Otras reflexiones

¡Jóvenes, seamos el ahora de Dios!

“Tengan, por tanto, la valentía de sustituir los miedos por los sueños; sustituyan los miedos por los sueños, ¡no sean administradores de miedos, sino emprendedores de sueños!” (Papa Francisco, Discurso a los jóvenes universitarios, JMJ Lisboa 2023).

Contemplar a Dios en la naturaleza

“Estamos ejerciendo acciones humanas que destruyen la vida de los seres que la habitan, a través de un uso irracional y no sustentable de los recursos biológicos. La pérdida de la biodiversidad es un hecho innegable”.

Los ojos y el corazón abiertos, disponibles a la luz del Creador

“Violeta Parra cantó y agradeció a la vida por los dones de la percepción que nos permiten gozar el encuentro con el misterio que nos revela. Ella, Violeta, una de las más grandes artistas que nuestra tierra ha dado, estaba en el asombro ante la realidad profunda manifestada, y supo cantarla. Con su canto, nos recuerda el milagro cotidiano de sentir”.

Una invitación a pensar pero con el corazón

«El amor del corazón de Jesús para con los hombres, el amor que muestra en su pasión, ése es el que nosotros hemos de tener para con todos los humanos», Dilexit nos, 179.

Entrenarse en el amor

Román Guridi Ortúzar SJ.

Año II, Nº 19.

domingo 7 de junio, 2020

"Palabras difíciles: sacrificio, ascesis, y mortificación. Aunque espontáneamente parecen hablarnos de renunciar y suprimir, en realidad apuntan a la perfección en el amor. Quieren ser un gran entrenamiento en el amor."

Hay palabras difíciles. No solo de comprender, sino que también de vivir. A todos nos cuestan algunas. Palabras como perdón, justicia, y misericordia nos llevan tiempo. El seguimiento de Jesucristo nos propone también otras de estas palabras difíciles: sacrificio, ascesis –entrenarnos en dar espacio a Dios y a los demás– y mortificación. Aunque espontáneamente parecen hablarnos de renunciar y suprimir, en realidad apuntan a la perfección en el amor. Quieren ser un gran entrenamiento en el amor.

Sacrificarse es darse sin esperar nada a cambio, reconociendo el carácter sagrado de esa donación.

El significado profundo del sacrificio es hacer sagradas las cosas. No porque sean profanas o impuras. Se trata, más bien, de recuperar el sentido sagrado de nuestras relaciones y de lo que hacemos todos los días. San Pablo nos invita a ofrecernos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12, 1). Nuestra rutina diaria y nuestras ocupaciones cotidianas son sagradas. Nuestros lazos familiares y de amistad son sagrados. La interacción en nuestros barrios y en la ciudad es sagrada. Son siempre una ocasión para entregar gratuitamente sin esperar un aplauso, una recompensa o algo a nuestro favor. Este es el sacrificio que realiza Jesucristo durante toda su vida y que recordamos especialmente en cada eucaristía. Es también uno de los sentidos de las palabras de la consagración: “hagan esto en memoria mía”. Sacrificarse es darse sin esperar nada a cambio, reconociendo el carácter sagrado de esa donación.

La ascesis, por su parte, apunta a prácticas concretas. Originalmente significa entrenamiento o ejercicio del cuerpo y de la mente. Podemos comprenderla como un entrenamiento en el amor. Y si se puede entrenar, quiere decir que el amor no se reduce a un sentimiento o a una emoción. Solo así se entiende que se nos pida amar al enemigo (Mt 5, 44). Bíblicamente el amor es buscar el bien de la otra persona siempre y en todo momento. Dios nos ama, y quiere siempre nuestro bien. El amor no se puede forzar ni comprar, pero se puede ejercitar. La ascesis es entrenarnos a través de actos concretos en buscar siempre el bien de los demás anteponiéndolo a la condena, la discriminación, el daño, la indiferencia, o el olvido. El mandamiento que nos da Jesús adquiere así una profundidad nueva: ámense unos a otros como yo los he amado (Jn 13, 34).

La clave de la mortificación cristiana es que siempre se orienta a dar vida y no meramente a la perfección personal.

La palabra mortificación parece incluir en sus letras a la muerte. Y tiene razón, porque no hay plenitud de vida sin alguna forma de renuncia. El Evangelio lo dice de muchas maneras que ciertamente no son un juego de palabras: perder para salvar, morir para vivir, ser último para ser primero. Jesús proclama que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto (Jn 12, 24). Y también afirma que a Él nadie le quita la vida, sino que la entrega libremente (Jn 10, 18). Abundan los ejemplos cotidianos en los que una persona está dispuesta a posponer, evitar, o incluso padecer con tal de lograr un objetivo mayor. La deportista que se entrena y el músico que practica. No obstante, la clave de la mortificación cristiana es que siempre se orienta a dar vida y no meramente a la perfección personal. Este es el sentido de una muerte que produce fruto, y de la vida abundante que nos quiere regalar Jesús (Jn 10, 10).

Aunque nos lleven tiempo y sean palabras difíciles, el sacrificio, la ascesis, y la mortificación, son palabras de vida y plenitud. ¿Qué lugar tiene el sacrificio en mi vida? ¿Cómo puedo entrenarme mejor en el amor? ¿A qué quisiera morir o renunciar para dar vida?

«Haciéndose eco del patriarca Bartolomé I, el papa Francisco nos invita a «pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia».

LAUDATO SI’, 9

Román Guridi Ortúzar SJ.
Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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