Otras reflexiones

La alegría de la santidad que perdura

“‘Contento, Señor contento’” solía decir San Alberto Hurtado. ¿Será entonces que la santidad cristiana sea una cuestión de alegría?”.

¿Existe el mundo que todos anhelamos?

“En la Iglesia se requiere de católicos activos y formados. Católicos que, con mucha humildad, y sin arrogancias, sepan actuar, en la sociedad que nos toca compartir, con fe y esperanza en Dios”.

¿Es Chile un país del Espíritu?

“Chile no sería Chile sin la fuerza creadora, unificadora y vivificadora de Dios, esa fuerza tiene un nombre: el Espíritu Santo. Él se ha adelantado a todos los que hemos habitado esta tierra, ha sostenido nuestra unidad y nos sigue ofreciendo vida en abundancia”.

Primavera. Vida nueva, certeza y esperanza

“Nuestro país celebra su día nacional en la época en que todo florece. La fiesta se hace protagonista y desplaza todas las preocupaciones, los resultados y la productividad. Estar y ser con otros en una comunión que nos regala pertenencia, ser un pueblo en la diversidad”.

La Iglesia nació de un soplo

Mons. Álvaro Chordi

Año VI, N° 127

viernes 17 de mayo, 2024

“Pentecostés es una de las grandes fiestas cristianas. En ella celebramos la fuerza del Espíritu presente en la Iglesia de Cristo”.

La Iglesia nació de un “soplo”, como Adán. Nació el día en que un grupo de personas paralizadas por el miedo, atrincheradas en una casa con las puertas cerradas para defenderse del mundo exterior, fueron embestidas por una ráfaga de “viento recio”. Y esta Iglesia se hizo conocer por los cuatro costados del Imperio Romano, cuando todas aquellas personas se sintieron lanzadas por el viento fuera de la casa, y empezaron a hablar en un lenguaje comprensible para todos, el lenguaje del Amor.

En Pentecostés celebramos el nacimiento de una Iglesia, de una comunidad que no se está quieta, ni a la defensiva, ni siquiera protegida, sino que camina y sale al encuentro de las gentes.

Al viento del Espíritu se abren de par en par las puertas del Cenáculo, para que la comunidad de los seguidores de Jesús siempre pueda estar abierta al mundo, libre en su palabra, coherente en su testimonio, insuperable en su esperanza.

Jesucristo, quien había “salido” del Padre, para cumplir una tarea, nos encarga una misión como seguidores suyos: “como el Padre me envió, yo les envío”. Su Espíritu no nos quiere dentro, ensimismados, reunidos ni autorreferenciados, sino más bien fuera, en medio del pueblo, entre la gente, a la intemperie.

Como canta el obispo poeta Pere Casaldàliga, al viento del Espíritu se abren de par en par las puertas del Cenáculo, para que la comunidad de los seguidores de Jesús siempre pueda estar abierta al mundo, libre en su palabra, coherente en su testimonio, insuperable en su esperanza. Ese mismo espíritu que penetró en Jesús y sopla en todas partes barre los miedos, quema los poderes, echa en las cenizas la arrogancia, la hipocresía y la lujuria, alimenta las llamas de la justicia y la liberación, purifica la Iglesia a través de la pobreza y el martirio.

El profeta de Nazaret dice a sus discípulos de todos los tiempos: “Reciban el Espíritu Santo”. Somos invitados a vivir según el Espíritu Santo.

Al viento del Espíritu somos descolocados, transformados, y nos convertimos en hijos e hijas del viento, capaces de arriesgar la vida por el Evangelio de Jesús. El profeta de Nazaret dice a sus discípulos de todos los tiempos: “Reciban el Espíritu Santo”. Somos invitados a vivir según el Espíritu Santo. Quien está habitado por el Espíritu de Dios puede habitar este mundo a la manera de Dios. Es el Espíritu quien nos capacita y fortifica para cumplir el encargo y la misión recibida de Dios.

Las personas que se encontraban en Jerusalén escucharon a los discípulos de Jesús “hablar cada uno en su propio idioma”. Aunque cada persona habla en su lengua nativa, se comprenden. Pentecostés no borra las diferencias, sino que más bien acorta las distancias. No se trata de imponer un estilo de vida uniforme, sino de integrar las diferencias, de entenderse en la diversidad. La presencia del Espíritu en el seno de la comunidad cristiana lo da su profunda unidad. Por consiguiente, la evangelización no consiste en una uniformidad impuesta, sino en la fidelidad al mensaje y al entendimiento en la diversidad. Eso es la Iglesia-comunión; en ella cada miembro tiene una función. Todos cuentan, y deben, por lo tanto, ser respetados en sus carismas. “Solo Cristo puede hacer de dos uno, porque su amor que es anulación de sí mismo (amor infundido en nosotros por el Espíritu Santo), nos hace entrar hasta el fondo del corazón de los demás”, escribirá Chiara Lubich.

Ante una fuerte polarización de posturas, cada una de las cuales pugna por ocupar espacios, expulsar las sensibilidades distintas, desplegar sus propias hojas de ruta y alcanzar la hegemonía, buscando influir en las decisiones que afectan a todos, hemos de caminar juntos, dar pasos unidos, aportando cada cual el caudal de sensibilidades, experiencias y recursos con los que cuenta, practicando el diálogo, el recíproco aprender y la mutua comunicación, valorando la unidad y la variedad como riqueza eclesial.

¿No es el camino a seguir el de intentar escuchar y comprender al otro, antes que a rechazar, los miedos que puedan expresarse? ¿Cómo reconstruimos confianzas si todos se guardan las espaldas?

 

“Para ella (la Iglesia) iniciaba un nuevo período de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre”.

Papa Francisco, Misericordiae vultus, 4.

Mons. Álvaro Chordi
Obispo auxiliar de Santiago

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