Otras reflexiones

Hacinamiento carcelario y Evangelio de Jesucristo

“En el corazón de la vida eclesial ha estado siempre la preocupación por hombres y mujeres que, habiendo cometido un delito, han sido condenados a cumplir una condena privativa de libertad. La razón de esta preocupación está en que para Jesús la vida no se clausura, ni se detiene de manera definitiva, inclusive habiendo cometido un acto que ha dañado gravemente a otros”.

Católicos en tiempos de polarización

“Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o en el orden de la moral práctica”. Papa Juan XXIII, encíclica Pacem in Terris.

Discernimiento e inteligencia artificial

La IA es una máquina (cada vez más compleja, ciertamente) que realiza acciones que llamamos “inteligentes”, pues se trata de acciones que si fueran hechas por humanos recibirían tal calificativo. Sin embargo, como toda obra humana, también la IA exige un discernimiento moral de sus usos beneficiosos y de sus riesgos para la persona humana y la sociedad en general.

Saber vivir el tiempo restante

“La acumulación de conocimientos sin mesura y el ritmo frenético de trabajo no son en absoluto conducentes al buen vivir. La conciencia del límite, de nuestra finitud en esta vida, punto en el que convergen tanto la sabiduría griega como la de las Sagradas Escrituras, nos impone la tarea de asumir el tiempo con la calma y mansedumbre que el sabio demuestra en su acción” (cf. Sant 3,13).

La patria, esa añoranza

Roberto Méndez

Año III, Nº 53.

viernes 24 de septiembre, 2021

"Queremos creer, de que lentamente podremos recuperar la riqueza de la vida en comunidad "

Como cada septiembre, esperamos la primavera y las fiestas patrias. Este año con impaciencia, pues se ha demorado. Ha sido un invierno seco, hostil, interminable como la peste o el rencor que a ratos vimos instalados en nuestro Chile. Esperamos ahora el renacer, como luz al final de un túnel. Tímidamente, el albor pareciera estar llegando.

No todo ha sido superado, pero hay señales, así queremos creer, de que lentamente podremos recuperar la riqueza de la vida en comunidad; también, una parte de nuestra humanidad. Cosas tan sencillas como el darse la mano, mirarse a los ojos, abrazarse o caminar juntos. También el goce de la presencia del otro en el trabajo, el café compartido; en fin, toda aquella dimensión de nuestra realidad que la tecnología, las pantallas remotas no pudieron (ni podrán) reemplazar.

Para los cristianos, hay un signo familiar en esta suerte de amanecer tras la oscuridad. Lo conocemos, lo reconocemos, no es posible dejar de evocarlo. Se trata del centro mismo de nuestra fe, la certidumbre de Cristo resucitado. “Lumen Cristi”, como dice el pregón pascual anunciando la llegada de la luz, el fin de las tinieblas, el triunfo de la vida sobre la muerte.

La patria chilena, la tierra de nuestros padres que sigue estando allí, con su legado y su cultura, su espíritu.

Un signo para los cristianos, pero además una tarea para la vivencia alegre de esta primavera que la patria celebra. Es el signo de la resurrección en que creemos. Hay una oportunidad, quizás un mandato, de que esta esperanza la hagamos extensiva a tantas otras pérdidas, a tanta tiniebla e incertidumbre que aún se ciernen sobre nuestro país y el mundo. Así lo plantea con maravillosa claridad el papa Francisco en su homilía de Pascua justo este año de pandemia: “Él nos precede siempre: en la cruz del sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace”.

Esa es la reflexión que emerge, el formidable desafío de cómo transmitir, cómo proponer a nuestra patria lo que tanto requiere, “la esperanza que siempre renace”, nada menos que lo más profundo de nuestras confianzas.

Hay que celebrar, ¡y bien celebrado! Es necesario, saludable incluso, que participemos con alegría en este mes patrio. Nunca más necesario, nunca más esperanzados. Mas la celebración no debe ser solo un gozoso evento (¡que lo es!) o una fiesta comunitaria (¡que también lo es!), sino que debe ser también un signo, una propuesta hacia lo público, a la sociedad entera, la proyección del mensaje que escucharon las mujeres del Evangelio: “No tengan miedo, Él resucitó” (Mt, 28,5).

La buena nueva que debemos compartir, la luz que siempre vuelve y disipa las tinieblas.

Es la vivencia propuesta para este mes. Celebrar con alegría en momentos difíciles, cuando la noción misma de “patria” parece estar en cuestión. Pero no hace mucho la patria era un sentimiento compartido, la emoción nos embargaba ante los símbolos patrios o al vate recitando: “Patria, mi patria, toda rodeada de agua combatiente y nieve combatida…” (Neruda). Ahora que dudamos de cuáles son los símbolos, los héroes, la bandera o el lenguaje correcto, mantenemos la certeza que, en el fondo, sigue existiendo una patria. La patria chilena, la tierra de nuestros padres que sigue estando allí, con su legado y su cultura, su espíritu, independiente de cómo la representemos. Es sencillamente lo que somos, lo que nos fue dado y vive en nosotros con sus luces y sus sombras.

¡Arriba la patria! se ha transformado en una tarea. Es proyectar la esperanza, la resurrección hoy tan palpable: Quizás sea la primavera, la fiesta dieciochera, o el reencuentro que nos regala la pausa de la pandemia. Es también un mandato. Se trata del centro del mensaje del Evangelio, la buena nueva que debemos compartir, la luz que siempre vuelve y disipa las tinieblas.

¿Cómo vivo este mes patrio junto a mis seres queridos? ¿qué quiero rescatar y celebrar de mi patria durante este mes? ¿qué queremos agradecerle a Dios sobre nuestra patria?

Hay una falsa apertura a lo universal, que procede de la superficialidad vacía de quien no es capaz de penetrar hasta el fondo en su patria, o de quien sobrelleva un resentimiento no resuelto hacia su pueblo. En todo caso, siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia.

(Fratelli Tutti 145)

Roberto Méndez
Profesor de la Escuela de Gobierno UC

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