AL LIBRO DE DANIEL PITTET
“LE PERDONO, PADRE. SOBREVIVIR A UNA INFANCIA ROTA”
ESCRITO POR EL PAPA FRANCISCO, 2016.

Eduardo Valenzuela
evalenzc@uc.cl
Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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