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“Bendito es el fruto de tu vientre”, Lc 1,39-45.

“Cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: —Bendita tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre”, Lc 1,39-45.

La Eucaristía como fuente de diálogo fecundo

Efraín Sáez Montero

Año V, N° 92

viernes 24 de marzo, 2023

La Misa “nos introduce en la inmensa obra de salvación de Cristo, la que afina nuestra vida espiritual” (Papa Francisco, Mensaje con ocasión del Congreso Eucarístico Nacional de Alemania, 30 de mayo de 2013).

En marzo del 2023 celebramos el décimo aniversario del pontificado del Papa Francisco. Acogiendo su enseñanza sobre el valor de la Santa Misa para la vida de la Iglesia, se desarrollan a continuación algunas ideas que permitan acercarse cada vez más al valor del sacramento de la Eucaristía. Es este sacramento el cual, desde la experiencia del Cenáculo, nos introduce en el don de Jesús, quien se entrega por amor en la cruz, y por “su victoria irrevocable sobre el pecado y sobre la muerte, le anunciamos con orgullo y de un modo alegre” (Papa Francisco, 2013).

Desde lo anterior, el misterio de amor que entraña el sacramento de la Eucaristía comporta una experiencia fundante, cumbre de nuestra vida, diálogo fecundo e intercambio constante, en el cual Dios habla desde su corazón al nuestro, en un trato de amistad con Aquél que nos ama (Santa Teresa de Jesús. V 8,5). Así entonces, es la Misa un “encuentro de amor con Dios mediante su Palabra y el Cuerpo y Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor” (Papa Francisco, 2017).

Quien participa de la celebración del sacramento de la Eucaristía rememora activamente el memorial de la Pasión salvadora de Jesús, quien en el pan partido y compartido actualiza día a día la Pascua que nos libera e introduce en la vida eterna.

Y por ello, no cualquier encuentro: es un encuentro cara a cara. Desde la experiencia de Moisés con la zarza ardiente, en que Dios le expresa “Yo soy el que soy” (Ex 3,14), en la Misa nos encontramos con Dios que es presencia real, y así como llamó consigo a los que Él quiso (Mc 3,13) para seguirle de cerca en el anuncio del Reino, sigue llamando por nuestro nombre a cada uno de nosotros para experimentar la cercanía del Dios que, poniendo su tienda en medio nuestro (Jn 1,14), se queda para siempre comunicándonos en el sacramento del Altar la vida en abundancia como Pan de Vida y Cáliz de Salvación (De la Liturgia Eucarística).

Así, nuestra participación en la Misa no es una mera asistencia rutinaria. Muy por el contrario, quien participa de la celebración del sacramento de la Eucaristía rememora activamente el memorial de la Pasión salvadora de Jesús, quien en el pan partido y compartido actualiza día a día la Pascua que nos libera e introduce en la vida eterna (Papa Francisco, 2017). Desde esta esperanza pascual, es entonces la Santa Misa una fiesta que congrega al Pueblo de Dios para celebrar al Dios vivo y verdadero en torno a la mesa eucarística.

Por lo tanto, hemos de tener presente que cada vez que comemos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz (1 Cor 11,26) en la celebración de la Misa, recordamos como Pueblo de Dios reunido en torno a su mesa la obra redentora de Jesús en la cruz que nos constituye en cuerpo de Cristo por el sacramento de la Eucaristía (Lumen Gentium, 3). Esta experiencia, que se vivencia en el caminar de fe, cala profundamente en torno al llamado a sentirse parte de la Iglesia, reunida en torno al altar para celebrar al Dios vivo y verdadero, en una comunión de bautizados, que se alimentan del banquete eucarístico como familia reunida en la esperanza de caminar juntos en torno a la sinodalidad.

La invitación es a volver nuestra mirada a la celebración de la Eucaristía y preguntarnos cómo vivir más hondamente este misterio de amor como fuente y culmen de nuestra vida cristiana.

Finalmente, siguiendo el llamado del Concilio Vaticano II, que en este tiempo de sinodalidad rememoramos con especial esperanza, la invitación es a volver nuestra mirada a la celebración de la Eucaristía y preguntarnos cómo vivir más hondamente este misterio de amor como fuente y culmen de nuestra vida cristiana (Sacrosanctum Concilium, 10). Desde esta pregunta nos acercamos a la vivencia de cada Misa, con el corazón dispuesto a renovar la Alianza del Señor, quien permanece en nosotros apremiándonos en el mandamiento del amor fraterno: aquel amor vivido a cuerpo entero en Jesús que “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Entonces cabe preguntarse respecto de la celebración de la Santa Misa: ¿Cómo podemos vivir este sacramento contemplando el misterio de amor que Jesús nos ha dejado? Luego de lo vivido en la pandemia, ¿cómo hemos vuelto a participar de la Santa Misa? ¿Es la celebración de la Santa Misa un encuentro fraterno en el amor en nuestra comunidad eclesial?

“La Eucaristía, ¡qué realidad tan profunda! La presencia de Cristo prolongada en el tiempo; en el espacio. La perpetuidad de la Encarnación”.
(San Alberto Hurtado)

Efraín Sáez Montero
Director general de Pastoral Universidad Católica de Temuco

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