La primavera es suma de detalles que en conjunto la hacen una estación única y valorada por todas las culturas y en todos los tiempos. Nos invita luego del invierno, a gozar de los paisajes, caminar por ahí con nuevos ojos, calentarnos al sol, ver colores y texturas, sentir aromas, sonidos, conversaciones y risas de niños en espacios abiertos.
Todas las personas gozamos de los paisajes, por diversos que sean éstos. Como un hecho simple y cotidiano, que se explica porque los elementos que los componen, formas, colores, texturas, poseen una organización de cualidades expresivas que percibimos desde siempre como positivas, armónicas y portadoras de belleza.
Nuestros ojos son la entrada a la posibilidad de captar estas propuestas armónicas sugerentes, gozarlas y emocionarnos con ellas.
La diversidad de los paisajes de Chile, naturales o construidos: campos, ciudades o pueblos, con su rica muestra de colores, los convierten en escenarios magníficos para los encuentros humanos que vitalizan y confortan el alma.
Reverdecer, empezar ciclos nuevos, con alegría y esperanza viva, confiar como hijos en el Padre, que nos da siempre lo que es bueno.
Prima-vera, primer verdor, primera verdad que renueva la vida, trae irresistible invitación a abrir puertas y ventanas, salir a verla, a buscar y dar los abrazos guardados por tanto tiempo, a contemplar su amplia oferta.
La primavera no nos requiere, no nos pide nada a cambio, sólo llega y nos trae regalos: suma de detalles amorosos del Creador, armonías, paisajes repintados y brillantes, que se adentran en nuestras emociones sin permiso, como los dedales de oro que crecen entre las piedras de la orilla del camino. Esto nos recuerda lo que dice el papa Francisco “Ahí está, viene otra vez, lucha por florecer de nuevo. La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del señor ya ha penentrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva!” (EG, 278).
Este llamado es a disponernos con voluntad a nuestra propia primavera, que nos ayude a dejar miedos y penas luego de este largo tiempo. Reverdecer, empezar ciclos nuevos, con alegría y esperanza viva, confiar como Esperanza firme y fecunda, como dice Gabriela Mistral, en su poema del libro Ternura (1924) “Doña Primavera de aliento fecundo, se ríe de todas las penas del mundo”.
Esperada primavera desde siempre, en todos los tiempos, nos llamará a salir a ver lo nuevo que nos trajo mientras estábamos adentro.
Luego del duro invierno de tiempos pandémicos, dolores y encierros, de no vernos, el papa Francisco, en Fratelli Tutti nos anima a cultivar con voluntad la esperanza: “Invito a la esperanza, que nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor” (FT 55).
Esperanza cierta, inexorable, que irrumpe en nuestro invierno, trayendo señales de brotes verdes que hablan de más colores, cosechas y alimentos. Esperada primavera desde siempre, en todos los tiempos, nos llamará a salir a ver lo nuevo que nos trajo mientras estábamos adentro.
A esperar confiados entonces, el verdor verdadero, el que nos trae siempre nuestro Padre bueno. ¿Seremos capaces de perseverar en la esperanza, aunque todo a nuestro alrededor parezca tan incierto? ¿Podremos dejar en manos de Jesús nuestras penas y miedos, con humildad y confianza? ¿Qué espera Jesús de mí en este tiempo? ¿Qué puedo aportar a los demás?