La Sábana mide poco más de cuatro metros de largo por uno de ancho; es una tela de lino, como la usada en Judea hace muchísimos años para enterrar a los muertos. Se presenta como la mortaja aportada por José de Arimatea para envolver el cadáver de Jesús de Nazaret.
La tela, ligeramente chamuscada, muestra el cadáver de un hombre que ha sido flagelado, coronado con espinas y crucificado. Lo presenta en versión pectoral y dorsal, sin disimilitud alguna entre ambas versiones.
Esta sábana se venera desde el siglo XIV, primero en Lirey, Francia, y luego en Turín, donde se conserva hoy.
Tras ser sometida a diversos estudios científicos la conclusión siempre es la misma: es imposible hacer hoy una imagen como la que se presenta en la Sábana.
Pero ¿es efectivamente lo que pretende ser? Aunque su ausencia en los siglos anteriores indicaría que es una falsa reliquia, como tantas otras, existen múltiples antecedentes que la ubican en el siglo I, como la técnica del tejido, las monedas (leptones) que cierran sus ojos, etc. En todo caso, se ha podido comprobar su presencia a comienzos del siglo cuarto cuando, al cesar las persecuciones y, más aún, a partir de su reconocimiento oficial, aparece la imagen de Jesús tal como la presenta la Sábana; está grabada en monedas, pintada en frescos, en libros e iconos bizantinos.
Por otra parte, sus características son únicas y tras ser sometida a diversos estudios científicos la conclusión siempre es la misma: es imposible hacer hoy una imagen como la que se presenta en la Sábana..
Esta sábana se venera desde el siglo XIV, primero en Lirey, Francia, y luego en Turín, donde se conserva hoy.
Pero lo más asombroso es la tortura que padeció ese hombre, según muestra la Sábana. La corona de espinas deja ver 13 heridas en su frente, 20 en el occipucio, y se piensa que deben haber sido unas cincuenta. Para su flagelación se usó el flagrum, el látigo más cruel de la historia: terminaba en bolitas de plomo que se incrustaban en la piel del reo; en seguida, el verdugo debía darle un fuerte tirón para extraerlo. La Sábana presenta más de un centenar de estas heridas e, incluso, se ha podido determinar que hubo dos verdugos, que uno de ellos era más alto que el otro y que uno era más cruel porque prefería azotar los lugares más dolorosos. Ese castigo bien pudo producir la muerte del reo.
El cadáver presenta, además, evidencia de su crucifixión, por las heridas en sus muñecas y en sus pies. La crucifixión produce la muerte por asfixia. A medida que el crucificado se cansa, como sus pies están clavados, la tendencia es dejarse caer y quedar suspendido de los clavos en sus muñecas. El pecho se dilata y se hace difícil la respiración. Haciendo un esfuerzo supremo, soportando el dolor de sus pies, vuelve a alzarse para poder respirar. La angustia de la asfixia se produce en repetidas ocasiones, hasta que el agotamiento impide tal acción.
Como jamás se flagelaba a un condenado a crucifixión, éste podía vivir más de un día crucificado. Pero si unimos ambas torturas –una anomalía jurídica de la que no hay recuerdo en el Imperio–, no sorprende que haya muerto a poco de ser crucificado. Lo que realmente sorprende es que haya sobrevivido y subido con el patibulum a cuestas hasta la cima del calvario. Éste era el brazo horizontal de la cruz y se cargaba sobre los hombros del reo. La Sábana presenta la huella de su peso –que se calcula en más de 30 kilos– sobre los hombros de este cadáver.
Más allá de la polémica, la Sábana muestra el intenso padecimiento de Jesús. ¿Cómo me dejo interpelar por el amor de Cristo, por la manera como el sufrió y murió por mí? ¿Uno mis propios dolores y dificultades a la cruz de Jesús? ¿De qué manera? ¿Acompaño a Jesús en los dolores y sufrimientos que vive hoy?
Nota: Se puede consultar el libro: La Sábana Santa. Ed. Conservadora. Santiago, Chile.